Reconociendo que el cine de Lars von Trier puede irritar o entusiasmar, me sumo directamente al segundo verbo, y lo hago con total contunderncia. La evolución de su cine hacia la reivindicación de lo políticamente incorrecto no es una reivindicación de pose, sino de profundo estudio filosófico. El brillante repaso que hace la película a los principales elementos de la cultura occidental orientan al espectador por el camino de la represión, la frustración y la insatisfacción personal. El malestar en la cultura. Freud.
El trasfondo freudiano y, más aún, nietzscheano de ésta y de las últimas cintas del director explican una radicalización que por encima de todo sabe conjugar imágenes de extrema crudeza, siempre atinadas en el desarrollo del guión, una galería de personajes sobrepasando el límite de la cordura, productos de la cultura enferma, con imágenes de una belleza y de una poesía difícilmente vistas en ninguna otra película y que marcan la talla de este genio del cine. A ello ayuda y mucho la sabia utilización de la música en cada secuencia. Recordemos los magistrales inicios de Anticristo y Melancolía. No se pierdan en esta cinta la broma que el director se gasta a sí mismo reproduciendo una secuencia de Anticristo con distinto final.
La sesión psicoanalítica que presenciamos nos guía por nuestro propio miedo, por nuestra cruel represión. Seguro que sin hipocresía podemos asumir algunas de las tendencias prohibidas que aquí se muestran, y por saber reprimirlas somos merecedores de una medalla. Pero en el cine de un genio, a pesar de la hipocresía instalada en el gen cultural, siempre triunfa la verdad, la naturaleza auténtica de este humano animal. Como se afirmaba en Anticristo, concretamente en una memorable secuencia en la que el zorro habla con la voz original del propio Lars von Trier: REINA EL CAOS.