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Voto de DrChandra:
9
6,8
15.706
Drama
Explora la relación que mantuvieron el Papa Benedicto XVI y su sucesor, el Papa Francisco, dos de los líderes más poderosos de la Iglesia Católica, que abordan sus propios pasados y las demandas del mundo moderno para que la institución avance.
29 de enero de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El nuevo filme de Fernando Meirelles, un director siempre comprometido con la causa humanista, aborda en esta ocasión uno de los hechos más insólitos en la historia de la Iglesia Romana: el doble papado “de facto” en que se ha instalado desde la renuncia de Benedicto XVI al trono de Pedro. Fiel a su estilo, Meirelles no busca tanto ofrecer al espectador un documento esclarecedor de las causas y las consecuencias de la histórica renuncia de Ratzinger en febrero de 2013, tras un breve y polémico papado de ocho años (aunque en la película se trate de dar pistas sobre ello), sino confrontar, a través de la dimensión teológica pero, sobre todo, humana de los protagonistas (el susodicho Benedicto XVI y el cardenal Jorge Mario Bergoglio, futuro Papa Francisco), dos visiones diferentes e inicialmente opuestas de la Iglesia y del mundo.
Aunque la película “se vende” como basada en hechos reales, y el propio Meirelles defiende que la mayor parte de los diálogos están acreditados en libros y entrevistas, insisto en que no creo que ése, el de convertirse en un documento fidedigno de los motivos de renuncia de uno o de aceptación del otro, sea el verdadero interés. Ni siquiera creo que el principal objetivo del director, declarado “fan” de Francisco, sea el de “blanquear” la imagen del actual Papa, aún muy controvertida en su país natal (como el propio personaje reconoce en una de las líneas de diálogo) a raíz de lo acontecido durante la cruenta dictadura argentina de finales de los 70, hechos cuya narración trasciende en la trama. Tampoco creo que, como se ha criticado en algunos foros, el filme apueste por una presentación esquemática y maniquea de sus protagonistas, lo cual creo que es un reduccionismo que demuestra no haber entendido nada.
Aunque la película “se vende” como basada en hechos reales, y el propio Meirelles defiende que la mayor parte de los diálogos están acreditados en libros y entrevistas, insisto en que no creo que ése, el de convertirse en un documento fidedigno de los motivos de renuncia de uno o de aceptación del otro, sea el verdadero interés. Ni siquiera creo que el principal objetivo del director, declarado “fan” de Francisco, sea el de “blanquear” la imagen del actual Papa, aún muy controvertida en su país natal (como el propio personaje reconoce en una de las líneas de diálogo) a raíz de lo acontecido durante la cruenta dictadura argentina de finales de los 70, hechos cuya narración trasciende en la trama. Tampoco creo que, como se ha criticado en algunos foros, el filme apueste por una presentación esquemática y maniquea de sus protagonistas, lo cual creo que es un reduccionismo que demuestra no haber entendido nada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Quiero remarcar lo de “inicialmente opuestas” del primer párrafo porque, de forma inteligente, el director plantea la historia como un diálogo de principio a fin entre los protagonistas, el cual se va desarrollando en cada uno de sus encuentros desde el momento en que el cardenal Bergoglio viaja a Roma con la idea de obtener permiso papal para jubilarse. Este diálogo parte del más absoluto y recíproco escepticismo personal, manifestado en sus diametralmente opuestas visiones sobre la doctrina católica, visiones bien conocidas por el gran público, cerrada y conservadora en el caso de Benedicto XVI, modernizadora y abierta en el caso de Francisco. Pero, ahí viene lo interesante, cuando a medida que avanza la película y nos alejamos del personaje, también va aflorando más la persona: tanto Ratzinger como Bergoglio se muestran en su faceta más humana e íntima, más de “ir por casa”, con su pasado, con sus temores, sus debilidades, dudas y culpas, y es entonces cuando su diálogo se torna más sincero, al punto que se conceden mutuamente un improvisado y emotivo sacramento de confesión. Logran de algún modo empatizar para darse cuenta de que, a pesar de la distancia que media en su pensamiento, tienen más en común de lo que hubieran jamás imaginado… es ahí cuando lo que inicialmente estaba confrontado ahora aparece como complementario, caras de una verdad poliédrica…
“A menudo nos sentimos perdidos, la noche oscura del alma” comenta un Ratzinger cansado y extrañamente condescendiente con su interlocutor (dicho sea, inconmensurables Hopkins y Pryce). Esa oscuridad, que puede presentarse en nuestras vidas, en la de cualquiera de nosotros seamos o no creyentes, de mil maneras distintas (como sentimiento de culpa por un error que causó un daño irreparable, como crisis de fe o existencial, como falta de valor para hacer lo que crees que debes en un momento dado, etc.) no es ajena tampoco a los ministros del Señor. “¡Usted es humano!” le espeta Ratzinger a un Bergoglio compungido, recordándole esa cualidad inherente del que está en Dios, pero no es Dios. ‘Errare humanum est’, pero lo que aún nos humaniza más es reconocer nuestros errores, y lo que nos acerca a Dios, porque nos hace humildes y nos aleja de nuestra proverbial soberbia, es aprender a perdonarnos, a nosotros, y entre nosotros. Y de eso es justamente de lo que creo que va realmente la película, su auténtico mensaje, el mensaje primordial del cristianismo por cierto: de cómo a través de un diálogo sincero podemos alcanzar ese perdón, que no es sino la luz que nos guía en esa “noche oscura del alma” hacia nuestra redención, hacia nuestra reconciliación con Dios. Como nos transmite la mística de San Juan de la Cruz, la noche solo es oscura cuando se apaga en nuestros corazones la llama de la fe. Una auténtica lección de humanidad (y también de fe) para nuestros días convulsos, a menudo instalados en la bronca permanente y la defensa a ultranza de unas supuestas esencias que la mayor parte de veces no obedecen sino a egos personales.
“A menudo nos sentimos perdidos, la noche oscura del alma” comenta un Ratzinger cansado y extrañamente condescendiente con su interlocutor (dicho sea, inconmensurables Hopkins y Pryce). Esa oscuridad, que puede presentarse en nuestras vidas, en la de cualquiera de nosotros seamos o no creyentes, de mil maneras distintas (como sentimiento de culpa por un error que causó un daño irreparable, como crisis de fe o existencial, como falta de valor para hacer lo que crees que debes en un momento dado, etc.) no es ajena tampoco a los ministros del Señor. “¡Usted es humano!” le espeta Ratzinger a un Bergoglio compungido, recordándole esa cualidad inherente del que está en Dios, pero no es Dios. ‘Errare humanum est’, pero lo que aún nos humaniza más es reconocer nuestros errores, y lo que nos acerca a Dios, porque nos hace humildes y nos aleja de nuestra proverbial soberbia, es aprender a perdonarnos, a nosotros, y entre nosotros. Y de eso es justamente de lo que creo que va realmente la película, su auténtico mensaje, el mensaje primordial del cristianismo por cierto: de cómo a través de un diálogo sincero podemos alcanzar ese perdón, que no es sino la luz que nos guía en esa “noche oscura del alma” hacia nuestra redención, hacia nuestra reconciliación con Dios. Como nos transmite la mística de San Juan de la Cruz, la noche solo es oscura cuando se apaga en nuestros corazones la llama de la fe. Una auténtica lección de humanidad (y también de fe) para nuestros días convulsos, a menudo instalados en la bronca permanente y la defensa a ultranza de unas supuestas esencias que la mayor parte de veces no obedecen sino a egos personales.