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Voto de Chris Jiménez:
10
8,1
20.882
Comedia
En una pequeña ciudad provinciana, a unas burguesas ociosas se les ocurre la idea de organizar una campaña navideña cuyo lema es: "Siente a un pobre a su mesa". Se trata de que los más necesitados compartan la cena de Nochebuena con familias acomodadas y disfruten del calor y el afecto que no tienen. Plácido ha sido contratado para participar con su motocarro en la cabalgata, pero surge un problema que le impide centrarse en su trabajo: ... [+]
30 de marzo de 2021
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¿Qué mejor momento del año para demostrar uno su inmensa benevolencia y caridad? Porque son fechas de compartir, olvidar las diferencias sociales y arrimar el hombro para sostener al prójimo...
antes de que se caiga de boca sobre el arroyo del que todos salimos y se percate de la pantomima...
1.961 fue un año en el que se engendraron enormes obras del cine como "El Buscavidas", "Uno, Dos, Tres", "El Juicio de Nuremberg", "Yojimbo” o "Como en un Espejo"; en la 34.ª ceremonia de los Oscar el premio a Mejor Película Extranjera se lo acaba llevando la del maestro sueco. Pero ahí está compitiendo también una pequeña gran maravilla llamada "Plácido" que ha supuesto un paso adelante no sólo en la carrera de su director, sino en la de la propia evolución de todo el cine español. Será, por tanto, sinónimo de ruptura entre una etapa y otra en lo que se refiere a clasicismo y modernismo.
En ese momento el sr. Luis G. Berlanga ha levantado polvaredas de controversia con su brutal sátira sobre la hipocresía religiosa en "Los Jueves, Milagro"; debido a ello se mantiene en un semiforzado retiro de su profesión...hasta que hace buenas migas con el prestigioso guionista Rafael Azcona. Este encuentro, milagroso, determina su colaboración para un proyecto más grande del valenciano, inspirado en un suceso tan real pero increíble como fue una campaña propuesta por el Gobierno del general Francisco Franco para que los burgueses y gente de clase alta compartiera su comida con los más desfavorecidos, bautizada "Siente a un pobre a su mesa".
Así precisamente es como quiso llamar el director a su película, pero la censura de la época se cruzó en su camino y se ha quedado con el nombre que todos conocemos, el de su protagonista y guía del esperpento que vamos a presenciar en la ciudad catalana de Manresa. De todas formas no es correcto considerar a "Plácido" obra de un solo personaje principal, pues Berlanga decide romper con su propio cine y construir una fábula a base de historias cruzadas, que plasmará en pantalla por medio de elaboradísimos planos-secuencia para dotar de una profundidad nunca vista a las situaciones colectivas.
Esta visión es fundamental para contemplar en su totalidad el revuelo que se ha armado en esa ciudad tan española como otra cualquiera de la España de la época franquista y el "boom" industrial. Mientras el irritante Gabino dirige el gran proyecto para que ricos y pobres compartan el hogar en Nochebuena, un desesperado Plácido se ve acorralado al vencerle la letra de su motocarro, usado para la campaña y único medio de existencia de su numerosa familia; se podría observar su viaje, conducido por la desagradable burocracia de las instituciones legales, como un peregrinaje aciago y terrible a través de numerosos sucesos importantes que vienen a destapar la verdad sobre las apariencias con respecto a esa labor social.
Porque la idea procede, cómo no, de los burgueses del lugar, por tanto, y debido a la evidente hipocresía, Berlanga nos sumerge, con toda su destreza tras la cámara, en los farragosos abismos de un mundo demasiado malévolo como para plantear su discurso en tan solo 1 hora y media.
Una compañía de menaje patrocina la subasta donde famosos actores son comprados como muebles de segunda mano por los ciudadanos de clase media-alta; éstos, regodeándose en su propia crapulencia, discuten sobre qué pobre van a llevarse a casa; el representante de los famosos, como es lógico, discute su comisión por toda esa buena labor que están realizando.
