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Voto de Chris Jiménez:
8
7,6
8.917
Cine negro. Thriller
La historia de un hermético y frío asesino a sueldo. Jeff Costello es un perfeccionista que siempre planea cuidadosamente sus asesinatos y al que nunca han atrapado. Sin embargo una noche, tras liquidar al dueño de un club nocturno, queda a la vista de varios testigos. Sus esfuerzos por construir una coartada fallan y poco a poco es acorralado, tanto por la policía como los clientes que le han traicionado. (FILMAFFINITY)
26 de febrero de 2020
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cae la lluvia con suavidad sobre el asfalto. El hombre sale del edificio, ataviado con una gabardina con el cuello alzado y un sombrero marrón, observando lentamente a un lado y a otro de la calle, por la cual cruzan vehículos y peatones que ni siquiera advierten su presencia.
Va a cumplir su misión: matar a otro hombre...
Puede que no sea una secuencia tan espectacular como otras que hallaremos a lo largo de este film al que el tiempo le ha concedido el título de obra maestra, pero en lo que mí respecta es un momento que se me quedó grabado en la retina: un escenario frío y gris hecho a medida para el individuo que lo atraviesa como si de un espectro se tratase, conducido hacia una situación que dará un vuelco a su existencia, pero una situación que él enfrenta con la más estoica serenidad y aplomo. Es un momento que podría resumir toda la película y también el género en el que ésta se enmarca.
Es el llamado "polar", el moldeado por cineastas franceses a partir del clásico cine negro, aquel importado desde las tierras estadounidenses décadas antes, pero dejando en sus creaciones un sello característico con el que se distanciaban del modelo al que rendían tributo; a finales de la década de los '60 podrían destacarse varios nombres dentro del policíaco francófono, como los de Alain Cavalier, Jacques Becker o Claude Chabrol, aunque sin duda sería Jean-Pierre Melville el elegido por muchos, un director y gran amante del 7.º Arte que ya imprimió una estética y forma propias en las monumentales "El Confidente" y "Hasta el Último Aliento".
Tras formar grandes colaboraciones con Lino Ventura y Jean-Paul Belmondo, aquél se uniría por primera vez al famoso Alain Delon en "Le Samourai", definitiva consagración de su universo "noir" que escribiría junto a su asistente de dirección Georges Pellegrin (supuestamente basándose en una novela de Joan McLeod) y que decide abrir en un largo plano fijo que nos sitúa en una habitación casi vacía de grandes ventanas donde el olor a humedad, madera vieja y tabaco satura la atmósfera. Un hombre reposa en la cama, sobre él una sentencia: "no hay mayor soledad que la de un samurái salvo la de un tigre en la jungla...quizás". Queda resumida la historia.
Él es Jef Costello (un alias, un nombre ficticio con el que Melville homenajea al "noir" americano) y su profesión es la de asesino a sueldo. El apartamento en el que mora es el reflejo de su alma, el pájaro enjaulado es el reflejo de su condición. El director sigue los pasos de su "héroe", que llevan hasta un asesinato cometido en un club del que varios clientes han sido testigos, puliendo así los ásperos trazos de un policíaco que sobre todo se basará en la encarnizada cacería de un hombre, pues resulta que este implacable y concienzudo asesino se ha convertido en víctima de sus propios métodos dejando tras de sí una tremenda sospecha para la policía y una duda irreparable en los individuos que solicitaron sus servicios.
Dos facciones que operan según métodos similares por un Melville que no hace distinciones entre aquellos que dicen defender la ley y aquellos que operan al margen de ésta; así queda retratado París por el director, como un lugar tan brutal y gélido como los seres que habitan sus oscuras calles y que se mueven entre las sombras y el humo de los pubs y las casas de juego.
Costello es uno de esos seres, lacónico, amargo y del que jamás se nos permite averiguar más de lo necesario (como ocurre con los demás personajes), sintiendo no así esa inquietud que le domina desde lo más profundo por respetar y obedecer el código de honor con el cual ha de guiarse en el éxito de su misión, cual samurái del Japón feudal.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
El cine negro, cuyos aromas, colores, sonidos y atmósfera se nos impregna desde el primer minuto, desciende a los abismos de su propia imaginería en este ejercicio minimalista, romántico pese a su dureza, elegante en su aspereza e intenso en su pausada puesta en escena, pues el dinamismo y el blanco y negro terminaron en "Hasta el Último Aliento".
