Rob Cohen es ese señor que parecía que iba a comerse el mundo (de la acción) a principios de siglo con la primera A todo gas (que es como se empezó a conocer aquí la hoy multimillonaria y muy diferente saga Fast & Furious) y con xXx, otro vehículo de lucimiento para el entonces en alza Vin Diesel, hoy establecido como gigante del género...y de ningún otro género, para qué engañarnos. Después llego Stealth y llegó el fracaso, y es que a quién se le ocurre hacer una película en la que el malo es un avión con inteligencia... la triste tercera parte de La Momia, con un Brendan Fraser en ghoras muy bajas y ya sin Rachel Weisz a la vista, terminó por rematarlo, y sus últimos doce año han basculado entre naderías que nadie recuerda y muy feas acusaciones de abuso y agresión sexual, incluso a su propia hija. En fin.
Antes de todo esto, sin embargo, rodó la que sin duda es su mejor película, la encantadora Dragonheart, y también la que nos ocupa, Pánico en el túnel, un espectáculo al servicio de Sylvester Stallone pero que sin duda funciona como entretenimiento veraniego y palomitero, de ese que se hacía tan bien en los 90. No es nada del otro mundo, no hay que buscarle los tres pies al gato, las actuaciones son flojas y los personajes y sus diálogos, aún más plúmbeos, pero resulta entretenida y espectacular, que es lo que pretendía, así que ningún problema para por lo menos darle el aprobado raspado.
Además, aparece Viggo Mortensen en uno de tantos roles secundarios o semi-protagonistas que hizo en los 90, antes de que Peter Jackson y el mundo lo descubrieran como Aragorn en El señor de los Anillos.

Lo mejor: Es entretenida y tiene buenos efectos, diseñados por la Industrial Light & Magic de George Lucas.
Lo peor: No pasa de, precisamente, pasable y punto.