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Voto de Chris Jiménez:
9
7,2
5.384
Drama. Romance
Guerra Civil norteamericana (1861-1865). John Mc Burney (Clint Eastwood), un soldado yanki malherido es rescatado por una jovencita de una escuela de señoritas del Sur. Se las arregla para llevarle a la escuela, aunque al principio todas las mujeres están aterrorizadas. Cuando empieza a recuperarse, una a una las irá conquistando a todas, y así el ambiente se irá enrareciendo a causa de los celos. (FILMAFFINITY)
16 de octubre de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un buen día una oveja se escondió en el interior de un hoyo resguardado por la oscuridad, un hoyo plagado de bondadosas salamandras que prometieron ayudarla a cobijarse de los lobos grises de Hokkaido.
Pero entonces, llegada la noche, la oveja se deshizo de su piel, que asimismo cubría a un lobo, quien se proclamaba orgulloso de su engaño...pero aquellas salamandras eran en realidad voraces serpientes que, vengativas, se abalanzaron sobre su cuello...
Es un pequeño cuento de origen japonés que se les narra a los niños para evitar que mientan y sobre todo para que tengan cuidado con los mentirosos, y puede presentarse en múltiples formas en todas las culturas del Mundo; es también uno de los temas principales de "A Painted Devil" (luego titulada "The Beguiled"), la primera y más conocida novela del autor y dramaturgo Thomas Cullinan, y que pasaría a manos de Clint Eastwood durante el rodaje de "Dos Mulas y una Mujer". Momento sin duda de auténtico e inesperado vuelco; en esa época el actor era una de las mayores figuras de acción y sobre todo del "western" y su carrera se atisbaba muy prometedora.
Nadie se equivocó, pero de seguro el productor Jennings Lang y los mandamases de Universal creyeron que su buena racha había acabado cuando aquél les propuso adaptar dicho libro; la ilusión de ver desbordándose la taquilla se deshizo muy rápido pero aun así dieron luz verde al proyecto. No obstante, si alguien creyó en ello desde el principio, incluso más que el de San Francisco, fue Don Siegel, quien vio en todo esto un desafío, la oportunidad de hacer algo diferente en su longeva carrera y el deseo de que su reciente compañero de fatigas (con quien iba a embarcarse en su tercera colaboración) formara parte de ello, pensando que incluso le beneficiaría como actor.
Y a fe de asegurarlo, tampoco se equivocó, pues si algo demostró el cineasta en sus más de tres décadas ejerciendo el oficio fue sabiduría e intuición. Esta historia viene a situarse en plena Guerra Civil americana, y unas imágenes en terrosos tonos sepia nos muestra la guerra en todo su horrendo aspecto, una guerra que como podemos ver es cosa de hombres, que se matan los unos a los otros sin importar el uniforme; Siegel no tarda en volver a sacar a la luz ese cinismo lúcido que tanto ha caracterizado sus obras. Por su parte, Eastwood se introduce en la historia del mismo modo que otros tantos personajes de su carrera.
Aparece en ella cual espectro, como un muerto que por obra y gracia de Dios ha vuelto a la vida, y ya ofreciendo un aspecto totalmente demacrado y fruto del martirio, sirviendo de presagio. La niña que lo encuentra (Amy, una genial Pamelyn Ferdin) recibe, como agradecimiento y sin previo aviso, un largo beso en los labios, secuencia inexistente en el guión que la pequeña actriz no esperaba en absoluto y que deja escapar (ya nada más empezar el film) la condición manipuladora y depravada de este personaje misterioso; pronto es conducido al escenario único del cual se sirve la trama, pues su desarrollo se dará casi exclusivamente en interiores.
Este internado situado en la zona de Mississippi es un buen refugio para todas las señoritas, jóvenes y adultas, que moran en él; McBurney, que pertenece al ejército unionista, es un extraño que amenaza con destruir la discordia. Siegel no tarda en zurcir los pliegues de una atmósfera que se percibe agobiante hasta la extenuación; un cuervo en el lugar sirve también de símbolo de muerte (sin embargo su ala rota y la pierna herida del visitante se conectan en una alegoría de poderosa dominación femenina, aunque bien disimulada por el momento).
Las emociones chocan y somos absorbidos en este clima de angustia que rezuma ansiedad. El visitante en el centro de todo ello; Eastwood, a base de matices y sutilezas, consigue dotarle de una malicia corrosiva que quizás nunca estuvo tan presente en sus personajes: hace de él un galán repulsivo, un depredador encantador, de hombría triunfante pese a su impedimento, alguien a quien no resultaría difícil detestar. Pero Siegel ejecuta una maniobra ingeniosa; desdibuja a su protagonista, utiliza la ambigüedad que le ha otorgado el actor, y entonces lo delata ante nosotros con pequeños "flashbacks" que contradicen sus historias sobre su participación en la guerra...
