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Voto de harryhausenn:
8
6,3
1.072
Drama
Una familia con problemas tiene que afrontar los hechos después de un grave suceso en el lejano control fronterizo donde estaba destinado su hijo cuando realizaba su servicio militar. (FILMAFFINITY)
6 de junio de 2018
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Foxtrot es una broma del destino contada desde el sarcasmo. Una sátira tan cruel como crítica que alterna perfectamente el humor negro con el drama. Tensión, lágrimas y carcajadas. Un objeto fílmico tan libre como fascinante. Una obra valiente que ha desatado la ira del Ministerio de Cultura israelí por su desencanto con el propio Estado, poder que se inmiscuye en la vida de la gente, cumpliendo la función de transporte a un fatal desenlace. El foxtrot es un baile que sigue un patrón bastante claro: vayas a donde vayas, siempre terminas en el mismo punto de salida. Los abuelos, los padres, los hijos: Alemania, Líbano, Palestina.
La estructura de la película consiste en dos escenarios y tres actos, centrados cada uno en un personaje distinto. Además, dos intermedios hacen la función del sainete: la transición del estilo de un acto al siguiente. Maoz ha escrito y dirigido la película, lo que demuestra sus aptitudes tanto como guionista que como director, pues ha sabido diferenciar ambas tareas de forma prodigiosa. El guión y los diálogos siguen un desarrollo teatral, fácilmente podríamos ver una adaptación de la obra sobre las tablas. En cambio, el trabajo de cámara y edición son cien por cien cinematográficos, cada plano tiene un sentido, cada movimiento de cámara, también. Esto, que repetimos siempre en este blog una y otra vez, es la base del cine clásico universal mejor valorado: Welles, Hitchcock, Bresson. Maoz no se contenta con facturar un teatro filmado ni con vagar cámara en mano, sino que mezcla dos códigos distintos de manera precisa, matemática y efectiva.
Un primer acto en el apartamento familiar, siguiendo la figura del padre. Un acto casi silencioso que impacta desde la primera imagen. Una puerta que se abre, una mujer que se desmaya y la cámara, avanza silenciosa por el pasillo hasta que aparece en el plano un hombre inmóvil, en shock. El shock es la clave de este episodio. El protagonista apenas habla y es el ejército quien toma el control. Desde el primer momento, desde la reacción más natural ante la injusticia de la muerte de un hijo, el grito, rápidamente los soldados se sacan del bolsillo un calmante para neutralizar cualquier rabia ante el suceso. La puesta en escena es fría, opresora, claustrofóbica: la luz de un cielo bajo nublado en Tel Aviv, un apartamento lujoso pero gélido, planos cenitales en cuartos angostos, una alarma que se repite una y otra vez. El padre intenta mantener el tipo mientras comprobamos, atónitos, hasta qué punto el Ejército toma el control no sólo de la vida, sino también de la muerte de su hijo. El funeral de Estado está estrictamente organizado y la familia apenas tiene derecho a intervenir. Mientras el rabino del ejército lo abasaya con la organización de la ceremonia, el padre, horrorizado, recupera un hilo de humanidad al ver a su perro asustado tras haberlo agredido. Arrepentido le hace seña para que se acerque y lo acaricia mientras el rabino sigue recitando sus trámites.
La estructura de la película consiste en dos escenarios y tres actos, centrados cada uno en un personaje distinto. Además, dos intermedios hacen la función del sainete: la transición del estilo de un acto al siguiente. Maoz ha escrito y dirigido la película, lo que demuestra sus aptitudes tanto como guionista que como director, pues ha sabido diferenciar ambas tareas de forma prodigiosa. El guión y los diálogos siguen un desarrollo teatral, fácilmente podríamos ver una adaptación de la obra sobre las tablas. En cambio, el trabajo de cámara y edición son cien por cien cinematográficos, cada plano tiene un sentido, cada movimiento de cámara, también. Esto, que repetimos siempre en este blog una y otra vez, es la base del cine clásico universal mejor valorado: Welles, Hitchcock, Bresson. Maoz no se contenta con facturar un teatro filmado ni con vagar cámara en mano, sino que mezcla dos códigos distintos de manera precisa, matemática y efectiva.
