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Voto de Paul Bäumer:
8
7,4
93.433
Drama
El duque de York se convirtió en rey de Inglaterra con el nombre de Jorge VI (1936-1952), tras la abdicación de su hermano mayor, Eduardo VIII. Su tartamudez, que constituía un gran inconveniente para el ejercicio de sus funciones, lo llevó a buscar la ayuda de Lionel Logue, un experto logopeda que intentó, empleando una serie de técnicas poco ortodoxas, eliminar este defecto en el habla del monarca. (FILMAFFINITY)
24 de diciembre de 2010
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante una obra típicamente británica, en el mejor sentido de la palabra. Con cierta clave de humor (inglés) cuenta la historia de cómo el segundón de la Familia Real británica, que acabó siendo coronado como Jorge VI, tuvo que superar un tartamudeo que, evidentemente, le dificultaba el desempeño de sus funciones. Estamos en una época de cambios en Europa. Por un lado, aparecen negros nubarrones de tormenta en forma de totalitarismos. Y por otro, avances tecnológicos como la radio (ese invento del genial Tesla tan injustamente atribuido a Marconi) revolucionan completamente los conceptos de política y monarquía. Ya no basta con que el rey “tenga buen aspecto en uniforme y no se caiga del caballo”, no. Ahora su voz tiene que llegar a través de las ondas y colarse en todos los hogares, no sólo del reino, sino del todavía Imperio Británico.
Para lograr superar ese gran lastre recurre a un logopeda, Lionel Logue, quien emplea métodos “poco ortodoxos” para intentar curarle. La película se centra en este tratamiento. A través de las diferentes sesiones asistimos al surgimiento de una curiosa amistad, a la par que la política de aquellos años se nos muestra como un interesante telón de fondo.
Los dos personajes principales, el terapeuta y el monarca, están muy bien dibujados, especialmente el segundo (Colin, me quito el sombrero). No vemos a un rey glorificado y grandioso, sino a un hombre que sólo intenta hacer lo que se espera de él, con todas sus complejidades, problemas y dudas. Pero es ante todo una persona fuerte, de carácter un tanto colérico, que no elude sus responsabilidades, aún en los momentos más difíciles. En esto hay una gran diferencia con su hermano quien, como se sabe, abdicó tras casarse con una divorciada.
(Sigue en "spoiler por falta de espacio")
Para lograr superar ese gran lastre recurre a un logopeda, Lionel Logue, quien emplea métodos “poco ortodoxos” para intentar curarle. La película se centra en este tratamiento. A través de las diferentes sesiones asistimos al surgimiento de una curiosa amistad, a la par que la política de aquellos años se nos muestra como un interesante telón de fondo.
Los dos personajes principales, el terapeuta y el monarca, están muy bien dibujados, especialmente el segundo (Colin, me quito el sombrero). No vemos a un rey glorificado y grandioso, sino a un hombre que sólo intenta hacer lo que se espera de él, con todas sus complejidades, problemas y dudas. Pero es ante todo una persona fuerte, de carácter un tanto colérico, que no elude sus responsabilidades, aún en los momentos más difíciles. En esto hay una gran diferencia con su hermano quien, como se sabe, abdicó tras casarse con una divorciada.
(Sigue en "spoiler por falta de espacio")
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
En cuanto al “doctor” (cuando vean la película descubrirán el porqué de estas comillas) es un australiano peculiar, socarrón, alegre. Aunque magníficamente interpretado por Geoffrey Rush, en mi opinión es un personaje escrito con menos profundidad. Como un interesante detalle quiero destacar que sufre en sus carnes la xenofobia de un pueblo que no lo considera del todo británico.
Y por último está Elizabeth, la esposa del rey (todos la conocemos como “Reina Madre”), y su principal apoyo. Aunque ceda protagonismo a los dos personajes masculinos, es una mujer muy fuerte que siempre está al lado de su marido.
Desde el punto de vista técnico, está dirigida con mucho acierto. Se recurre a encuadres subjetivos, al picado, contrapicado para mostrarnos exactamente lo que el director quiere transmitir. Y todo ello, en medio de una puesta en escena exquisita, genuinamente británica. Me quedo con un luminoso plano secuencia en medio de un parque difuminado por la niebla londinense.
El principal defecto del film no es propio, sino añadido por ese mal tan endémico de nuestro país que es el doblaje. Cuando uno percibe que el movimiento de los labios de los actores no se corresponde con los sonidos escuchados, sólo queda imaginar cuán bella sería la dicción en la versión original. Por no hablar de juegos de palabras y del acento australiano de Rush. Quizás las leyes encaminadas a “proteger” nuestra cultura debieran garantizar nuestro derecho a gozar de ella en todo su esplendor.
También creo que es un error eludir el rodaje de la coronación, y puede que haya algún momento en que el ritmo flaquee un poco. Pero no importa, porque esta película que ya tiene sabor de clásico avanza sin detenerse hacia el clímax final en que, recién iniciada la Segunda Guerra Mundial, el rey tiene que dar el discurso que todo el país está esperando oír.
Y por último está Elizabeth, la esposa del rey (todos la conocemos como “Reina Madre”), y su principal apoyo. Aunque ceda protagonismo a los dos personajes masculinos, es una mujer muy fuerte que siempre está al lado de su marido.
Desde el punto de vista técnico, está dirigida con mucho acierto. Se recurre a encuadres subjetivos, al picado, contrapicado para mostrarnos exactamente lo que el director quiere transmitir. Y todo ello, en medio de una puesta en escena exquisita, genuinamente británica. Me quedo con un luminoso plano secuencia en medio de un parque difuminado por la niebla londinense.
El principal defecto del film no es propio, sino añadido por ese mal tan endémico de nuestro país que es el doblaje. Cuando uno percibe que el movimiento de los labios de los actores no se corresponde con los sonidos escuchados, sólo queda imaginar cuán bella sería la dicción en la versión original. Por no hablar de juegos de palabras y del acento australiano de Rush. Quizás las leyes encaminadas a “proteger” nuestra cultura debieran garantizar nuestro derecho a gozar de ella en todo su esplendor.
También creo que es un error eludir el rodaje de la coronación, y puede que haya algún momento en que el ritmo flaquee un poco. Pero no importa, porque esta película que ya tiene sabor de clásico avanza sin detenerse hacia el clímax final en que, recién iniciada la Segunda Guerra Mundial, el rey tiene que dar el discurso que todo el país está esperando oír.