Media votos
6,4
Votos
2.215
Críticas
2.188
Listas
68
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
- Sus redes sociales
-
Compartir su perfil
Voto de Chris Jiménez:
9
7,3
1.540
Terror. Drama. Fantástico
Una mujer y su nuera son atacadas y violadas por un grupo de samuráis, que las asesinan cuando prenden fuego a la cabaña en que ellas viven. Poco después, dos mujeres muy parecidas a las muertas entran en escena, atrayendo a samuráis solitarios hasta su casa con oscuras y vengativas intenciones. (FILMAFFINITY)
31 de enero de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sopla el viento. Fuerte, tanto que parece va a quebrar las copas de los árboles. Bajo éstas resisten inmóviles los juncos.
Se mecen, se rozan, en una danza sugerente de extraña quietud ajena al ajetreo exterior. Su fuerza invisible y su temple no pueden ser contemplados. Ocultan, protegen, a los espíritus del bosque...
Desde el mismísimo principio la cámara quiere adentrarnos en su reino de paz y silencio sepulcral, la cámara de un Kaneto Shindo preparado para el gran salto de su carrera, el definitivo, a finales de unos años '60 que con mucho esfuerzo ha superado hasta alcanzar el reconocimiento internacional. Sobre todo es gracias a su inclasificable "Onibaba", donde con sabiduría mezcló liberación sexual, comentario sociopolítico, violencia y horror de tradición folklórica; tras una serie de títulos enfocados de nuevo en el sexo y las bajas pasiones, más próximos a Oshima o Imamura, vuelve al terreno de la fantasía histórica con otro relato de orígenes ancestrales.
Las puertas de Rajo-mon a un lado, el bosque impenetrable al otro, dos mujeres expuestas al horror masculino y al horror de la guerra; es inevitable pensar en el antiguo cuento "Yabu no Naka" de Ryunosuke Akutagawa como una posible influencia, el mismo que sirvió años antes a Kurosawa para su "Rasho-mon". Los rostros desencajados de los feroces guerreros hambrientos ofrecen una imagen escalofriante, más aún al atravesar con sus ojos de locos a las pobres a quienes han arrebatado su comida; Shindo ya da muestras de genio en sus primeros planos, y, con ayuda de su operador Kiyomi Kuroda, en el manejo de luces y sombras y los ambientes.
Este prólogo, brutal e indigesto, a simple vista puede parecer algo innecesario, pero entonces introduce el elemento culpable de llevar el drama a una realidad distinta, y es la presencia de un gato negro (según él, simbolizando la pobreza y baja condición social de las protagonistas). A partir de aquí, en un salto de tiempo no mencionado, ya somos parte de lo desconocido. Al paso de un samurái perdido en la noche frente al monumento de Rajo-mon, una muchacha de vestidos elegantes se le aproxima; bromea con la idea de un fantasma sin percatarse del engaño, pero su presagio es auténtico. Un santuario de aire ceremonioso a modo de cabaña surge de entre los árboles, la neblina todo lo cubre, el sigilo se extiende...
Vuelve así el Shindo creador de atmósferas que se quedó en "Onibaba", pero esta vez, disponiendo de un presupuesto mayor, más refinado, más estilizado que nunca, sustituyendo el paisaje áspero y grotesco de cortaderas de aquélla por la hermosura inquietante de los juncos. Y las mujeres que sufrieron a manos de los hombres tiempo atrás utilizan los poderes del Mal para ahora atraerlos a un lugar atemporal, perdido en el tiempo y el espacio, suspendido entre la nada y la eternidad; "Kuroneko" no expone el exceso surrealista y colorido tan ligado a las películas de horror del momento (esas con las que Shintoho ganó tanta popularidad, por ejemplo...).
Shindo evoca los movimientos gráciles y la belleza etérea del teatro noh, y desliza su cámara por el escenario trazando una línea indivisible entre lo tangible y lo intangible, al igual que Kobayashi, Kurosawa e inspirado en Mizoguchi y sus "Cuentos de la Luna Pálida"...pero reuniendo al final los dos mundos en un clímax tomado por la irrupción de lo horrendo, lo espantoso. Una garra peluda, colmillos afilados, la sangre y gritos que rompen la quietud; implacable venganza femenina contra la soberbia del samurái de clase alta, adorador de la gloria y la batalla. Sólo han pasado los primeros 20 minutos.
