La prueba de que no hace falta recurrir a rebuscados guiones ni a grandes producciones para pasar un buen rato ante la pantalla. Los cotidianos personajes de Rosalie Blum se van engarzando entre ellos a medida que cada uno nos descubre su propia historia en los tres actos en los que sabiamente se ha dividido y dosificado la película. Un tipo de cine amable y entrañable que siempre se deja ver con gusto, pero que, lamentablemente, suele pasar de puntillas por la cartelera.

Lo mejor: Lo fácil que es empatizar con unos personajes bien construidos y desarrollados.

Lo peor: Quizás el epílogo que cierra la película sea algo impostado.


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