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Voto de Chris Jiménez:
9
7,6
86.663
Drama
Una historia de esperanza y humanidad, de miseria y supervivencia, que explora las fuertes sensaciones emocionales y físicas de tres personajes: Paul (Sean Penn), Gato (Benicio Del Toro), y Cristina (Naomi Watts) unidos por un accidente inesperado que hace que sus vidas y destinos se crucen, en una historia que los lleva al amor y la venganza. 21 gramos hace referencia al peso que perdemos cuando morimos, el peso llevado por los que sobrevivan. (FILMAFFINITY) [+]
26 de febrero de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Tienen que ocurrir tantas cosas para que dos personas se conozcan...". Y es verdad. ¿Qué hace falta para unir en el mismo camino a un conjunto de almas que parecían perdidas?
¿Qué es necesario?, ¿qué cúmulo de sentimientos y experiencias llevarán a otro?, ¿quién ha de perder 21 gramos de su vida para que otra persona los recupere?...
A veces es inevitable pensar que, de algún modo u otro, el ser humano está conectado a través de hilos invisibles en el ciclo interminable de la existencia; nadie sabe cómo puede influir en la vida de un individuo que se halla a millones de kilómetros de su cuerpo y pensamiento pero sucede sin que aparentemente nada lo proponga. La vida y la muerte concernientes a dos planos de realidad separados pueden unirse de repente y compartir una realidad. ¿Hay un plan establecido?, ¿un plan divino?, ¿o es simplemente la ironía del siempre cambiante destino? Esas son algunas de las fundamentales cuestiones que se plantea "21 Gramos".
Desde mitad de los '90 ha ido surgiendo poco a poco una especie de nueva ola de realizadores desde las profundidades de las tierras mexicanas que han logrado un abrumador éxito de público, pudiendo emigrar fácilmente a EE.UU. para seguir carreras prometedoras; un batallón encabezado por Guillermo del Toro, Robert Rodríguez o Alfonso Cuarón en el que destaca como oficial Alejandro González Iñárritu, aclamado en medio Mundo nada más estrenarse su agresiva ópera prima, "Amores Perros".
Unos años de descanso y proyectos dispersos (como el segmento para la saga "The Hire") le unieron de nuevo con su estrecho colaborador Guillermo Arriaga con el objetivo de volver a explorar algunos de los temas que componían el marco emocional de su anterior obra conjunta, la cual iniciaría la conocida Trilogía de la Muerte, luego completada por "Babel" y la que nos ocupa, que encuentra su perfecto nexo de unión o efecto espejo en "Amores Perros" proponiendo tres historias paralelas y ocupadas por tres personajes principales que cruzarán sus vidas.
Estos individuos son Paul, un profesor aquejado por una enfermedad cardiaca que le está consumiendo poco a poco ante los ojos de una resignada esposa; Cristina, una mujer que ha dejado atrás sus días de drogadicción y alcoholemia gracias a una maravillosa y estable familia; y Jack, quien ha encontrado en la religión un refugio seguro para huir de sus delitos cometidos. Cada uno de ellos vive el día a día de su pesar, su alegría y su tristeza con firmeza y esa conformidad a las insondables vueltas de la vida que estamos condenados a aceptar los humanos...hasta que la tragedia se presenta en forma de infortunado accidente de coche (acercando aún más la premisa a la del debut del mexicano).
A raíz de este suceso la realidad parece quebrarse y cada uno de los protagonistas es lanzado a los misterios del destino. Arriaga e Iñárritu no condenan ni juzgan, sólo observan, pero nada escapa a su mirada; es una mirada no muy distinta de la del cine de Clint Eastwood, Sam Peckinpah o Kenji Mizoguchi, que enfoca la existencia de los seres y su devenir con tremenda lucidez, con un humanismo crudo que no deja lugar a la duda ni a la apariencia. Todo es duramente sensible, agrio, sincero y tangible, y cualquier cosa o sensación, hasta las más imperceptibles, forman parte de un todo que se toca desde la distancia o la proximidad.
