A la sombra de figuras como Stallone o Arnie (lo que sigue), creció Jean Claude Van Damme, de origen belga, experto en artes marciales y que protagonizó unas cuantas películas en las que exhibió patadas y puñetazos a partes iguales. Sin embargo, la llegada de los 90 se le atragantó, también debido a la excesiva repetición de sus argumentos, lo que produjo el lógico cansancio de los espectadores. Quizás fue entonces cuando realizó alguno de los films en los que, en busca de nuevas vías y motivos para dar patadas, consiguió realizar films en los que la calidad no tenía nada que envidiar a realizaciones anteriores. Dirigida por Robert Harmon, Van Damme interpreta a un convicto que en su huida va a parar a la casa de una viuda (interpretada por Rossana Arquette) y su hijo, los cuales se encuentran en una precaria situación por culpa de un hombre de negocios que pretende hacerse con sus tierras. Van Damme tendrá que elegir entre devolver el favor a la viuda a costa de su recien ganada libertad o bien seguir su camino. El film, es un descarado acercamiento al western en general y con guiños a "Raices profundas" en particular. Con todo, por lo menos resulta entretenido su visionado, y la dosificación de las patadas y golpes de kárate de rigor, manteniendo la tensión a lo largo de todo el metraje y concentrando la acción al final, incluso el aspecto de película sencilla y sin pretensiones juega en su favor, siendo ésta considerada una de las mejores de las que ha protagonizado el bailarín belga.