Mientras tanto, en el submundo, Plácido es manipulado por los bien trajeados banqueros, notarios y empleados de oficina; a su mujer Emilia le va a dar un ataque por tener que estar paseando a los niños de aquí para allá siguiéndole a todas partes; y su hermano Julián es estafado por un vendedor de cestas de Navidad. Y entre medias de este caos, un locutor de radio disfraza con mentiras muy bien urdidas la situación vivida en las casas de los ricos que han acogido a "su pobre". Mario Mattoli, Vitorio de Sica, Roberto Rossellini o Renato Castellani podían haber dirigido el film, y es que cada secuencia, plano o encuadre exhala el olor del neorrealismo más amargo, todo impregnado con el espíritu de Frank Capra, Billy Wilder, Ernst Lubitsch, Frank Borzage y Charles Chaplin.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
"Plácido" pasó la censura y se ganó todos los elogios de crítica y público, hasta llevar a Berlanga a la ceremonia de los Oscar, donde perdió contra Bergman, pero también llevó el cine español a un nuevo nivel de modernismo que sólo era posible alcanzar en el cine internacional, y demostrar que, pese al progreso y el avance, la sociedad seguía siendo la misma. Pero aquí me cabe un interrogante. Una vez el director acabó su obra maestra y recogió los altos beneficios que le reportó, ¿fue a su ciudad natal y los repartió con los pobres del lugar o simplemente comentó con sus colegas de la élite intelectual patria (burgueses, claro) lo sincera y honesta que era su película con respecto a la situación del país entre las pertinentes y autocomplacientes altanerías, risas y champagne igual que los personajes ricos que la protagonizaban?
Da que pensar, ¿verdad?
antes de que se caiga de boca sobre el arroyo del que todos salimos y se percate de la pantomima...
1.961 fue un año en el que se engendraron enormes obras del cine como "El Buscavidas", "Uno, Dos, Tres", "El Juicio de Nuremberg", "Yojimbo” o "Como en un Espejo"; en la 34.ª ceremonia de los Oscar el premio a Mejor Película Extranjera se lo acaba llevando la del maestro sueco. Pero ahí está compitiendo también una pequeña gran maravilla llamada "Plácido" que ha supuesto un paso adelante no sólo en la carrera de su director, sino en la de la propia evolución de todo el cine español. Será, por tanto, sinónimo de ruptura entre una etapa y otra en lo que se refiere a clasicismo y modernismo.
En ese momento el sr. Luis G. Berlanga ha levantado polvaredas de controversia con su brutal sátira sobre la hipocresía religiosa en "Los Jueves, Milagro"; debido a ello se mantiene en un semiforzado retiro de su profesión...hasta que hace buenas migas con el prestigioso guionista Rafael Azcona. Este encuentro, milagroso, determina su colaboración para un proyecto más grande del valenciano, inspirado en un suceso tan real pero increíble como fue una campaña propuesta por el Gobierno del general Francisco Franco para que los burgueses y gente de clase alta compartiera su comida con los más desfavorecidos, bautizada "Siente a un pobre a su mesa".
Así precisamente es como quiso llamar el director a su película, pero la censura de la época se cruzó en su camino y se ha quedado con el nombre que todos conocemos, el de su protagonista y guía del esperpento que vamos a presenciar en la ciudad catalana de Manresa. De todas formas no es correcto considerar a "Plácido" obra de un solo personaje principal, pues Berlanga decide romper con su propio cine y construir una fábula a base de historias cruzadas, que plasmará en pantalla por medio de elaboradísimos planos-secuencia para dotar de una profundidad nunca vista a las situaciones colectivas.
Esta visión es fundamental para contemplar en su totalidad el revuelo que se ha armado en esa ciudad tan española como otra cualquiera de la España de la época franquista y el "boom" industrial. Mientras el irritante Gabino dirige el gran proyecto para que ricos y pobres compartan el hogar en Nochebuena, un desesperado Plácido se ve acorralado al vencerle la letra de su motocarro, usado para la campaña y único medio de existencia de su numerosa familia; se podría observar su viaje, conducido por la desagradable burocracia de las instituciones legales, como un peregrinaje aciago y terrible a través de numerosos sucesos importantes que vienen a destapar la verdad sobre las apariencias con respecto a esa labor social.
Porque la idea procede, cómo no, de los burgueses del lugar, por tanto, y debido a la evidente hipocresía, Berlanga nos sumerge, con toda su destreza tras la cámara, en los farragosos abismos de un mundo demasiado malévolo como para plantear su discurso en tan solo 1 hora y media.
Una compañía de menaje patrocina la subasta donde famosos actores son comprados como muebles de segunda mano por los ciudadanos de clase media-alta; éstos, regodeándose en su propia crapulencia, discuten sobre qué pobre van a llevarse a casa; el representante de los famosos, como es lógico, discute su comisión por toda esa buena labor que están realizando.
