Esta producción de Irwin Allen ha influido en el cine de catástrofes posterior -"Pánico en el túnel" (Daylight, 1996), de Rob Cohen, es casi un "remake" de este film- y no es sólo una trama en la que su único interés consiste en esperar a saber si éste o el otro personaje viven o mueren, porque posee además un curiosísimo fondo religioso, en el que el grupo de protagonistas se convierte en un nuevo "pueblo elegido" que debe tener fe en su líder, un reverendo -se entiende que debe pertenecer a una iglesia protestante, si bien nunca se dice cuál es, lo que hace a este personaje más misterioso- interpretado con mucho acierto por Gene Hackman.

Naturalmente, esta historia de sacrificio y supervivencia está contada para un público moderno que no busca mensajes religiosos, y sí espectáculo y emoción sin más complicaciones, por lo que lo religioso se camufla o se actualiza de forma ingeniosa y un poco irónica: el árbol gigante de Navidad sirve como escalera hacia un cielo, o hacia una salvación, para los que creen en ella; la travesía (del desierto) parte de una sala de fiestas que se convierte en una ratonera, y, en fin, se trata de ascender hacia arriba para escapar de un infierno laberíntico y llegar así al cielo, a la luz.

Hay algo en este tipo de películas que resiste al tiempo y a las críticas adversas: las vemos para darnos cuenta de que cualquiera de nosotros podría verse en esa misma situación angustiosa, y que, incluso, podríamos sobrevivir a ella. Si nos gusta tanto este cine es porque propone una democratización total del heroísmo: todos tenemos derecho a soñar, desde la seguridad de la butaca, que, desde nuestro anonimato, y por una vez al menos, sobrevivimos y/o somos valientes.