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Gozando de unas virtudes técnicas y un reparto excelentes (Jo Ann Harris, Geraldine Page y Elizabeth Hartman se baten en un duelo interpretativo sin parangón), Eastwood y Siegel tuvieron que luchar a brazo partido contra los ejecutivos de Universal para hacer el film que querían. No obstante éstos apostaron por una estrategia terrible de marketing y ello repercutió en el resultado.
"The Beguiled" fracasó estrepitosamente, pero el tiempo la ha sabido colocar en su lugar. Sobrevive como uno de los dramas psicológicos de mayor complejidad y fuerza del cine de su época y como la obra más extraña y atípica de las respectivas carreras de su director y actor; su potencia onírica y su atmósfera siguen conservando a día de hoy esa misma fuerza.
Pero entonces, llegada la noche, la oveja se deshizo de su piel, que asimismo cubría a un lobo, quien se proclamaba orgulloso de su engaño...pero aquellas salamandras eran en realidad voraces serpientes que, vengativas, se abalanzaron sobre su cuello...
Es un pequeño cuento de origen japonés que se les narra a los niños para evitar que mientan y sobre todo para que tengan cuidado con los mentirosos, y puede presentarse en múltiples formas en todas las culturas del Mundo; es también uno de los temas principales de "A Painted Devil" (luego titulada "The Beguiled"), la primera y más conocida novela del autor y dramaturgo Thomas Cullinan, y que pasaría a manos de Clint Eastwood durante el rodaje de "Dos Mulas y una Mujer". Momento sin duda de auténtico e inesperado vuelco; en esa época el actor era una de las mayores figuras de acción y sobre todo del "western" y su carrera se atisbaba muy prometedora.
Nadie se equivocó, pero de seguro el productor Jennings Lang y los mandamases de Universal creyeron que su buena racha había acabado cuando aquél les propuso adaptar dicho libro; la ilusión de ver desbordándose la taquilla se deshizo muy rápido pero aun así dieron luz verde al proyecto. No obstante, si alguien creyó en ello desde el principio, incluso más que el de San Francisco, fue Don Siegel, quien vio en todo esto un desafío, la oportunidad de hacer algo diferente en su longeva carrera y el deseo de que su reciente compañero de fatigas (con quien iba a embarcarse en su tercera colaboración) formara parte de ello, pensando que incluso le beneficiaría como actor.
Y a fe de asegurarlo, tampoco se equivocó, pues si algo demostró el cineasta en sus más de tres décadas ejerciendo el oficio fue sabiduría e intuición. Esta historia viene a situarse en plena Guerra Civil americana, y unas imágenes en terrosos tonos sepia nos muestra la guerra en todo su horrendo aspecto, una guerra que como podemos ver es cosa de hombres, que se matan los unos a los otros sin importar el uniforme; Siegel no tarda en volver a sacar a la luz ese cinismo lúcido que tanto ha caracterizado sus obras. Por su parte, Eastwood se introduce en la historia del mismo modo que otros tantos personajes de su carrera.
Aparece en ella cual espectro, como un muerto que por obra y gracia de Dios ha vuelto a la vida, y ya ofreciendo un aspecto totalmente demacrado y fruto del martirio, sirviendo de presagio. La niña que lo encuentra (Amy, una genial Pamelyn Ferdin) recibe, como agradecimiento y sin previo aviso, un largo beso en los labios, secuencia inexistente en el guión que la pequeña actriz no esperaba en absoluto y que deja escapar (ya nada más empezar el film) la condición manipuladora y depravada de este personaje misterioso; pronto es conducido al escenario único del cual se sirve la trama, pues su desarrollo se dará casi exclusivamente en interiores.
Este internado situado en la zona de Mississippi es un buen refugio para todas las señoritas, jóvenes y adultas, que moran en él; McBurney, que pertenece al ejército unionista, es un extraño que amenaza con destruir la discordia. Siegel no tarda en zurcir los pliegues de una atmósfera que se percibe agobiante hasta la extenuación; un cuervo en el lugar sirve también de símbolo de muerte (sin embargo su ala rota y la pierna herida del visitante se conectan en una alegoría de poderosa dominación femenina, aunque bien disimulada por el momento).