Melville, apoyado por la magnífica fotografía de Henri Decae, crea una poética descorazonadora sobre la soledad, la violencia, el honor y la aceptación de la fatalidad del destino que se posiciona en la cima de su carrera y del género contra el paso del tiempo, bebiendo de ella numerosos cineastas y títulos futuros. Desde Tarantino y Woo pasando por Jarmusch, Winner, Winding Refn a Johnnie To o Walter Hill y su film "The Driver", excesivamente similar al que nos ocupa...
Un larguísimo etcétera de individuos que se influenciaron y la imitarían hasta la saciedad.
Pero su belleza y poesía trágica jamás sería igualada.
Va a cumplir su misión: matar a otro hombre...
Puede que no sea una secuencia tan espectacular como otras que hallaremos a lo largo de este film al que el tiempo le ha concedido el título de obra maestra, pero en lo que mí respecta es un momento que se me quedó grabado en la retina: un escenario frío y gris hecho a medida para el individuo que lo atraviesa como si de un espectro se tratase, conducido hacia una situación que dará un vuelco a su existencia, pero una situación que él enfrenta con la más estoica serenidad y aplomo. Es un momento que podría resumir toda la película y también el género en el que ésta se enmarca.
Es el llamado "polar", el moldeado por cineastas franceses a partir del clásico cine negro, aquel importado desde las tierras estadounidenses décadas antes, pero dejando en sus creaciones un sello característico con el que se distanciaban del modelo al que rendían tributo; a finales de la década de los '60 podrían destacarse varios nombres dentro del policíaco francófono, como los de Alain Cavalier, Jacques Becker o Claude Chabrol, aunque sin duda sería Jean-Pierre Melville el elegido por muchos, un director y gran amante del 7.º Arte que ya imprimió una estética y forma propias en las monumentales "El Confidente" y "Hasta el Último Aliento".
Tras formar grandes colaboraciones con Lino Ventura y Jean-Paul Belmondo, aquél se uniría por primera vez al famoso Alain Delon en "Le Samourai", definitiva consagración de su universo "noir" que escribiría junto a su asistente de dirección Georges Pellegrin (supuestamente basándose en una novela de Joan McLeod) y que decide abrir en un largo plano fijo que nos sitúa en una habitación casi vacía de grandes ventanas donde el olor a humedad, madera vieja y tabaco satura la atmósfera. Un hombre reposa en la cama, sobre él una sentencia: "no hay mayor soledad que la de un samurái salvo la de un tigre en la jungla...quizás". Queda resumida la historia.
Él es Jef Costello (un alias, un nombre ficticio con el que Melville homenajea al "noir" americano) y su profesión es la de asesino a sueldo. El apartamento en el que mora es el reflejo de su alma, el pájaro enjaulado es el reflejo de su condición. El director sigue los pasos de su "héroe", que llevan hasta un asesinato cometido en un club del que varios clientes han sido testigos, puliendo así los ásperos trazos de un policíaco que sobre todo se basará en la encarnizada cacería de un hombre, pues resulta que este implacable y concienzudo asesino se ha convertido en víctima de sus propios métodos dejando tras de sí una tremenda sospecha para la policía y una duda irreparable en los individuos que solicitaron sus servicios.
Dos facciones que operan según métodos similares por un Melville que no hace distinciones entre aquellos que dicen defender la ley y aquellos que operan al margen de ésta; así queda retratado París por el director, como un lugar tan brutal y gélido como los seres que habitan sus oscuras calles y que se mueven entre las sombras y el humo de los pubs y las casas de juego.
Costello es uno de esos seres, lacónico, amargo y del que jamás se nos permite averiguar más de lo necesario (como ocurre con los demás personajes), sintiendo no así esa inquietud que le domina desde lo más profundo por respetar y obedecer el código de honor con el cual ha de guiarse en el éxito de su misión, cual samurái del Japón feudal.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
El cine negro, cuyos aromas, colores, sonidos y atmósfera se nos impregna desde el primer minuto, desciende a los abismos de su propia imaginería en este ejercicio minimalista, romántico pese a su dureza, elegante en su aspereza e intenso en su pausada puesta en escena, pues el dinamismo y el blanco y negro terminaron en "Hasta el Último Aliento".
