Fernando Meirelles consigue una película redonda. Un excelente trhiller y una aún mejor historia de amor de una gran emoticidad.
La denuncia de la abusiva situación de injusticia que sufre África en la actualidad, propiciada en buena medida por los intereses económicos de las potencias mundiales, resulta especialmente creible por el acierto en elegir para el rodaje de la película escenarios naturales en Kenia, país donde transcurre buena parte de la acción, metiéndonos de llenos en la turbamulta y el caos de aquel país. El uso, que no abuso, de la cámara en mano consigue acercar aún más al espectador a esa realidad, sumergiéndote totalmente en la historia.
Ese mismo recurso, además de unos acertados primerísimos planos, le sirve al director para hacernos partícipes de la extraordinaria historia de amor de los dos protagonistas, insuperables Ralph Fiennes en su papel de diplomático inglés, aficionado a la jardinería, y Rachel Weisz, como activista pro derechos humanos, enamorados de principio a fin.
Imprescindible.