Hay que dar play porque....

-John Patrick Shanley escribe y dirige para la gran pantalla su propia obra de teatro, y lo realiza sin alejarse de su origen pudiéndose dividir el film en diversos actos teatrales. El resultado es una película con muchas virtudes donde brilla un guión inteligentemente planificado, ejecutado y desarrollado. Habla de un tema universal y aplicable a cualquier época tocando temas, de una manera muy madura, como las creencias, las sospechas, la moralidad, lo que pueden provocar determinados dogmas, las certezas absolutas, la culpa, la tolerancia, el sentido de la fe,...y todo ello lo hace con estilo y sin caer en ningún momento en lo morboso y eso que pasa por encima de temas tan candentes como la homosexualidad, la pederastia, el machismo, el racismo o los malos tratos. Lo dicho, un guión preciso y sutil.
-más que un drama religioso estamos ante un thriller muy bien construido donde el espectador juega como que sería un personaje más de la cinta, piensa y saca sus propias conclusiones. Es un film que da para infinitas conversaciones y lecturas, señal de que es una buena película que además tiene más mérito por ser una historia aparentemente sencilla donde no hay ni buenos ni malos, y eso lo logra la mano firme de Shanley.
-los diálogos y los sermones del sacerdote son estupendos al igual que los silencios que se producen y la riqueza de metáforas-simbolismos que se suscitan (el viento, la bombilla que se funde, las uñas de las manos, la almohada de plumas, la gata que caza ratones,...). Detalles que junto con las intensas conversaciones nos van descubriendo los caracteres de los personajes.
-una sobria y correcta puesta en escena de corte muy teatral con un montaje basado en numerosos primeros planos.
-un reparto espléndido con unas poderosas interpretaciones que engrandecen aún más la película y la dan aún más fuerza, sin excepción todos están estupendos aunque la revelación de la producción sea Viola Davis con un papel corto pero intenso recibiendo el título de "robaescenas". Otra grata sorpresa ha sido Amy Adams sabiendo transmitir la inocencia y confusión del personaje que interpreta. El verdadero duelo interpretativo está entre dos monstruos de la escena: una Meryl Streep, que siempre es un valor seguro para cualquier película, acojona con su interpretación de monja estricta y austera; y un Philip Seymour Hoffman que de manera espléndida da vida al sacerdote transmitiendo los sentimientos de dolor y resignación de igual modo que los silencios al ser acusado y que acrecentan más la duda, convincente y estupendo.