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Voto de Chris Jiménez:
8
26 de septiembre de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un hombre, una cabeza, un millón de dólares y la venganza como principal aliciente. Elementos que conforman el marco de una sangriente cacería...
y es que, cuando se mezcla la rabia con la codicia, hasta la mísera cabeza de un cadáver puede ser el desencadenante de los más violentos enfrentamientos. Pero...¿lo merece?
"Pat Garrett y Billy, "el Niño" ", uno de los más emblemáticos y desmitificadores "westerns" de la década de los '70, fue también uno de los golpes más duros para Sam Peckinpah: los productores boicotearon el montaje original y el film acabó sepultado bajo pésimas críticas, lo que dañó aún más la reputación del director de cara a los grandes estudios. Entonces se decidió a recuperar un guión planeado años atrás, cuando en mitad del rodaje de "La Balada de Cable Hogue" su amigo Frank Kowalski le propuso escribir un argumento a partir de una idea muy simple y un título: "Quiero la Cabeza de Alfredo García".
Ya en Inglaterra, donde se mudó para filmar "Perros de Paja", empezó a dar vida junto a Gordon Dawson a lo que a través de una maduración de más de tres años se acabaría convirtiendo en el film que nos ocupa. Peckinpah daría este guión al productor Martin Baum, quien había quedado encantado (y además tenía formada una asociación con la gente de la United Artists). Al proyecto se le dio luz verde y el cineasta empezaría el rodaje en sus queridas tierras mejicanas, gozando de una inusual libertad creativa aunque no sin renunciar a sus ya clásicas trifulcas con los miembros del equipo.
Esta peripecia se inicia, efectivamente, en el México profundo con una escena de apertura que queda inscrita en la más pura tradición del "western" cuyas terrosas tonalidades se mantendrán a lo largo del metraje, cuando la hija de un poderoso hacendado quede preñada sin desvelar nada a la familia; intolerable pérdida de honra a ojos de una severa tradición en la que la palabra de las mujeres es absolutamente inservible, desatándose así una cacería cuyos participantes se lanzan a por el padre de la criatura y su cabeza, valorada en un millón de dólares: Alfredo García ("macguffin" alrededor del cual pivotan los terribles sucesos que van a producirse).
Para Peckinpah, el sentido de lo amoral es vital a la hora de comprender los procederes del ser humano cuando el dinero es la máxima que guía sus acciones, y esa es precisamente la base de tan delirante persecución, en la cual se involucran un ex-soldado llamado Ben y su novia Elita, antigua amante del hombre a quien todos desean capturar, con los que recupera a los protagonistas de "La Huida" tergiversando y pervirtiendo una vez más esa tradición tan propia del cine americano de la pareja en fuga cuya esperanza es hallar un mundo y una vida mejor más allá de los límites que marcan el crimen y la codicia.
De esta forma el director vuelve a imprimir su particular punto de vista en la historia sobre la vida y la relación de las personas; se trata de una mirada íntima y cercana, directa y tremendamente humana, no obstante su enfoque no es unidireccional, sino que abarca cualquier faceta, desde la más honesta a la más repugnante, pasando del amor al horror y de la luminosa esperanza a la negrura existencial, todo ello mientras celebra la cruda belleza del paisaje mejicano impregnando al espectador con sus fuertes olores, colores y sonidos a lo largo de ese peligroso viaje en el que los protagonistas pondrán a prueba su coraje y confianza.
Será a raíz de una poderosa secuencia en la que Peckinpah toque la irrupción de lo real con un sentido de lo horrendo que por momentos se escora del lado del terror psicológico alcanzando directamente nuestro inconsciente (detallado en Zona Spoiler) cuando el film cambie de dirección del mismo modo que su protagonista, quien pasa de ser un hombre que camina por la cuerda floja de la moral gracias al amor de Elita a alguien que no tiene absolutamente nada que perder y cuya inquietud interior ya no está dominada por la ambición, sino por el odio y la venganza.
Un hombre que se embarca a una misión suicida con el objetivo de tocar el fondo de su violencia mientras asistimos a su progresiva degradación mental; el director provoca en esta segunda parte una fuerte impresión de malestar y desaliento, ofreciendo una paleta de sensaciones más tóxicas cuya única meta es traspasar el límite de lo demencial. Ben se dirige acompañado de la cabeza hacia a un destino apocalíptico; alrededor hay moscas, sangre y el calor sofocante del Sol de México. La experiencia es enfermiza, angustiante (tanto más cuanto que el hombre no hablará a la cabeza, sino al espíritu del que la tuvo sobre los hombros...).
