"La abuela" plantea un tema importante en el cine de Paco Plaza como el hogar-trampa, una trampa en el sentido de que lo que en principio es un espacio entrañable, acogedor e íntimo, se convierte en un infierno, en algo que destruye a los personajes. Tal vez por eso, en su cine el hogar es un lugar enrarecido, violento, oscuro y como deteriorado. Sin embargo, este asunto está mejor resuelto en la saga "[REC]" y en "Verónica" (2017), teniendo siempre en cuenta que Plaza es un director que juega con materiales previsibles y muy poco originales en estas películas (zombis, posesiones diabólicas), redimidos sólo por la pericia del guión y la puesta en escena, así como, sobre todo, por cierta ironía y por las notables interpretaciones que suele arrancar de sus actores.

Esos títulos, estén peor o mejor hechos, son muy entretenidos. En cambio, "La abuela" no lo es. Es una obra más pretenciosa y más lenta, y su argumento parece escrito en función de las condiciones de la producción: como es una coproducción con Francia, hagamos que la protagonista sea española pero que viva en París. Y es precisamente este retorcimiento de la historia el que resta credibilidad a la misma: la profesión de modelo de la chica protagonista, sus lapsus de memoria, los toques lésbicos, el derrame cerebral, la brujería, Vainica Doble, la publicidad...

Plaza acumula tópicos y situaciones trilladas, convirtiendo lo que en principio era una historia intrigante en un bodrio de desenlace previsible, y encima desdoblándose entre (admirador de) Roman Polanski y (admirador de) Ari Aster. Y la abuela del título (Vera Valdez, encarnando al único personaje interesante) aparece y desaparece como el Guadiana, alargando la historia según el capricho del guionista, y para desesperación del espectador. "La abuela" decepciona, y, más aún, irrita por su indecisión, por su sumisión perruna a ciertos códigos del terror moderno, y también por un feísmo innecesario.