Mientras, ambos colaboradores vuelven a recurrir a la licencia narrativa fragmentada de la novela; así, los protagonistas pasan de nuevo por el inicio ingeniándoselas la película para confundir las pistas, para empezar por el final, para desorganizar la cronología de los acontecimientos hasta el punto de volver a cruzar por ese final a medio camino, para abrir "flashbacks" que abren a su vez otros "flashbacks", saltos adelante y atrás en el tiempo que confieren poco a poco un sentido lógico a las desperdigadas piezas, relacionando a través de éstos distintas situaciones que hallan su espejo o imagen especular (ya sea una caricia, una palabra, una lágrima o un movimiento) en el tiempo.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
En el lado técnico, la seca y abisal fotografía de Rodrigo Prieto, el milimétrico montaje de Stephen Mirrione y, cómo no, la espontaneidad y vigorosidad de Iñárritu tras la cámara, y es que el mexicano volvió a acertar de pleno con su drama de historias cruzadas y una vez más la crítica se desharía en elogios al tiempo que se obtenían unas magníficas cifras en taquilla.
Desgarradora y absorbente, "21 Gramos" fue la confirmación de su talento como cineasta de pleno derecho, a lo que seguiría su consagración definitiva tres años después con la épica, aunque ineludiblemente menos poderosa, "Babel".
¿Qué es necesario?, ¿qué cúmulo de sentimientos y experiencias llevarán a otro?, ¿quién ha de perder 21 gramos de su vida para que otra persona los recupere?...
A veces es inevitable pensar que, de algún modo u otro, el ser humano está conectado a través de hilos invisibles en el ciclo interminable de la existencia; nadie sabe cómo puede influir en la vida de un individuo que se halla a millones de kilómetros de su cuerpo y pensamiento pero sucede sin que aparentemente nada lo proponga. La vida y la muerte concernientes a dos planos de realidad separados pueden unirse de repente y compartir una realidad. ¿Hay un plan establecido?, ¿un plan divino?, ¿o es simplemente la ironía del siempre cambiante destino? Esas son algunas de las fundamentales cuestiones que se plantea "21 Gramos".
Desde mitad de los '90 ha ido surgiendo poco a poco una especie de nueva ola de realizadores desde las profundidades de las tierras mexicanas que han logrado un abrumador éxito de público, pudiendo emigrar fácilmente a EE.UU. para seguir carreras prometedoras; un batallón encabezado por Guillermo del Toro, Robert Rodríguez o Alfonso Cuarón en el que destaca como oficial Alejandro González Iñárritu, aclamado en medio Mundo nada más estrenarse su agresiva ópera prima, "Amores Perros".
Unos años de descanso y proyectos dispersos (como el segmento para la saga "The Hire") le unieron de nuevo con su estrecho colaborador Guillermo Arriaga con el objetivo de volver a explorar algunos de los temas que componían el marco emocional de su anterior obra conjunta, la cual iniciaría la conocida Trilogía de la Muerte, luego completada por "Babel" y la que nos ocupa, que encuentra su perfecto nexo de unión o efecto espejo en "Amores Perros" proponiendo tres historias paralelas y ocupadas por tres personajes principales que cruzarán sus vidas.
Estos individuos son Paul, un profesor aquejado por una enfermedad cardiaca que le está consumiendo poco a poco ante los ojos de una resignada esposa; Cristina, una mujer que ha dejado atrás sus días de drogadicción y alcoholemia gracias a una maravillosa y estable familia; y Jack, quien ha encontrado en la religión un refugio seguro para huir de sus delitos cometidos. Cada uno de ellos vive el día a día de su pesar, su alegría y su tristeza con firmeza y esa conformidad a las insondables vueltas de la vida que estamos condenados a aceptar los humanos...hasta que la tragedia se presenta en forma de infortunado accidente de coche (acercando aún más la premisa a la del debut del mexicano).
A raíz de este suceso la realidad parece quebrarse y cada uno de los protagonistas es lanzado a los misterios del destino. Arriaga e Iñárritu no condenan ni juzgan, sólo observan, pero nada escapa a su mirada; es una mirada no muy distinta de la del cine de Clint Eastwood, Sam Peckinpah o Kenji Mizoguchi, que enfoca la existencia de los seres y su devenir con tremenda lucidez, con un humanismo crudo que no deja lugar a la duda ni a la apariencia. Todo es duramente sensible, agrio, sincero y tangible, y cualquier cosa o sensación, hasta las más imperceptibles, forman parte de un todo que se toca desde la distancia o la proximidad.