Las emociones chocan y somos absorbidos en este clima de angustia que rezuma ansiedad. El visitante en el centro de todo ello; Eastwood, a base de matices y sutilezas, consigue dotarle de una malicia corrosiva que quizás nunca estuvo tan presente en sus personajes: hace de él un galán repulsivo, un depredador encantador, de hombría triunfante pese a su impedimento, alguien a quien no resultaría difícil detestar. Pero Siegel ejecuta una maniobra ingeniosa; desdibuja a su protagonista, utiliza la ambigüedad que le ha otorgado el actor, y entonces lo delata ante nosotros con pequeños "flashbacks" que contradicen sus historias sobre su participación en la guerra...
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Gozando de unas virtudes técnicas y un reparto excelentes (Jo Ann Harris, Geraldine Page y Elizabeth Hartman se baten en un duelo interpretativo sin parangón), Eastwood y Siegel tuvieron que luchar a brazo partido contra los ejecutivos de Universal para hacer el film que querían. No obstante éstos apostaron por una estrategia terrible de marketing y ello repercutió en el resultado.
"The Beguiled" fracasó estrepitosamente, pero el tiempo la ha sabido colocar en su lugar. Sobrevive como uno de los dramas psicológicos de mayor complejidad y fuerza del cine de su época y como la obra más extraña y atípica de las respectivas carreras de su director y actor; su potencia onírica y su atmósfera siguen conservando a día de hoy esa misma fuerza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
No hay duda de que el arma más eficaz de este McBurney así como de la intriga es la farsa y la confusión, donde la trampa para el espectador es idéntica a la que caen buena parte de los personajes femeninos.
Por el contrario, si el director desdibuja a aquél y lo rodea de claroscuros e intenciones nada fiables, prefiere definir cuidadosamente a las mujeres que moran en el lugar y quienes no tardan en sucumbir a sus encantos y galanterías, mujeres marcadas también por una fuerte simbología: la directora Martha es la sexualidad reprimida y la añoranza, Edwina el amor profundo y la pureza, Amy la sorpresa de un posible primer romance, Carol el impulso carnal salvaje...
Pero al tratarse de un entorno dominado por el forzado puritanismo, se empieza a interpenetrar en los sentimientos de todas ellas, y lo que descubrimos es un espectro psicológico abocado a los celos y las pulsiones, así como heridas emocionales muy ligadas a la infidelidad, el abandono, incluso el deseo incestuoso; emerge la debilidad femenina, subyugada al poder masculino, pero también un orgullo fácil de herir más peligroso que el de cualquier hombre. Al igual que no hace distinciones entre los miembros de un bando y de otro (unionistas y confederados asesinan y son asesinados), tampoco en lo respectivo a la fragilidad del hombre y la mujer.
Ni mucho menos en su demostración de poder; frente a las señoritas blancas que permiten dejarse embaucar, destaca la carismática presencia de la esclava Hallie (una magistral Mae Mercer), la única que el soldado trata de igual a igual por su condición de seres atrapados y "domesticados". Bruce Surtees, en su primer film, ya demuestra un talento innato para envolver a los personajes en unas tinieblas que lejos de ocultarles logran revelar sus más oscuras emociones y deseos; destaca en ese sentido, y asimismo como los instantes de mayor fuerza en la filmografía del director, esas secuencias que traspasan la línea entre la realidad y lo onírico.
Aprovechando los tonos apagados y ásperos de la fotografía de su operador, Siegel se esmera en modelar atmósferas que expongan la psicología de los protagonistas, que los sumerjan en caliginosas esferas donde pierden la identidad y sucumben a la confusión y a la pasión sexual, hasta hacer su moral añicos, hasta pecar contra los principios sagrados impuestos por la religión (el trío que forman McBurney, Martha y Edwina, figurando la "Pietà" en un oculto deseo de martirologio masculino). Realmente nunca estuvo tan cerca el nativo de Chicago de una obra puramente artística como en esta ocasión.
Su minuciosidad por el retrato psicológico, los climas angustiosos y opresivos, las metáforas sobre la sexualidad y esa apuesta por la provocación lo acerca a las obras más intimistas de Aldrich, quizás Cassavetes y Polanski, tal vez de Lumet o Brooks; incluso el estilo de Bava, tan ligado al terror gótico, tiene cabida llegado ese punto de inflexión que deja a Tennessee Williams y nos sumerge en los mundos escabrosos de Poe. La pérdida de la pierna del soldado, castración masculina en su forma más directa y horrible; a partir de aquí el sueño morboso se transforma en desasosegante pesadilla y así como el lobo no tardó en deshacerse de su piel de oveja, las zorras también se desprenden de su disfraz de corderas.
