En "Tiempo de revancha", se muestra una determinada maestría de la Argentina de esa época para el chanchullo, el negocio sucio, para un robar a los ricos que no es sino una manera desesperada, y única, de justicia social. Pero, junto al negocio marrullero y la componenda, aparece la más absoluta honestidad, la lucha de frente, y por derecho, contra la corrupción, contra el sistema. Lo curioso del personaje de Pedro Bengoa (Federico Luppi) es que siempre es comprensible, por más que cambie, por más contradicciones que muestre. Si primero es un hombre que quiere, o mejor, necesita integrarse en el sistema, después será todo lo contrario, un rebelde, pero un rebelde con causa.

En el fondo, de lo que se trata aquí es de fidelidades, de lealtades: la de Pedro hacia su amigo Bruno Di Toro (Ulises Dumont), tanto cuando éste vive como cuando éste ha muerto; la lealtad del abogado Larsen (Julio De Grazia) hacia Pedro, la lealtad de la esposa (Haydée Padilla) hacia su marido. En el fondo, de lo que se trata aquí es de luchas, de venganzas, de la revancha del título. Luchas desiguales, entre Pedro Bengoa y la Tulsaco, es decir, entre David y Goliat. Luchas que dan pie a un genial cine de denuncia, que saca a la luz el real funcionamiento de la sociedad, de las leyes y de la economía. Luchas que dan pie, también, a la paranoia, a la desconfianza, a la confianza en unos pocos familiares y amigos. En este film, las paredes oyen, literalmente. El espectador, desconfiado, cree que Pedro está fingiendo, porque vive en un mundo en el que todo el mundo finge. Habiendo vencido, no tendrá que fingir más, ¿o acaso no fingía?

"Tiempo de revancha", con una historia desarrollada entre dos Navidades, con un reparto excelente (Luppi, De Grazia, Dumont, Arturo Maly), es un film extraordinario. Y una de las cumbres no ya del cine argentino, sino de todo el cine mundial.