Bueno, pues ya está: la he visto. Película nominada a globos de oro, quizás a algún oscar y altamente comentada por las redes sociales. La premisa tira para atrás: dos papas juntos. Con uno el sopor ya estaría asegurado. Con dos, la animadversión se eleva a la enésima potencia.

Eso pensaba antes de conocer que el director de la pieza era un tal Fernando Meirelles. Quién será siempre conocido por haber parido Ciudad de Dios. Él fue el primero en exportar la formula Scorssese fuera de algún guetto en Nueva York. Y quien mostró el camino para que los italianos explotaran la mina de oro de sus historias de mafia.

Así estaba antes de ver la película; el producto me repelía, el autor me atraía. Una vez vista, he de decir que no me arrepiento ni un ápice. Meirelles, por muchos baches que se esfuerce en tropezar en su carrera sabe mantener un ritmo cinematográfico cuando se lo propone. Sabe engrasar la maquinaria para que hasta dos viejos papas diviertan al espectador mientras charlan.

Las actuaciones de Hopkins y sobretodo de Pryce son buenas. Sobre todo Pryce, parece el mismo Bergolio. Y ese es el problema, que tras la primera interesante mitad, dónde se asientan las premisas, los personajes cogen sus cartas y se sientan a jugar, pasan a centrarse exclusivamente en Bergolio. La película no hubiera tenido el mismo tirón habiendose titulado “Bergolio”. O: El Papa Francisco. Pero va de él. Hacen repaso a toda su vida invertida en la fe. En sus claroscuros, dónde los oscuros rápidamente son desechados, supuestamente, por Benedicto XVI. La verdad es que nunca sabremos qué porcentaje de lo que hemos visto es verdad. Que se sentaron, sí. De qué hablaron, ni idea.

Al final deja un buen sabor de boca. Cómo supongo que era la intención primeriza de Netflix. Pryce puede que haya tocado la gloria con esta película.

Netflix va fuerte este año a los Oscars con Los dos papas e Historia de un matrimonio. Veremos si no es el año del sorpasso hollywodiense que tanto llevan intentando tanto en Los Ángeles como en Cannes.

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