El cinismo de Siegel y su firmeza a la hora de desnudar la maldad humana es tan efectivo como una amputación, y la venganza e hipocresía femenina más potente que la misoginia, ahora dolida hombría, que acorralada se revela y revuelve sin hallar vías de escape; el protagonista, distinguido por su malicia, ni siquiera puede optar a la promesa de un futuro redentor, ni las mujeres librarse de su gran culpa.
Todos terminan como asesinos, cobardes y abominables que intentarán ocultarse en una falsa pureza o absorber el pecado en la indiferencia (basta recordar la frialdad con que ellas hablan ante el muerto, otra víctima de la guerra a ojos de la Historia).
Por el contrario, si el director desdibuja a aquél y lo rodea de claroscuros e intenciones nada fiables, prefiere definir cuidadosamente a las mujeres que moran en el lugar y quienes no tardan en sucumbir a sus encantos y galanterías, mujeres marcadas también por una fuerte simbología: la directora Martha es la sexualidad reprimida y la añoranza, Edwina el amor profundo y la pureza, Amy la sorpresa de un posible primer romance, Carol el impulso carnal salvaje...
Pero al tratarse de un entorno dominado por el forzado puritanismo, se empieza a interpenetrar en los sentimientos de todas ellas, y lo que descubrimos es un espectro psicológico abocado a los celos y las pulsiones, así como heridas emocionales muy ligadas a la infidelidad, el abandono, incluso el deseo incestuoso; emerge la debilidad femenina, subyugada al poder masculino, pero también un orgullo fácil de herir más peligroso que el de cualquier hombre. Al igual que no hace distinciones entre los miembros de un bando y de otro (unionistas y confederados asesinan y son asesinados), tampoco en lo respectivo a la fragilidad del hombre y la mujer.
Ni mucho menos en su demostración de poder; frente a las señoritas blancas que permiten dejarse embaucar, destaca la carismática presencia de la esclava Hallie (una magistral Mae Mercer), la única que el soldado trata de igual a igual por su condición de seres atrapados y "domesticados". Bruce Surtees, en su primer film, ya demuestra un talento innato para envolver a los personajes en unas tinieblas que lejos de ocultarles logran revelar sus más oscuras emociones y deseos; destaca en ese sentido, y asimismo como los instantes de mayor fuerza en la filmografía del director, esas secuencias que traspasan la línea entre la realidad y lo onírico.
Aprovechando los tonos apagados y ásperos de la fotografía de su operador, Siegel se esmera en modelar atmósferas que expongan la psicología de los protagonistas, que los sumerjan en caliginosas esferas donde pierden la identidad y sucumben a la confusión y a la pasión sexual, hasta hacer su moral añicos, hasta pecar contra los principios sagrados impuestos por la religión (el trío que forman McBurney, Martha y Edwina, figurando la "Pietà" en un oculto deseo de martirologio masculino). Realmente nunca estuvo tan cerca el nativo de Chicago de una obra puramente artística como en esta ocasión.
Su minuciosidad por el retrato psicológico, los climas angustiosos y opresivos, las metáforas sobre la sexualidad y esa apuesta por la provocación lo acerca a las obras más intimistas de Aldrich, quizás Cassavetes y Polanski, tal vez de Lumet o Brooks; incluso el estilo de Bava, tan ligado al terror gótico, tiene cabida llegado ese punto de inflexión que deja a Tennessee Williams y nos sumerge en los mundos escabrosos de Poe. La pérdida de la pierna del soldado, castración masculina en su forma más directa y horrible; a partir de aquí el sueño morboso se transforma en desasosegante pesadilla y así como el lobo no tardó en deshacerse de su piel de oveja, las zorras también se desprenden de su disfraz de corderas.
El cinismo de Siegel y su firmeza a la hora de desnudar la maldad humana es tan efectivo como una amputación, y la venganza e hipocresía femenina más potente que la misoginia, ahora dolida hombría, que acorralada se revela y revuelve sin hallar vías de escape; el protagonista, distinguido por su malicia, ni siquiera puede optar a la promesa de un futuro redentor, ni las mujeres librarse de su gran culpa.
Todos terminan como asesinos, cobardes y abominables que intentarán ocultarse en una falsa pureza o absorber el pecado en la indiferencia (basta recordar la frialdad con que ellas hablan ante el muerto, otra víctima de la guerra a ojos de la Historia).