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Voto de Chris Jiménez:
6
Drama Australia, 1835. El sobrino del gobernador, Charles Adare (Michael Wilding), que acaba de llegar de Inglaterra, está invitado a cenar en casa de Sam Flusky (Joseph Cotten), un antiguo presidiario que ha hecho fortuna y que está casado con una de una prima de Charles, Lady Harrietta (Ingrid Bergman). Charles descubre que su prima, que se ha convertido en una alcohólica, está aterrorizada por su ama de llaves Milly (Margaret Leighton) y, ... [+]
14 de agosto de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Eso se posa en nosotros tras enfrentar las sensaciones que la atmósfera de esta historia situada en tiempos coloniales nos va impregnando, historia de amor y tragedia, amor y sacrificio, amor y mentira, y una de esas que o bien resultan un milagro o todo un fracaso...

Lo segundo por desgracia, y en el momento en que Alfred Hitchcock es el director de suspense más admirado, si bien no dejaba de hallar en su camino un fracaso tras otro; cuesta saber qué se le pasó realmente por la cabeza (admitió que le impulsó una cuestión de puro orgullo y también su musa Ingrid Bergman) para arriesgar Transatlantic Pictures, su recién creada asociación con el productor Sidney Bernstein, en una empresa como "Under Capricorn", difícil de encajar desde todos los ángulos para que pudiese satisfacer al público de entonces...
Pues nada encaja en su indiosincrasia cinematográfica. Un drama de época, en el siglo XIX, y encargándose de un guión por parte del dramaturgo Osborne Mavor, que viene a ser la adaptación de una adaptación de una adaptación, aunque en esencia todo procede de la novela homónima de Helen de Guerry Simpson; así el inglés regresa a su tierra natal tras una década para una abultada producción. Y la escena inicial, donde bajo la narración de Edmond O'Brien se recrea esa Australia colonial a todo color y con gran lujo de detalles (magníficas las labores de dirección artística y fotografía de Thomas Morahan y Jack Cardiff), así lo atestigua.

En la historia en sí entramos como meros espectadores de la mano de alguien cuyo periplo es un tanto diferente del de la novela y que sirve de nuestros ojos y oídos, un Charles recién llegado de Irlanda al continente para labrarse un porvenir; interpretado por el insulso Michael Wilding, este personaje representa el paradigma de la socarronería que despide el guión de Mavor y que brota ácida hacia las altas sociedades y la nobleza entre interacciones interminables filmadas en largos planos-secuencia, con los que el director se explaya, del mismo modo que en "La Soga", pero perfeccionando aún más su técnica tras la cámara.
Uno de estos instantes para recordar por siempre es el plano de presentación de Henrietta, desde sus pies, para señalar desde el principio su condición frente a los caballeros que han visitado su mansión. Ella, una aristócrata fugada de su país, el hombre con quien comparte su vida, Sam, un ex-convicto transformado en hombre rico, y ambos blanco de la calumnia y desconfianza de los nobles que los rodean con su cinismo; antes de entrar, y se alza como otra muestra del talento del cineasta con respecto a la profundidad de campo, la situación de los personajes y el tiempo para crear un gran impacto dramático, Charles observa desde fuera, lo acontencido en la mansión.

Mansión rodeada de misterio y una atmósfera un tanto irrespirable, con ecos de la de Manderley, que ya conocimos en "Rebecca", o la del clásico de Patrick Hamilton, "Gaslight". Entre sus muros la tortura, el silencio insoportable, la envidia, la adicción y sobre todo la culpa, o más bien la transferencia de culpabilidad, germina de forma invasiva; sin embargo, todo atisbo de suspense que pudiéramos imaginar se diluye en una tragedia emocional y sobrecargada, típico del melodrama de época, y por cuyos planos-secuencia soberbios y pictórica y evocadora puesta en escena, planean las sombras de Brönte, Fleming, Wyler y, cómo no, DeMille.
Mientras Henrietta, con su matrimonio en plena degeneración, protagoniza una versión no muy distinta del romance fatal entre los Heathcliff y Catherine de "Cumbres Borrascosas", Charles se convierte poco a poco en una esquina, no del triángulo, sino del cuadrado amoroso que tiene aquí lugar, donde interviene un ama de llaves (Milli, siniestra Margaret Leighton) que rivaliza en perfidia con la sra. Danvers y se convierte no sólo en el personaje que acciona los momentos de auténtico suspense (el del veneno, clásico "hitchcockiano"), sino en el motor del argumento.

Pero su manera de desarrollarse se excede en lirismo, minuciosidad para con lo formal y los diálogos, en especial los diálogos, sobre el papel magníficos pero no en pantalla, y quizás el pasado de la (anti-)heroína de Bergman suscite más interés que este presente; a ella le pertenece por pleno derecho, y en ella centra su atención la cámara más que en un Joseph Cotten áspero y violento y no quedando en buenos términos con el director por su comportamiento durante el difícil rodaje. Pero a la sueca es como si le acariciara y se hipnotizara con su belleza en cada plano.
Henrietta, como la Alicia de "Encadenados", es otra Perséfone, pero su resurrección está bañada de simbolismo cristiano (así se afirma desde la entrada a la mansión en lengua aborigen, evocando las palabras de Jesús a María Magdalena afligida); la fascinación por la actriz, sublime, brilla sobre todo durante la confesión ante Charles. Es ella, y no el marido, la culpable de un suceso pasado que les atormenta (idéntica situación a la del clásico de DeMille "La Estafa"); en el libro esta información no tiene incidencia dramática alguna, pero Hitchcock hace de ella el punto cumbre de la obra filmando una extensa secuencia vibrante de Bergman...

Ojalá viésemos ese pasado, toda una historia de amor, traición familiar, vergüenza, culpa, exilio y redención en la mejor tradición "bröntiana" que sólo podemos escuchar narrada. El inglés no se sorprendería por el fiasco de "Under Capricorn", el mayor de su carrera, despreciado por público y crítica, si bien con el paso del tiempo se ha ido reivindicando su valor, en especial en Europa.
La propia actriz contribuyó al batacazo cuando bajo una indignación general se supo su "affair" con el casado Roberto Rossellini y su posterior embarazo; nunca volvería a trabajar con el cineasta y nunca más se sabría de Transatlantic Pictures. Así finalizó éste su agitado y no menos emocionante periplo por la década de los '40 para embarcarse en otra muy distinta...
Chris Jiménez
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