Melville, apoyado por la magnífica fotografía de Henri Decae, crea una poética descorazonadora sobre la soledad, la violencia, el honor y la aceptación de la fatalidad del destino que se posiciona en la cima de su carrera y del género contra el paso del tiempo, bebiendo de ella numerosos cineastas y títulos futuros. Desde Tarantino y Woo pasando por Jarmusch, Winner, Winding Refn a Johnnie To o Walter Hill y su film "The Driver", excesivamente similar al que nos ocupa...
Un larguísimo etcétera de individuos que se influenciaron y la imitarían hasta la saciedad.
Pero su belleza y poesía trágica jamás sería igualada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Melville, como ya ha hecho, concede el mismo peso al jefe de policía encargado de la captura, que no duda en remover los infiernos para atraparle aunque eso suponga echar por tierra todo principio de ética.
A lo lejos dos mujeres, y perfectos negativos: una es el apoyo para las misiones de Jef aunque nunca para despertar la calidez de su frío corazón, la otra una "femme fatale" silenciosa y de aspecto inocente implicada en el caso.
Acusadores y clientes acorralarán sin cesar a un Jef que, observando cómo de fácil resulta quebrantar el respeto y la honestidad, buscará venganza invadido por la desconfianza y el temor de todo aquello que se mueve a su alrededor. Entre tanto, y como le ocurría a Kubrick en "Atraco Perfecto", Melville insiste de forma obsesiva en precisar el transcurso del tiempo (en realidad una cuenta atrás hacia la muerte aunque ni el protagonista ni nosotros lo sepamos todavía) sin hacer uso, no obstante, de innecesarias elipsis temporales, con el objetivo de sumergirnos en el frenesí de una persecución que cumple con todos los requisitos para ser conducida hacia un desenlace trágico que ya desde el comienzo parecía insinuarse.
Porque no existe salvación posible según la lógica del duro universo creado por Melville, ni mucho menos para un solitario al que acompañan los más negros reveses del destino a cada paso que da. Ese último tramo, en el que Jef será presa del herméticamente cíclico devenir de la existencia (repitiéndose todos los pasos dados al inicio del film) lo pone de manifiesto, así como la sorpresa de rostro al ser abatido en última instancia.
Convirtiéndose en el héroe "mevilliano" por excelencia, Alain Delon no precisa de muchas frases para hipnotizarnos con su magnética presencia, dada por su apuesta figura y ese talento innato con el que lo expresa todo sin expresar nada.
A la alargada sombra de éste, un impagable François Périer y su extensa colección de expresiones y verborrea como contrapunto al impertérrito rostro de Delon, la preciosa Nathalie Delon, esposa de éste, y una enigmática Caty Rosier.
A lo lejos dos mujeres, y perfectos negativos: una es el apoyo para las misiones de Jef aunque nunca para despertar la calidez de su frío corazón, la otra una "femme fatale" silenciosa y de aspecto inocente implicada en el caso.
Acusadores y clientes acorralarán sin cesar a un Jef que, observando cómo de fácil resulta quebrantar el respeto y la honestidad, buscará venganza invadido por la desconfianza y el temor de todo aquello que se mueve a su alrededor. Entre tanto, y como le ocurría a Kubrick en "Atraco Perfecto", Melville insiste de forma obsesiva en precisar el transcurso del tiempo (en realidad una cuenta atrás hacia la muerte aunque ni el protagonista ni nosotros lo sepamos todavía) sin hacer uso, no obstante, de innecesarias elipsis temporales, con el objetivo de sumergirnos en el frenesí de una persecución que cumple con todos los requisitos para ser conducida hacia un desenlace trágico que ya desde el comienzo parecía insinuarse.
Porque no existe salvación posible según la lógica del duro universo creado por Melville, ni mucho menos para un solitario al que acompañan los más negros reveses del destino a cada paso que da. Ese último tramo, en el que Jef será presa del herméticamente cíclico devenir de la existencia (repitiéndose todos los pasos dados al inicio del film) lo pone de manifiesto, así como la sorpresa de rostro al ser abatido en última instancia.
Convirtiéndose en el héroe "mevilliano" por excelencia, Alain Delon no precisa de muchas frases para hipnotizarnos con su magnética presencia, dada por su apuesta figura y ese talento innato con el que lo expresa todo sin expresar nada.
A la alargada sombra de éste, un impagable François Périer y su extensa colección de expresiones y verborrea como contrapunto al impertérrito rostro de Delon, la preciosa Nathalie Delon, esposa de éste, y una enigmática Caty Rosier.