La palabra que se me ocurre para empezar esta crítica es, sinceridad. Una sinceridad llevada hasta cuotas impensables en el cine comercial, y que el cine independiente nos demuestra
cada cierto tiempo. Un cine que no tiene miedo, un cine que demuestra la naturalidad de la
vida misma, recorriendo por toda clase de emociones, como la angustia que nos enseña la
joven adolescente Adéle, con la intensidad del primer plano, interactuando con el espectador para
que este se sienta partícipe, sienta ser parte de su vida. Interpretaciones de las dos actrices,
sublimes, que sobrepasan la pantalla. Intensidad en la interpretación, en los diferentes diálogos que se establecen, como en las realistas escenas de cama, que saben extraer un bello erotismo de ellas.
La cultura también tiene un papel importante en esta magnífica obra, dónde se manifiestan diferentes opiniones del pensamiento francés, y diferentes puntos de vista, dónde remarca el director la importancia de hacer pensar.

En resumidas cuentas, me parece una obra compacta sin escisuras, que ni las tres horas de metraje, se hacen pesadas, transcurren a un buen ritmo. Más, soy también de la idea que son necesárias para acabar de compactar esta obra imprescindible.