Actor ya habitual de Peckinpah, Warren Oates se transforma en el perfecto modelo de "antihéroe" de su cine con su irascible y vigorosa encarnación de Ben, formando una fantástica pareja con la preciosa Isela Vega, el único contrapunto romántico a la historia; interesante esa otra pareja de gangsters de insinuado amor homosexual compuesta de los buenos Gig Young y Robert Webber. Kris Kristofferson tiene la oportunidad de aparecer en la escena más detestable, un innecesario paréntesis propio de un "sexploitation" que nadie sabe qué pinta ahí realmente (valga la ironía, pues en ciertas versiones dicho tramo está cortado).
Para algunos uno de los peores films de la Historia, para otros una inclasificable joya de la época y del director, incluido Takeshi Kitano, para quien es una de sus películas favoritas. Lo cierto es que es difícil sopesar un título como éste, el cual se decanta por el áspero "thriller" con espíritu de Jim Thompson y por la "road movie" más alucinatoria y degenerada.
Nadie escapa a la implacable atmósfera de este amargo relato de perdedores, asesinos, traidores y condenados, de sangre, pólvora, sudor, moscas, alcohol, lágrimas, dinero y polvo del desierto. Es, a todas luces, Peckinpah por los cuatro costados. Su última obra pura y auténtica.
y es que, cuando se mezcla la rabia con la codicia, hasta la mísera cabeza de un cadáver puede ser el desencadenante de los más violentos enfrentamientos. Pero...¿lo merece?
"Pat Garrett y Billy, "el Niño" ", uno de los más emblemáticos y desmitificadores "westerns" de la década de los '70, fue también uno de los golpes más duros para Sam Peckinpah: los productores boicotearon el montaje original y el film acabó sepultado bajo pésimas críticas, lo que dañó aún más la reputación del director de cara a los grandes estudios. Entonces se decidió a recuperar un guión planeado años atrás, cuando en mitad del rodaje de "La Balada de Cable Hogue" su amigo Frank Kowalski le propuso escribir un argumento a partir de una idea muy simple y un título: "Quiero la Cabeza de Alfredo García".
Ya en Inglaterra, donde se mudó para filmar "Perros de Paja", empezó a dar vida junto a Gordon Dawson a lo que a través de una maduración de más de tres años se acabaría convirtiendo en el film que nos ocupa. Peckinpah daría este guión al productor Martin Baum, quien había quedado encantado (y además tenía formada una asociación con la gente de la United Artists). Al proyecto se le dio luz verde y el cineasta empezaría el rodaje en sus queridas tierras mejicanas, gozando de una inusual libertad creativa aunque no sin renunciar a sus ya clásicas trifulcas con los miembros del equipo.
Esta peripecia se inicia, efectivamente, en el México profundo con una escena de apertura que queda inscrita en la más pura tradición del "western" cuyas terrosas tonalidades se mantendrán a lo largo del metraje, cuando la hija de un poderoso hacendado quede preñada sin desvelar nada a la familia; intolerable pérdida de honra a ojos de una severa tradición en la que la palabra de las mujeres es absolutamente inservible, desatándose así una cacería cuyos participantes se lanzan a por el padre de la criatura y su cabeza, valorada en un millón de dólares: Alfredo García ("macguffin" alrededor del cual pivotan los terribles sucesos que van a producirse).
Para Peckinpah, el sentido de lo amoral es vital a la hora de comprender los procederes del ser humano cuando el dinero es la máxima que guía sus acciones, y esa es precisamente la base de tan delirante persecución, en la cual se involucran un ex-soldado llamado Ben y su novia Elita, antigua amante del hombre a quien todos desean capturar, con los que recupera a los protagonistas de "La Huida" tergiversando y pervirtiendo una vez más esa tradición tan propia del cine americano de la pareja en fuga cuya esperanza es hallar un mundo y una vida mejor más allá de los límites que marcan el crimen y la codicia.