Un primer acto en el apartamento familiar, siguiendo la figura del padre. Un acto casi silencioso que impacta desde la primera imagen. Una puerta que se abre, una mujer que se desmaya y la cámara, avanza silenciosa por el pasillo hasta que aparece en el plano un hombre inmóvil, en shock. El shock es la clave de este episodio. El protagonista apenas habla y es el ejército quien toma el control. Desde el primer momento, desde la reacción más natural ante la injusticia de la muerte de un hijo, el grito, rápidamente los soldados se sacan del bolsillo un calmante para neutralizar cualquier rabia ante el suceso. La puesta en escena es fría, opresora, claustrofóbica: la luz de un cielo bajo nublado en Tel Aviv, un apartamento lujoso pero gélido, planos cenitales en cuartos angostos, una alarma que se repite una y otra vez. El padre intenta mantener el tipo mientras comprobamos, atónitos, hasta qué punto el Ejército toma el control no sólo de la vida, sino también de la muerte de su hijo. El funeral de Estado está estrictamente organizado y la familia apenas tiene derecho a intervenir. Mientras el rabino del ejército lo abasaya con la organización de la ceremonia, el padre, horrorizado, recupera un hilo de humanidad al ver a su perro asustado tras haberlo agredido. Arrepentido le hace seña para que se acerque y lo acaricia mientras el rabino sigue recitando sus trámites.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Tras un intermedio de un soldado bailando el foxtrot con su rifle, pasamos al acto del hijo. Es la parte más cómica y a la vez más incisiva. Cuatro soldados, chavales de menos de veinte años se encuentran en un barracón hediondo que se hunde en el barro del desierto, justo al lado del puesto de vigilancia de una carretera secundaria por la que pasan muchos camellos salvajes y, de vez en cuando, algún coche. Las escenas en el interior cuentan con planos inclinados, representando cómo el barracón se va hundiendo más y más en el fango y el exterior cuenta con horizontes infinitos donde los cuatro jóvenes parecen simple y llanamente, perdidos. El aburrimiento les lleva a actuar como autómatas en los controles rutinarios, dándose situaciones ridículas. Dos viajeros que parecen ir a una boda han de esperar el resultado del escaneo de sus pasaportes bajo la lluvia, la mujer, al ver su vestido y su peinado arruinados llora decepcionada mirando a su marido, y ambos resignados terminan por sonreír ante el absurdo de la situación. Los jóvenes les devuelven los pasaportes y siguen su camino. Todos los controles de pasaporte que vemos no suponen peligro alguno, todos son iguales. Hasta que en un momento, un error fatal en una secuencia impecablemente filmada, ocurre.
He aquí lo que ha despertado la ira del Gobierno de Israel. El encubrimiento por parte de un error de manera inhumana. Porque no se trata sólo del hecho ficticio que vemos en la película, sino también la desigualdad entre los altos mandos del Estado y la población. El alto cargo que llega al barracón en un helicóptero de tecnología puntera, ha de mancharse sus impecables botas en el barro para poder acercarse a los jóvenes que le sirven servicio. Una imagen demoledora que nos prepara para el dardo certero del director: el oficial les dice, que pese a todo "Han seguido las normas" Unas normas desproporcionadas que masacran, unas normas que entierran tanto a quienes cruzan la frontera, como a quienes la controlan.
Antes de llegar al acto final, el segundo entremés nos cuenta, sirviéndose de una animación de trazos y viñetas impecables, une historia de juventud del padre: El cambio de la Torah familiar que había sobrevivido al Holocausto por una revista Playboy, humor negro en estado de gracia. Unas carcajadas antes del golpe final: Un tercer acto centrado en la madre donde pasamos del drama demoledor de la destrucción de una familia a la ternura de la recomposición momentánea de esta. En una escena en particular, los personajes en torno a la mesa se ríen de la extravagancia del Estado ante un accidente ridículo. Se menciona que el himno nacional precederá un minuto de silencio y los personajes estallan en carcajadas para justo después, casi sin que nos demos cuenta, pasen un minuto en silencio ellos mismos, guardando su luto particular, de forma íntima, de forma humana, dejando de lado todas las florituras de un Estado pomposo y estricto que reconduce el destino de quienes lo habitan y de quienes lo sufren.
hommecinema.blogspot.fr
He aquí lo que ha despertado la ira del Gobierno de Israel. El encubrimiento por parte de un error de manera inhumana. Porque no se trata sólo del hecho ficticio que vemos en la película, sino también la desigualdad entre los altos mandos del Estado y la población. El alto cargo que llega al barracón en un helicóptero de tecnología puntera, ha de mancharse sus impecables botas en el barro para poder acercarse a los jóvenes que le sirven servicio. Una imagen demoledora que nos prepara para el dardo certero del director: el oficial les dice, que pese a todo "Han seguido las normas" Unas normas desproporcionadas que masacran, unas normas que entierran tanto a quienes cruzan la frontera, como a quienes la controlan.
Antes de llegar al acto final, el segundo entremés nos cuenta, sirviéndose de una animación de trazos y viñetas impecables, une historia de juventud del padre: El cambio de la Torah familiar que había sobrevivido al Holocausto por una revista Playboy, humor negro en estado de gracia. Unas carcajadas antes del golpe final: Un tercer acto centrado en la madre donde pasamos del drama demoledor de la destrucción de una familia a la ternura de la recomposición momentánea de esta. En una escena en particular, los personajes en torno a la mesa se ríen de la extravagancia del Estado ante un accidente ridículo. Se menciona que el himno nacional precederá un minuto de silencio y los personajes estallan en carcajadas para justo después, casi sin que nos demos cuenta, pasen un minuto en silencio ellos mismos, guardando su luto particular, de forma íntima, de forma humana, dejando de lado todas las florituras de un Estado pomposo y estricto que reconduce el destino de quienes lo habitan y de quienes lo sufren.
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