Muy clara la pretensión del director de introducir sus ideales izquierdistas, su visión cruel y despiadada de la nobleza en su fábula, de ahí la importancia del prólogo: mientras otros habrían empezado el film con una aparición fantasmal sin ninguna conexión y haber desarrollado la trama a partir de ella, Shindo se sirve de la fatalidad de la Historia, la violencia de la guerra y los hombres, el dominio de la clase poderosa y la opresión a los pobres (sólo a través de maldiciones y actos demoníacos éstos últimos pueden castigar a los privilegiados que se enriquecen con la masacre). Quizás se recurra al popular subgénero del "bake-neko", pero el horror llega por numerosos motivos, más allá de las fantasías y leyendas.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Sería la última vez que haría gala de tal maestría, encaminándose hacia un tipo de cine algo distinto, pero sin perder su toque ni temas característicos.
Y si bien "Kuroneko" no llegó a obtener ni siquiera una entrada para competir por el Oscar a Mejor Película Extranjera, sigue siendo, 55 años después, uno de los títulos imprescindibles y más influyentes no sólo del "j-horror" (aunque eso sería simplificarlo injustamente...) ni del cine japonés, sino del cine universal, con pleno derecho.
Se mecen, se rozan, en una danza sugerente de extraña quietud ajena al ajetreo exterior. Su fuerza invisible y su temple no pueden ser contemplados. Ocultan, protegen, a los espíritus del bosque...
Desde el mismísimo principio la cámara quiere adentrarnos en su reino de paz y silencio sepulcral, la cámara de un Kaneto Shindo preparado para el gran salto de su carrera, el definitivo, a finales de unos años '60 que con mucho esfuerzo ha superado hasta alcanzar el reconocimiento internacional. Sobre todo es gracias a su inclasificable "Onibaba", donde con sabiduría mezcló liberación sexual, comentario sociopolítico, violencia y horror de tradición folklórica; tras una serie de títulos enfocados de nuevo en el sexo y las bajas pasiones, más próximos a Oshima o Imamura, vuelve al terreno de la fantasía histórica con otro relato de orígenes ancestrales.
Las puertas de Rajo-mon a un lado, el bosque impenetrable al otro, dos mujeres expuestas al horror masculino y al horror de la guerra; es inevitable pensar en el antiguo cuento "Yabu no Naka" de Ryunosuke Akutagawa como una posible influencia, el mismo que sirvió años antes a Kurosawa para su "Rasho-mon". Los rostros desencajados de los feroces guerreros hambrientos ofrecen una imagen escalofriante, más aún al atravesar con sus ojos de locos a las pobres a quienes han arrebatado su comida; Shindo ya da muestras de genio en sus primeros planos, y, con ayuda de su operador Kiyomi Kuroda, en el manejo de luces y sombras y los ambientes.
Este prólogo, brutal e indigesto, a simple vista puede parecer algo innecesario, pero entonces introduce el elemento culpable de llevar el drama a una realidad distinta, y es la presencia de un gato negro (según él, simbolizando la pobreza y baja condición social de las protagonistas). A partir de aquí, en un salto de tiempo no mencionado, ya somos parte de lo desconocido. Al paso de un samurái perdido en la noche frente al monumento de Rajo-mon, una muchacha de vestidos elegantes se le aproxima; bromea con la idea de un fantasma sin percatarse del engaño, pero su presagio es auténtico. Un santuario de aire ceremonioso a modo de cabaña surge de entre los árboles, la neblina todo lo cubre, el sigilo se extiende...
Vuelve así el Shindo creador de atmósferas que se quedó en "Onibaba", pero esta vez, disponiendo de un presupuesto mayor, más refinado, más estilizado que nunca, sustituyendo el paisaje áspero y grotesco de cortaderas de aquélla por la hermosura inquietante de los juncos. Y las mujeres que sufrieron a manos de los hombres tiempo atrás utilizan los poderes del Mal para ahora atraerlos a un lugar atemporal, perdido en el tiempo y el espacio, suspendido entre la nada y la eternidad; "Kuroneko" no expone el exceso surrealista y colorido tan ligado a las películas de horror del momento (esas con las que Shintoho ganó tanta popularidad, por ejemplo...).