De esta forma el director vuelve a imprimir su particular punto de vista en la historia sobre la vida y la relación de las personas; se trata de una mirada íntima y cercana, directa y tremendamente humana, no obstante su enfoque no es unidireccional, sino que abarca cualquier faceta, desde la más honesta a la más repugnante, pasando del amor al horror y de la luminosa esperanza a la negrura existencial, todo ello mientras celebra la cruda belleza del paisaje mejicano impregnando al espectador con sus fuertes olores, colores y sonidos a lo largo de ese peligroso viaje en el que los protagonistas pondrán a prueba su coraje y confianza.
Será a raíz de una poderosa secuencia en la que Peckinpah toque la irrupción de lo real con un sentido de lo horrendo que por momentos se escora del lado del terror psicológico alcanzando directamente nuestro inconsciente (detallado en Zona Spoiler) cuando el film cambie de dirección del mismo modo que su protagonista, quien pasa de ser un hombre que camina por la cuerda floja de la moral gracias al amor de Elita a alguien que no tiene absolutamente nada que perder y cuya inquietud interior ya no está dominada por la ambición, sino por el odio y la venganza.
Un hombre que se embarca a una misión suicida con el objetivo de tocar el fondo de su violencia mientras asistimos a su progresiva degradación mental; el director provoca en esta segunda parte una fuerte impresión de malestar y desaliento, ofreciendo una paleta de sensaciones más tóxicas cuya única meta es traspasar el límite de lo demencial. Ben se dirige acompañado de la cabeza hacia a un destino apocalíptico; alrededor hay moscas, sangre y el calor sofocante del Sol de México. La experiencia es enfermiza, angustiante (tanto más cuanto que el hombre no hablará a la cabeza, sino al espíritu del que la tuvo sobre los hombros...).
Actor ya habitual de Peckinpah, Warren Oates se transforma en el perfecto modelo de "antihéroe" de su cine con su irascible y vigorosa encarnación de Ben, formando una fantástica pareja con la preciosa Isela Vega, el único contrapunto romántico a la historia; interesante esa otra pareja de gangsters de insinuado amor homosexual compuesta de los buenos Gig Young y Robert Webber. Kris Kristofferson tiene la oportunidad de aparecer en la escena más detestable, un innecesario paréntesis propio de un "sexploitation" que nadie sabe qué pinta ahí realmente (valga la ironía, pues en ciertas versiones dicho tramo está cortado).
Para algunos uno de los peores films de la Historia, para otros una inclasificable joya de la época y del director, incluido Takeshi Kitano, para quien es una de sus películas favoritas. Lo cierto es que es difícil sopesar un título como éste, el cual se decanta por el áspero "thriller" con espíritu de Jim Thompson y por la "road movie" más alucinatoria y degenerada.
Nadie escapa a la implacable atmósfera de este amargo relato de perdedores, asesinos, traidores y condenados, de sangre, pólvora, sudor, moscas, alcohol, lágrimas, dinero y polvo del desierto. Es, a todas luces, Peckinpah por los cuatro costados. Su última obra pura y auténtica.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Ya hemos llegado al ecuador de la película cuando Ben y Elita hacen su entrada en el poblado donde está enterrado el cuerpo del tan buscado Alfredo y cuya tumba el protagonista está dispuesto a profanar por la ansiada recompensa.
Todos sabemos que dicha acción, tan repugnante, tan desagradable, como es la de desenterrar el ataúd y cortarle la cabeza al cadáver, supone trascender todos los límites de la amoralidad e incluso la maldad, pero el dinero es el justificante, y el fin justifica los medios, suprimiendo toda culpa de conciencia. "No hay nada sagrado en un agujero en el suelo", se jactaba antes Ben. Llegada la noche la pareja se acerca a la tumba, y el anterior empieza a apartar las flores y las cruces con brusquedad; no es el olor de la muerte lo que está más próximo, sino el olor del dinero.
Ben abre el ataúd y Elita abandona el lugar, asqueada y triste. Por fin vemos el cadáver pero nunca el rostro; Alfredo sigue manteniendo, de algún modo, su condición de "macguffin". Llegado a este punto la sensación es de angustia y al espectador (por lo menos el más timorato) le es imposible situarse del lado del protagonista; la tensión se eleva paulatinamente hasta el momento en que Ben se dedice a cercenar la cabeza...pero será algo que nunca sucederá.