Mientras, ambos colaboradores vuelven a recurrir a la licencia narrativa fragmentada de la novela; así, los protagonistas pasan de nuevo por el inicio ingeniándoselas la película para confundir las pistas, para empezar por el final, para desorganizar la cronología de los acontecimientos hasta el punto de volver a cruzar por ese final a medio camino, para abrir "flashbacks" que abren a su vez otros "flashbacks", saltos adelante y atrás en el tiempo que confieren poco a poco un sentido lógico a las desperdigadas piezas, relacionando a través de éstos distintas situaciones que hallan su espejo o imagen especular (ya sea una caricia, una palabra, una lágrima o un movimiento) en el tiempo.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
En el lado técnico, la seca y abisal fotografía de Rodrigo Prieto, el milimétrico montaje de Stephen Mirrione y, cómo no, la espontaneidad y vigorosidad de Iñárritu tras la cámara, y es que el mexicano volvió a acertar de pleno con su drama de historias cruzadas y una vez más la crítica se desharía en elogios al tiempo que se obtenían unas magníficas cifras en taquilla.
Desgarradora y absorbente, "21 Gramos" fue la confirmación de su talento como cineasta de pleno derecho, a lo que seguiría su consagración definitiva tres años después con la épica, aunque ineludiblemente menos poderosa, "Babel".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Así hasta perderse. El futuro prediciendo al pasado, de algún modo, sin piedad. El tiempo avanza y deja huella sin volverse, indiferente, pues el tiempo también es una violencia y lo que ha estropeado así se queda; el desgarro, la falla, la herida nunca se vuelve a cerrar, todo parece estar escrito, conducido por una verdad absoluta e inquebrantable.
Por tanto, al final del camino: dos asesinatos, dos maridos perdidos, dos corazones apagados, dos eternas culpas (¿narración en círculos?). Una superficie casi mística de proyección que también marca a los personajes, encontrando uno la vida porque otro encontró la muerte, la unión y la reconstrucción mientras otro encuentra la separación y el olvido, reactivándose el corazón y el espíritu de uno en el cuerpo del contrario.
Incluso los actos con los que se pretende alcanzar la redención y el consuelo de la reparación (así, Mary cree hallarlos en un bebé y Jack en la religión). El accidente llega a todos y trastoca los pliegues de su realidad sin compasión, adquiriendo Paul, Cristina y Jack una especie de compromiso sagrado para con el otro: en el caso de Paul el pesar de poseer el corazón de un ser muerto antes de tiempo, Jack obtiene la culpa por haber cometido un repugnante acto de asesinato, tormento que le corroe hasta las mismísimas entrañas, mientras que Cristina, perseguida por la pérdida de su mundo, desea tocar el fondo de su rabia planeando la venganza contra el culpable que mató a su marido y a sus hijas.
Sólo nos queda aceptar su condición de "voyeur" accidental e impotente de estos íntimos eventos, los cuales se desarrollan lentos pero vertiginosos gracias a la técnica del director, quedándonos al lado de los personajes, sintiendo el calor de su respiración, los temblores de su cuerpo, el escozor de las lágrimas acumuladas en las cuencas, el sudor emergiendo por los poros de su piel; cada sonrisa, golpe, beso o grito se siente en los huesos. Se trata de una transmisión directa de un torrente de emociones que eriza el vello por su realismo. Lo doloroso duele, lo placentero reconforta, ellos lo saben y nosotros también.
Y lo entendemos, porque es una verdad universal, tanto como las ideas, reflexiones o sensaciones que predica Iñárritu. Todos podemos caer en el abismo, todos podemos desear venganza, todos podemos ser presa del miedo y huir y todos, sin preveerlo, podemos vivir porque otro ha muerto. Desquiciante y amarga en su sombría belleza, implacable a todos los niveles, enfermiza por momentos, la atmósfera es cambiante pero nunca deja de atravesarnos con sus trazos tan llenos de honestidad y aspereza...
Así como los protagonistas, nosotros también nos entregamos a ella y dejamos que se filtre en nuestro inconsciente, mientras el suspense del argumento avanza con sus imprevistos. Al final los personajes (y nosotros) se verán inmersos en un mar de dudas. ¿Es así? ¿Qué se recoge en un terreno devastado y quemado?, ¿es concebible que entre tanto horror e inmundicia haya un atisbo de esperanza?, ¿que entre tanta ira y odio irrefrenables exista un consuelo?, ¿que entre tanta desgracia haya un minuto para el amor, la redención o la piedad? Pero sobre todo, ¿es posible que tanta muerte conduzca a la vida, que en un instante se unan la desaparición con la bendición del nacimiento?
