Mucho antes que Clint Eastwood se ganará un más que merecido prestigio como cineasta, recibiamos regularmente alguna dosis de su cine más comercial. Aunque en principio dichas producciones eran bastante deudoras de los personajes que le habían hecho famoso (el sin nombre la trilogía de Leone y Harry el Sucio de Siegel), y sobretodo de los directores con los que había trabajado, no se debe olvidar que contienen el germen de películas que posteriormente serán alabadas y elevadas a los altares del séptimo arte.
El policía Ben Shockley (interpretado por el propio Clint Eastwood), recibe el encargo de trasladar a Gus Malley (Sondra Locke), testigo de cargo en un juicio contra el crimen organizado, al juzgado. Sin embargo, una legión de asesinos a sueldos intentará evitar que lleguen siquiera a la puerta. Eastwood nos ofrece un film muy físico en el que bajo la capa de tiros, violencia y asesinato se esconde una mirada bastante pesimista hacia los principales estamentos. Sobretodo carga las tintas en los policías, retratando a los principales mandos como personas totalmente corruptas y ambiciosas. Bajo la capa de violencia gratuita, Eastwood empezaba a destilar una mirada escéptica y un tanto pesimista.

Además,