Con el seco golpe de una pala, Peckinpah ha puesto los elementos y la suerte en contra y ha jugado tanto con nosotros como con su protagonista. Una mano emerge de la tumba tras una pequeña elipsis, que no es la de Alfredo, claro, es la Ben, que resucita de su desmayo; a su lado yace Elita, sin vida, entre las capas de tierra y sobre el cuerpo degollado. La atmósfera se espesa por lo mostrado y el director ejecuta una maniobra de la fatalidad del destino; momento de total ruptura, el fin de una etapa y el comienzo de otra, el fin de la esperanza y el amor y el comienzo de la locura y la venganza.
"¡Quédate con él, maldita sea...quédate!". Ben hace lo posible por levantar a su dama sin vida; es incapaz y furioso la acaba soltando sobre el decapitado Alfredo. En unos pocos planos sencillos y entre las sombras de la noche, Peckinpah parece remitir al más puro horror psicológico sirviéndose de un realismo bastante sobrecogedor. Las lágrimas se mezclan con la tierra, no hay final feliz, Elita se despega de los brazos de su amado para ir a parar a los de su antiguo amante. Una fatalidad del amor expresada en su forma más horrenda que eriza el vello y desplaza las líneas de lo real sin ostentoso efecto.
Un accidente inesperado, un poderoso momento que perdura por su crudeza y agria violencia, una secuencia memorable de quiebro cuyos pliegues navegan en esa frontera tenue entre la vida y la muerte.
El cineasta roza la alucinación como si quisiera desahuciar el oropel estilístico y romántico del film en beneficio de una trágica extrañeza y de una tonalidad a la vez respulsiva, absurda y dramática. A partir de aquí nada será igual, ni la película ni el protagonista...
Todos sabemos que dicha acción, tan repugnante, tan desagradable, como es la de desenterrar el ataúd y cortarle la cabeza al cadáver, supone trascender todos los límites de la amoralidad e incluso la maldad, pero el dinero es el justificante, y el fin justifica los medios, suprimiendo toda culpa de conciencia. "No hay nada sagrado en un agujero en el suelo", se jactaba antes Ben. Llegada la noche la pareja se acerca a la tumba, y el anterior empieza a apartar las flores y las cruces con brusquedad; no es el olor de la muerte lo que está más próximo, sino el olor del dinero.
Ben abre el ataúd y Elita abandona el lugar, asqueada y triste. Por fin vemos el cadáver pero nunca el rostro; Alfredo sigue manteniendo, de algún modo, su condición de "macguffin". Llegado a este punto la sensación es de angustia y al espectador (por lo menos el más timorato) le es imposible situarse del lado del protagonista; la tensión se eleva paulatinamente hasta el momento en que Ben se dedice a cercenar la cabeza...pero será algo que nunca sucederá.
Con el seco golpe de una pala, Peckinpah ha puesto los elementos y la suerte en contra y ha jugado tanto con nosotros como con su protagonista. Una mano emerge de la tumba tras una pequeña elipsis, que no es la de Alfredo, claro, es la Ben, que resucita de su desmayo; a su lado yace Elita, sin vida, entre las capas de tierra y sobre el cuerpo degollado. La atmósfera se espesa por lo mostrado y el director ejecuta una maniobra de la fatalidad del destino; momento de total ruptura, el fin de una etapa y el comienzo de otra, el fin de la esperanza y el amor y el comienzo de la locura y la venganza.
"¡Quédate con él, maldita sea...quédate!". Ben hace lo posible por levantar a su dama sin vida; es incapaz y furioso la acaba soltando sobre el decapitado Alfredo. En unos pocos planos sencillos y entre las sombras de la noche, Peckinpah parece remitir al más puro horror psicológico sirviéndose de un realismo bastante sobrecogedor. Las lágrimas se mezclan con la tierra, no hay final feliz, Elita se despega de los brazos de su amado para ir a parar a los de su antiguo amante. Una fatalidad del amor expresada en su forma más horrenda que eriza el vello y desplaza las líneas de lo real sin ostentoso efecto.
Un accidente inesperado, un poderoso momento que perdura por su crudeza y agria violencia, una secuencia memorable de quiebro cuyos pliegues navegan en esa frontera tenue entre la vida y la muerte.
El cineasta roza la alucinación como si quisiera desahuciar el oropel estilístico y romántico del film en beneficio de una trágica extrañeza y de una tonalidad a la vez respulsiva, absurda y dramática. A partir de aquí nada será igual, ni la película ni el protagonista...