La experiencia es sobrecogedora y harto perturbadora por creíble. Está claro que no hay medias tintas en un film como éste. Difícil es determinar qué interpretación del trío protagonista resulta más auténtica y visceral. Sean Penn, Benicio del Toro (inquietante como el que más) y Naomi Watts lo dan absolutamente todo.
Llega un momento en que se ve que no están actuando, sino sintiendo, sufriendo y viviendo a sus personajes desde lo más profundo, sencillamente porque, pese a ser éstos muy complejos, resultan fáciles de comprender, de ponerse en su piel; además de ellos también podemos gozar de las no menos remarcables apariciones de Melissa Leo, Charlotte Gainsbourg y Eddie Marsan.
Por tanto, al final del camino: dos asesinatos, dos maridos perdidos, dos corazones apagados, dos eternas culpas (¿narración en círculos?). Una superficie casi mística de proyección que también marca a los personajes, encontrando uno la vida porque otro encontró la muerte, la unión y la reconstrucción mientras otro encuentra la separación y el olvido, reactivándose el corazón y el espíritu de uno en el cuerpo del contrario.
Incluso los actos con los que se pretende alcanzar la redención y el consuelo de la reparación (así, Mary cree hallarlos en un bebé y Jack en la religión). El accidente llega a todos y trastoca los pliegues de su realidad sin compasión, adquiriendo Paul, Cristina y Jack una especie de compromiso sagrado para con el otro: en el caso de Paul el pesar de poseer el corazón de un ser muerto antes de tiempo, Jack obtiene la culpa por haber cometido un repugnante acto de asesinato, tormento que le corroe hasta las mismísimas entrañas, mientras que Cristina, perseguida por la pérdida de su mundo, desea tocar el fondo de su rabia planeando la venganza contra el culpable que mató a su marido y a sus hijas.
Sólo nos queda aceptar su condición de "voyeur" accidental e impotente de estos íntimos eventos, los cuales se desarrollan lentos pero vertiginosos gracias a la técnica del director, quedándonos al lado de los personajes, sintiendo el calor de su respiración, los temblores de su cuerpo, el escozor de las lágrimas acumuladas en las cuencas, el sudor emergiendo por los poros de su piel; cada sonrisa, golpe, beso o grito se siente en los huesos. Se trata de una transmisión directa de un torrente de emociones que eriza el vello por su realismo. Lo doloroso duele, lo placentero reconforta, ellos lo saben y nosotros también.
Y lo entendemos, porque es una verdad universal, tanto como las ideas, reflexiones o sensaciones que predica Iñárritu. Todos podemos caer en el abismo, todos podemos desear venganza, todos podemos ser presa del miedo y huir y todos, sin preveerlo, podemos vivir porque otro ha muerto. Desquiciante y amarga en su sombría belleza, implacable a todos los niveles, enfermiza por momentos, la atmósfera es cambiante pero nunca deja de atravesarnos con sus trazos tan llenos de honestidad y aspereza...
Así como los protagonistas, nosotros también nos entregamos a ella y dejamos que se filtre en nuestro inconsciente, mientras el suspense del argumento avanza con sus imprevistos. Al final los personajes (y nosotros) se verán inmersos en un mar de dudas. ¿Es así? ¿Qué se recoge en un terreno devastado y quemado?, ¿es concebible que entre tanto horror e inmundicia haya un atisbo de esperanza?, ¿que entre tanta ira y odio irrefrenables exista un consuelo?, ¿que entre tanta desgracia haya un minuto para el amor, la redención o la piedad? Pero sobre todo, ¿es posible que tanta muerte conduzca a la vida, que en un instante se unan la desaparición con la bendición del nacimiento?
La experiencia es sobrecogedora y harto perturbadora por creíble. Está claro que no hay medias tintas en un film como éste. Difícil es determinar qué interpretación del trío protagonista resulta más auténtica y visceral. Sean Penn, Benicio del Toro (inquietante como el que más) y Naomi Watts lo dan absolutamente todo.
Llega un momento en que se ve que no están actuando, sino sintiendo, sufriendo y viviendo a sus personajes desde lo más profundo, sencillamente porque, pese a ser éstos muy complejos, resultan fáciles de comprender, de ponerse en su piel; además de ellos también podemos gozar de las no menos remarcables apariciones de Melissa Leo, Charlotte Gainsbourg y Eddie Marsan.