En el afán de Hollywood por remakear los clásicos ochenteros del cine de terror, nos llegó hace no mucho este Hollywood, el origen. Al igual que La matanza de Texas, cuando ya no se puede ir para adelante, hay que ir para atrás y buscar o inventarse el origen de los mitos. Unos lo hacen con más o menos respeto a sus originales, otros sólo buscan asquear a la muchachada que se acerque al cine. Y otros, como Rob Zombie, intentan combinar ambas cosas con relativo éxito.
Halloween, el origen nunca pierde de vista los referentes de la saga, y eso siempre es de agradecer. Intenta aportar algo nuevo, pero siempre respetando los aciertos de sus predecesoras. Merece la pena el retrato de la infancia de Michael Myers, todo un infierno capaz de perturbar hasta al más preparado. Zombie tiene un don especial para retratar la violencia psicológica, los ambientes disfuncionales y la tortura interior, y eso hace más creíble la transformación de Michael (¡ojo, ni mucho menos estoy diciendo que la película haga un experto análisis psicológico, sino que lo que se cuenta está contado con pericia suficiente como para creernos lo que viene después!). Quizá esos momentos son los mejores de la película.
El resto es lo típico de las películas de psychokillers: Michael matando en la noche de Halloween a medio barrio (entre ellos, cómo no, adolescentes en plena juerga sexual y padres preocupados por sus hijos) hasta que encuentre lo que busca. Ahí la película pierde finura y se lanza a la salvajada, que también es lo que se espera de estas películas. El asesino es más bruto que un arado y mata despiadadamente; pero esta parte, aunque con buenos momentos, es más rutinaria, menos sorprendente, y repasa uno por uno los tópicos del género.
Dentro de este subgénero de remakes de clásicos del terror (la última que nos ha llegado es el de Viernes 13), Halloween, el origen puede salvarse de la quema. Aporta detalles nuevos pero nunca se pierden las raíces del original de Carpenter. Un entretenido retrato del mal.