Es habitual, a la hora de afrontar la reseña de un “remake” preguntarse “era necesario?”. Teniendo en cuenta la calidad de los mismos así como lo que acaban aportando, la pregunta no sólo acaba siendo recurrente sinó que en la mayor parte de las ocasiones la respuesta es negativa.

De todas formas, es cierto que lo que se han propuesto los responsables del film es una reactualización de lo que se puede considerar un clásico de los años 80, cuya fama dio para tres secuelas más que no pudieron superar en ningún momento a la original. Lo primero que habría que destacar de este film es la inteligencia con que se ha afrontado su transposición a nuestros días. El trabajo del guionista ha sido prácticamente adaptar los diálogos a nuestros tiempos y al nuevo contexto en el que se desarrolla una historia que, en líneas generales es un mero calco de la original, cambiando algunas situaciones, pero al fin y al cabo prácticamente lo mismo. Es cierto que en esta ocasión todo sucede en China, y el joven inadaptado (interpretado por el hijo de Will Smith, Jaden Smith) es de color (lo cual es rizar el rizo, ya que si de por si los afroamericanos han tenido problemas históricos con las desigualdes), y de una edad algo inferior al original.

El hecho se situar la acción en Pekín, permite expresar de mejor forma la soledad y la sensación de no encajar en el mundo que rodea al protagonista. Por otro lado, es innegable que proporciona cierto exotismo a la historia. En esta ocasión el maestro del protagonista será el conocidísimo Jackie Chan, habitual en el cine de acción oriental, ya prácticamente en el último tramo de su carrera.

El realizador, Harald Zwart, nos ofrece un producto descaradamente comercial, apto para todos los públicos, bien envuelto en un ritmo ágil, y basado en la excelente interactuación entre un Jaden Smith que consigue “chupar” mucha cámara, y un Jackie Chan que contrariamente a lo que nos tiene acostumbrados se muestra sobrio y contenido, consiguiendo distanciarse del modelo original, e incluso permitiéndose algún que otro guiño. El hecho que el propio Will Smith esté detrás de la producción explica la presencia de su hijo como protagonista, aunque hay que reconocerle que no estorba demasiado, aunque lo que realmente explica es la buena orientación comercial de un producto, agradable, que se deja ver y que consigue imitar y a la vez distanciarse de su modelo original, aunque sin aportar nada nuevo.

Quizás le sobran algunos minutos al metraje, en especial cuando pretenden ponerse trascendentales, subiendo a determinado monte, pero en general, Zwart consigue los principales objetivos del film que eran básicamente entretener y ofrecer a las nuevas generaciones la reactualización de una película que quizás había envejecido demasiado como para recuperar su visionado. No se le puede pedir mucho más.