Shindo evoca los movimientos gráciles y la belleza etérea del teatro noh, y desliza su cámara por el escenario trazando una línea indivisible entre lo tangible y lo intangible, al igual que Kobayashi, Kurosawa e inspirado en Mizoguchi y sus "Cuentos de la Luna Pálida"...pero reuniendo al final los dos mundos en un clímax tomado por la irrupción de lo horrendo, lo espantoso. Una garra peluda, colmillos afilados, la sangre y gritos que rompen la quietud; implacable venganza femenina contra la soberbia del samurái de clase alta, adorador de la gloria y la batalla. Sólo han pasado los primeros 20 minutos.
Muy clara la pretensión del director de introducir sus ideales izquierdistas, su visión cruel y despiadada de la nobleza en su fábula, de ahí la importancia del prólogo: mientras otros habrían empezado el film con una aparición fantasmal sin ninguna conexión y haber desarrollado la trama a partir de ella, Shindo se sirve de la fatalidad de la Historia, la violencia de la guerra y los hombres, el dominio de la clase poderosa y la opresión a los pobres (sólo a través de maldiciones y actos demoníacos éstos últimos pueden castigar a los privilegiados que se enriquecen con la masacre). Quizás se recurra al popular subgénero del "bake-neko", pero el horror llega por numerosos motivos, más allá de las fantasías y leyendas.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Sería la última vez que haría gala de tal maestría, encaminándose hacia un tipo de cine algo distinto, pero sin perder su toque ni temas característicos.
Y si bien "Kuroneko" no llegó a obtener ni siquiera una entrada para competir por el Oscar a Mejor Película Extranjera, sigue siendo, 55 años después, uno de los títulos imprescindibles y más influyentes no sólo del "j-horror" (aunque eso sería simplificarlo injustamente...) ni del cine japonés, sino del cine universal, con pleno derecho.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Y ello establece un nexo de unión indisoluble con la anterior "Onibaba", de profundos temas bajo su manto de oscuridad onírica, tomando prestados su esquema argumental y algunos personajes, pues de nuevo una madre (interpretada, cómo no, por la brillante Nobuko Otowa) y una esposa se han apartado de la sociedad, sufren las penurias del periodo de guerra y esperan el retorno del hijo/marido, lo cual sí sucede en esta ocasión; pero es un retorno amargo.
En esta sangrienta era, Gintoki ha saboreado la victoria y la muerte en el campo de batalla, y así es condecorado por el legendario comandante Yorimitsu Minamoto, convertido en un repulsivo arrogante.
La intriga se construirá entonces alrededor del descubrimiento del joven sobre la desaparición de su hogar y el encuentro con su madre y su mujer; el choque planteado por el cineasta es demoledor. Tanto más cuanto que aquél es ahora un samurái, laureado como la docena que cruzó anteriormente el entramado de juncos para acabar en la treta de las dos mujeres-espectro...y sin embargo, en un gesto inesperado, se apela a la pura humanidad, más incluso de lo que se hizo en el film de 1.964, donde el deseo individual, en especial el la de libertad sexual, se enfrentaba a los miedos de la superstición.
Ahora cristaliza de mejor manera. Mientras Gintoki, a quien se le ha encomendado la tarea de acabar con la amenaza de los espíritus, desafía su estado actual de privilegiado guerrero, su esposa Shige (hermosísima Kiwako Taichi) y su madre sufren al estar atadas a un juramento espiritual; será la pareja quien luche contra dichas ataduras, la de la condición social y la de la tradición religiosa, y simplemente por amor. Shindo teje este romance entre el mundo real y el mundo invisible con su particular gusto por el melodrama, entre los pliegues sensibles del imaginario de pálidos seres en el cual nos sumerge con suma delicadeza.
Su fijación por el movimiento y la aproximación corporal en plano-detalle y la sensualidad mórbida recuerda al erotismo sórdido de Yoshida, Teshigahara o Shinoda; él va más allá de la pura abstracción, elevándolo al significado de transgresión de las reglas establecidas en ambas realidades (la de los humanos y la de los fantasmas). En última instancia, sacrificada el alma de la joven, sólo queda la madre, quien sucumbe al poder demoníaco (como su homóloga de "Onibaba"), lo que acaba venciendo al poder social, realmente débil, apoyado en falsas creencias.
