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Voto de Chris Jiménez:
9
Cine negro. Drama Nueva York, año 1934. Christopher Cross es un simple cajero, infelizmente casado, cuya única pasión es la pintura. Una noche conoce a Kitty March, una atractiva buscavidas de la que se enamora y le hace creer que es un pintor de éxito. La chica y su novio Johnny, un tipo sin escrúpulos, aprovechan la ocasión para intentar explotar al pobre hombre, pues creen que sus cuadros valen mucho dinero.
(FILMAFFINITY)
24 de mayo de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué fácil es caer en la tentación, con qué reprochables argucias una persona puede ver manipulados sus sentimientos y ser lanzado al camino de la perdición.

¿Quién nos hizo así? ¿Quién arrancó de nuestras almas la moral, la compasión y la honestidad y nos impidió vislumbrar la senda del bien?...¡qué fracasados y cobardes son los hombres, qué zorras y manipuladoras son las mujeres! La tentación, uno de los más antiguos males que han estado atormentando a la Humanidad, de sabor amargo y pérfido en su interior y aroma dulce en su exterior con el cual logra embaucar hasta al más cauto de los seres; la tentación engaña, traiciona, manipula, se burla, destruye todo lo que encuentra y ni las cenizas quedan tras su paso.
Y como la codicia o la venganza, también es uno de los motivos que mayor juego han dado en la ficción, y por consiguiente en la industria cinematográfica, y claro estaba que iba a tener un papel muy importante en el nuevo proyecto en el cual iba a embarcarse Fritz Lang, cuando el maestro del expresionismo llevaba ya casi una década afincado en territorio americano y su popularidad crecía tanto como sus polémicos puntos de vista e ideales (pese a su romántica ingenuidad) y sus tiránicas actitudes entre los profesionales del mundillo...

"La Mujer del Cuadro" logra el gran éxito de crítica y público estableciéndose como una de las obras emblemáticas de su trayectoria estadounidense; tras esto la MGM, compañía por la que firmó al llegar a EE.UU., es sustituida por Universal y Walter Wanger le respalda en la realización de un film independiente que reúne al reparto protagonista del anterior cuyo guión de Dudley Nichols se basa en la novela de Georges de la Fouchardière "La Chienne", ya llevada al cine por el gran Jean Renoir, con la que aquél facturaría su primera obra maestra del cine sonoro, en 1.931.
Mientras el francés recurre a la ironía abriendo su historia con la representación de un teatro de marionetas, Lang la inicia a ras de calle antes de entrar en un lujoso restaurante donde está teniendo lugar una fiesta de empresa cuyo invitado de honor es Christopher (Legrand en la original), un cajero de mediana edad que lleva sirviendo veinticinco años; tras un mal presagio encarnado en esa joven muchacha con la que su anciano jefe se marcha, podemos averiguar la condición del personaje a simple vista: se trata de un hombre timorato, de andares y gestos dudosos, demasiado amable y considerado. Un hombre susceptible de ser manipulado o engañado...

Su encuentro fortuito con una dama que está siendo agredida en plena calle será el comienzo de una tortuosa aventura en la que se embarcará sin proponérselo, pues desde el primer momento en que se cruza con esta mujer llamada Katherine (antes Lulú), de aires vanidosos, tremendo desparpajo y palabras aduladoras lo intuimos con facilidad.
Algo no marcha bien, y este algo, que la voz del destino anuncia, desencadenará terribles consecuencias para ambos, más aún teniendo en cuenta que su amistad se inicia con un doble engaño: ella afirma ser actriz, cualidad de la que se servirá para manipularle a él, quien dice ser pintor, verdad a medias en este caso.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

A cada paso que dan los personajes más siniestra y turbia se vuelve la atmósfera, y más se percibe la ausencia de una salida, de una salvación. El descubrimiento de la gran estafa de la trama (el adueñarse de la obra de Chris cortándole la única vía de libertad de la que gozaba) y la materialización de un mal presentimiento nacido de los celos y el miedo lo conducen todo hacia una auténtica fatalidad (esa última y desgarradora parte donde la película se revela más poderosa que nunca), fácil de intuir desde hacía tiempo.
Mientras Lang, apoyado en la música de Hans Salter y la fotografía de Milton Krasner, imprime pinceladas del más puro y elegante cine negro (sobre todo en el último tramo) a su mítica tragedia, Edward G. Robinson, sustituyendo magníficamente a Michel Simon, nos rompe el corazón en la piel de un hombre que sólo inspira compasión y lástima y en cuyo rostro no podría estar escrito la palabra "perdedor" con tal claridad. Por su parte, la preciosa Joan Bennett logra con su Katherine un modelo opuesto y más complejo de la "femme fatale" de la época (siempre transmitirá el efecto opuesto de este personaje-tipo) y Dan Duryea demuestra de nuevo gran talento como villano de tres al cuarto.

Rematada con una delirante conclusión que le hace a uno añicos el alma, de pura vena expresionista y colmado de trazos que arañan el inconsciente donde el peso de las sombras de la muerte se llevan arrastrando en los pies para toda la eternidad, "Perversidad" se configura como un tenebroso relato de obsesión, vileza, repulsión y sordidez abierto a símbolos e interpretaciones cuyo fin último es el descenso a los infiernos de la perdición.
Por desgracia, debido a sus similitudes con "La Mujer del Cuadro" no obtendría el beneplático de la crítica (ni el del mismo Robinson), a lo que no ayudó la severa intervención del Código Hays, que la censuró por considerarla moralmente peligrosa, y es que el austriaco, al trabajar en terrenos independientes, se reveló desatado en cuanto a no conceder concesiones absolutamente a nada ni nadie (pareciera que deja atrás su ingenuidad y hace lo que no le dejaron en "La Mujer del Cuadro").

El tiempo la ha sabido colocar en el lugar donde se merece figurar: entre los mejores y más influyentes dramas psicológicos enroscado en las turbias esferas del "noir" que se han realizado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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