He llegado a ver películas realmente lentas, escasas de diálogo y nunca he tenido problemas con la somnolencia como con esta película. Me fue imposible aguantarme despierto, supongo que por la falta de alicientes.

Se trata de una película vanidosa, que cree que con una ambientación muy buena y un par de imágenes preciosistas adornadas con una hermosa música ya puede hacer lo que quiera, pues ya tiene la plaza ganada. Pues no. Para que funcionara una película como ésta, tan introspectiva y que se centra tanto en su protagonista, seria necesario contar con un actor realmente solvente, que supiese transmitirlo todo sin necesidad de palabras, registro del cual Dirk Bogarde demuestra estar a años luz. Su actuación resulta por momentos esperpéntica, sobreactuando ridículamente la afectación, esbozando risitas estúpidas y mostrándose de cartón piedra con sus miradas lacónicas. Para ilustrar mis palabras con un ejemplo recordaré una escena en la cual sigue a la familia aristócrata por las calles de Venecia y llegado un momento, se derrumba sobre el suelo y primero se muestra agonizante y estalla en carcajadas. De silla eléctrica, como el resto de personajes, que o son caricaturescos o abusan del histrionismo.

Pero si realmente hay algo que falla clamorosamente en esta película, eso sin duda es la dirección de Visconti. Pachanguera, chabacana, machacando con el mismo plano e inundando la pantalla repetidamente con zooms y paneos por doquier. Que si, queda muy bonito utilizar planos largos, pero hay que saber hacerlo. Pretenciosa y fallida.

Lo que nos queda es una película que pretende ser profunda que ni rasca la superficie por culpa de su torpeza. Podría llevarse peor nota, pero la ambientación está muy conseguida y el inicio es verdaderamente evocador. El resto simplemente no está a la altura. Ni se parece.