Mientras tanto, en el submundo, Plácido es manipulado por los bien trajeados banqueros, notarios y empleados de oficina; a su mujer Emilia le va a dar un ataque por tener que estar paseando a los niños de aquí para allá siguiéndole a todas partes; y su hermano Julián es estafado por un vendedor de cestas de Navidad. Y entre medias de este caos, un locutor de radio disfraza con mentiras muy bien urdidas la situación vivida en las casas de los ricos que han acogido a "su pobre". Mario Mattoli, Vitorio de Sica, Roberto Rossellini o Renato Castellani podían haber dirigido el film, y es que cada secuencia, plano o encuadre exhala el olor del neorrealismo más amargo, todo impregnado con el espíritu de Frank Capra, Billy Wilder, Ernst Lubitsch, Frank Borzage y Charles Chaplin.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
"Plácido" pasó la censura y se ganó todos los elogios de crítica y público, hasta llevar a Berlanga a la ceremonia de los Oscar, donde perdió contra Bergman, pero también llevó el cine español a un nuevo nivel de modernismo que sólo era posible alcanzar en el cine internacional, y demostrar que, pese al progreso y el avance, la sociedad seguía siendo la misma. Pero aquí me cabe un interrogante. Una vez el director acabó su obra maestra y recogió los altos beneficios que le reportó, ¿fue a su ciudad natal y los repartió con los pobres del lugar o simplemente comentó con sus colegas de la élite intelectual patria (burgueses, claro) lo sincera y honesta que era su película con respecto a la situación del país entre las pertinentes y autocomplacientes altanerías, risas y champagne igual que los personajes ricos que la protagonizaban?
Da que pensar, ¿verdad?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Pero Berlanga remata la función y va más allá de influencias y referencias añadiendo un toque de farsa único, pues la comedia, como siempre ha defendido, es el mejor género para disimular la crítica, y la suya le atraviesa a uno hasta el hígado.
Su visión es ácida como el más pesimista de los neorrealistas, y es una suerte que lograra evitar la censura del momento, pero él y Azcona son genios en mostrar por medio de sutilezas el recalcitrante cinismo, el detestable oportunismo y la imperiosa necesidad de aparentar de los privilegiados, además del uso de la miseria de los pobres para fingir ante el resto de la sociedad una inexistente humildad a la que ni en sueños aspirarían.
La ilusión de Navidad vivida ese día es por tanto una pantomima, esperpento de una sociedad dirigida por ricos donde entre ellos se disputan el altruismo para alimentar su soberbia mientras tratan a los desfavorecidos como meros animales de compañía. En uno de los más divertidos y a la vez terroríficos "episodios", un pobre hombre llamado Pascual es víctima de un infarto en casa de unos burgueses cuyo patriarca es un gordiflón arisco y detestable; se siente angustia por la vida del enfermo para evitar un escándalo social. Todo este tramo, con Plácido aún dando vueltas y en posesión de una cesta que a modo de señal usará para pagar su letra, corroe las entrañas por su exposición, entre realista y vodevilesca.
Como en todos los hogares privilegiados, las escaleras conducen hacia arriba (si se quiere ir al mundo de los miserables hay que bajarlas, como veremos más tarde en casa del protagonista), y en ese espacio reducido los dueños de la casa, los familiares, un odontólogo y un amigo de Pascual dan vueltas a su alrededor; en el colmo de lo inenarrable, se descubre que el ya próximo finado mantiene una relación amorosa con la también pobre Concepción. Por supuesto este acto tan inmoral, tan propio de gente no civilizada, ha de ser curado con el parche del conservadurismo y la tradición.
No obstante nadie se entera de la aventura amorosa que mantienen los dos amantes que acogen a la señora; se debe casar en "articulo mortis" al enfermo con su concubina Concepción para tapar la mancha del pecado, y uno debe arrodillarse ante la maestría de Berlanga pues esos 9 minutos y medio que discurren entre la grotesca "boda" y la repentina muerte de Pascual son una lección magistral de cine y uno de los momentos más aterradoramente ingeniosos que se han visto en la comedia (la comedia social en especial); minutos donde se concentra toda la esencia del discurso del director hasta conseguir ahogarnos en una atmósfera agobiante, viscosa y crispante.