La prueba está en las palabras de Minamoto, un tipejo con los pies en la tierra, responsable de desentrañar el misterio del monte Oe y su mítico demonio Shuten-doji, alguien que confía en el poder sagrado de la casta guerrera, sin entender cómo puede ser odiada por los demás (Shindo juega con el tiempo y la exactitud histórica, ya que el comandante falleció en una era anterior al establecimiento de la clase samurái y lo situa, quizás, en el periodo Muromachi, o Heian, haciendo de su denuncia un alegato universal, válido para cualquier era). Por lo tanto, una creencia inútil.
El joven, engañado por su madre, es despojado de sus obligaciones y llevado a la tierra donde moran en calma los demonios y otras criaturas invisibles, a lo largo de un clímax de fascinante imaginería y poder visual. El blanco y negro vaporoso y la teatralización de la puesta en escena hace cruzar nuestro inconsciente, igual que al anterior, por las puertas de las diversas realidades sin tan siquiera percibir la oscilación entre ambos mundos.
El nipón se consagra como un genio de las formas y el estilo, la aplicación de la belleza del noh al uso cinematográfico, y un narrador inteligente que logra dar una dimensión mucho mayor a un género considerado para el consumo de masas.
En esta sangrienta era, Gintoki ha saboreado la victoria y la muerte en el campo de batalla, y así es condecorado por el legendario comandante Yorimitsu Minamoto, convertido en un repulsivo arrogante.
La intriga se construirá entonces alrededor del descubrimiento del joven sobre la desaparición de su hogar y el encuentro con su madre y su mujer; el choque planteado por el cineasta es demoledor. Tanto más cuanto que aquél es ahora un samurái, laureado como la docena que cruzó anteriormente el entramado de juncos para acabar en la treta de las dos mujeres-espectro...y sin embargo, en un gesto inesperado, se apela a la pura humanidad, más incluso de lo que se hizo en el film de 1.964, donde el deseo individual, en especial el la de libertad sexual, se enfrentaba a los miedos de la superstición.
Ahora cristaliza de mejor manera. Mientras Gintoki, a quien se le ha encomendado la tarea de acabar con la amenaza de los espíritus, desafía su estado actual de privilegiado guerrero, su esposa Shige (hermosísima Kiwako Taichi) y su madre sufren al estar atadas a un juramento espiritual; será la pareja quien luche contra dichas ataduras, la de la condición social y la de la tradición religiosa, y simplemente por amor. Shindo teje este romance entre el mundo real y el mundo invisible con su particular gusto por el melodrama, entre los pliegues sensibles del imaginario de pálidos seres en el cual nos sumerge con suma delicadeza.
Su fijación por el movimiento y la aproximación corporal en plano-detalle y la sensualidad mórbida recuerda al erotismo sórdido de Yoshida, Teshigahara o Shinoda; él va más allá de la pura abstracción, elevándolo al significado de transgresión de las reglas establecidas en ambas realidades (la de los humanos y la de los fantasmas). En última instancia, sacrificada el alma de la joven, sólo queda la madre, quien sucumbe al poder demoníaco (como su homóloga de "Onibaba"), lo que acaba venciendo al poder social, realmente débil, apoyado en falsas creencias.
La prueba está en las palabras de Minamoto, un tipejo con los pies en la tierra, responsable de desentrañar el misterio del monte Oe y su mítico demonio Shuten-doji, alguien que confía en el poder sagrado de la casta guerrera, sin entender cómo puede ser odiada por los demás (Shindo juega con el tiempo y la exactitud histórica, ya que el comandante falleció en una era anterior al establecimiento de la clase samurái y lo situa, quizás, en el periodo Muromachi, o Heian, haciendo de su denuncia un alegato universal, válido para cualquier era). Por lo tanto, una creencia inútil.
El joven, engañado por su madre, es despojado de sus obligaciones y llevado a la tierra donde moran en calma los demonios y otras criaturas invisibles, a lo largo de un clímax de fascinante imaginería y poder visual. El blanco y negro vaporoso y la teatralización de la puesta en escena hace cruzar nuestro inconsciente, igual que al anterior, por las puertas de las diversas realidades sin tan siquiera percibir la oscilación entre ambos mundos.
El nipón se consagra como un genio de las formas y el estilo, la aplicación de la belleza del noh al uso cinematográfico, y un narrador inteligente que logra dar una dimensión mucho mayor a un género considerado para el consumo de masas.