Minutos donde también se puede apreciar mejor su impronta a la hora de captar la realidad con su intrusiva cámara y el talento de un extenso plantel de actores entregados en cuerpo y alma a sus personajes, desde Manuel Alexandre, Mari Carmen Yepes, José Orjas, Antonio Gandía y Julia Caba Alba a José Franco, Elvira Quintillá, Julia Delgado Caro, Agustín González y José Álverez, encabezados por dos soberbios José Luis López Vázquez y un Casto Sendra que descansaba de su oficio de cómico y debutaba en el cine con el que fue y será su papel más legendario.
Desde luego gran parte del encanto de la película reside en la calidad interpretativa de todos y cada uno de sus actores, que gozan de sus momentos estelares individuales para no ser considerados uno por encima del otro.
La acción y el argumento se desarrolla gracias a ellos hacia un clímax negro como el carbón en el que los ricos ya tienen limpia la conciencia y de nada de esto se acordarán al día siguiente, los pobres regresan a sus chabolas frías y alejadas y las cestas de Navidad vuelven a los brazos de sus codiciosos amos; con esa cesta entregada a la fuerza se rompe el sueño, y todo vuelve a la normalidad.
Su visión es ácida como el más pesimista de los neorrealistas, y es una suerte que lograra evitar la censura del momento, pero él y Azcona son genios en mostrar por medio de sutilezas el recalcitrante cinismo, el detestable oportunismo y la imperiosa necesidad de aparentar de los privilegiados, además del uso de la miseria de los pobres para fingir ante el resto de la sociedad una inexistente humildad a la que ni en sueños aspirarían.
La ilusión de Navidad vivida ese día es por tanto una pantomima, esperpento de una sociedad dirigida por ricos donde entre ellos se disputan el altruismo para alimentar su soberbia mientras tratan a los desfavorecidos como meros animales de compañía. En uno de los más divertidos y a la vez terroríficos "episodios", un pobre hombre llamado Pascual es víctima de un infarto en casa de unos burgueses cuyo patriarca es un gordiflón arisco y detestable; se siente angustia por la vida del enfermo para evitar un escándalo social. Todo este tramo, con Plácido aún dando vueltas y en posesión de una cesta que a modo de señal usará para pagar su letra, corroe las entrañas por su exposición, entre realista y vodevilesca.
Como en todos los hogares privilegiados, las escaleras conducen hacia arriba (si se quiere ir al mundo de los miserables hay que bajarlas, como veremos más tarde en casa del protagonista), y en ese espacio reducido los dueños de la casa, los familiares, un odontólogo y un amigo de Pascual dan vueltas a su alrededor; en el colmo de lo inenarrable, se descubre que el ya próximo finado mantiene una relación amorosa con la también pobre Concepción. Por supuesto este acto tan inmoral, tan propio de gente no civilizada, ha de ser curado con el parche del conservadurismo y la tradición.
No obstante nadie se entera de la aventura amorosa que mantienen los dos amantes que acogen a la señora; se debe casar en "articulo mortis" al enfermo con su concubina Concepción para tapar la mancha del pecado, y uno debe arrodillarse ante la maestría de Berlanga pues esos 9 minutos y medio que discurren entre la grotesca "boda" y la repentina muerte de Pascual son una lección magistral de cine y uno de los momentos más aterradoramente ingeniosos que se han visto en la comedia (la comedia social en especial); minutos donde se concentra toda la esencia del discurso del director hasta conseguir ahogarnos en una atmósfera agobiante, viscosa y crispante.
Minutos donde también se puede apreciar mejor su impronta a la hora de captar la realidad con su intrusiva cámara y el talento de un extenso plantel de actores entregados en cuerpo y alma a sus personajes, desde Manuel Alexandre, Mari Carmen Yepes, José Orjas, Antonio Gandía y Julia Caba Alba a José Franco, Elvira Quintillá, Julia Delgado Caro, Agustín González y José Álverez, encabezados por dos soberbios José Luis López Vázquez y un Casto Sendra que descansaba de su oficio de cómico y debutaba en el cine con el que fue y será su papel más legendario.
Desde luego gran parte del encanto de la película reside en la calidad interpretativa de todos y cada uno de sus actores, que gozan de sus momentos estelares individuales para no ser considerados uno por encima del otro.
La acción y el argumento se desarrolla gracias a ellos hacia un clímax negro como el carbón en el que los ricos ya tienen limpia la conciencia y de nada de esto se acordarán al día siguiente, los pobres regresan a sus chabolas frías y alejadas y las cestas de Navidad vuelven a los brazos de sus codiciosos amos; con esa cesta entregada a la fuerza se rompe el sueño, y todo vuelve a la normalidad.