Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Chris Jiménez:
9
Cine negro. Intriga. Thriller Tras salir de la cárcel, Maurice Faugel asesina a su amigo Gilbert Varnove. A continuación prepara un atraco para el que necesita una serie de herramientas que le proporcionará Silien (Belmondo), un individuo sospechoso de ser confidente de la policia. El robo sale mal, y Maurice, que sospecha que Silien lo ha traicionado, decide ajustar cuentas con él. (FILMAFFINITY)
7 de mayo de 2023
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Sólo soy un pobre diablo", admite Silien a los policías, que no saben a qué atenerse. Y tiene muchísima razón.
Nos hallamos ante un diablo, el más calculador e inteligente. Porque la mayor habilidad del Diablo es hacer creer al Mundo que no existe. Y éste lo consigue.

Nos trae a este tipejo despreciable, pues, al menos para ellos, no hay nada peor que ser un criminal, salvo un soplón que se aprovecha de un criminal para su propio beneficio. Entra y se escurre cual lagartija entre el fango; el sr. Jean-Pierre Melville se dispone, a su vez, a utilizarle para traérnoslo en el que será su primera incursión, oficialmente hablando, en ese universo de los gángsters, cuya iconografía e imaginario ha tomado, sin ningun disimulo, del cine negro norteamericano, que adora. La esencia del mismo puede que ya impregnara a su "Bob, el Jugador", pero aquí todavía se acercaba más al drama.
Tal vez lo que deseaba era desprenderse de la etiqueta que le habían colocado sus aduladores de Cahiers du Cinema y sus jóvenes seguidores de la "nouvelle vague", virando por unos caminos mucho más convencionales, incluso comerciales, en cuanto a forma y temática; así era el francófono: independiente hasta las últimas consecuencias. Sin embargo hubo de plegarse a exigencias, como la de sus productores sobre contratar a un actor conocido si quería que "Le Doulos", inspirado en el debut homónimo del genio de la literatura criminal francesa Pierre Lesou, cuyas obras serían posteriormente muy llevadas al cine, tuviera éxito en las salas.

Ese actor es Belmondo, a quien le une una relación de desprecio mutuo. Pese a ser el protagonista y mencionarse el tipo de personaje que encarna al principio de la película, ese criminal que se aprovecha del criminal, el soplón, la rata, con sombrero que lo delate, no es él con quien la empezamos. Sello característico del cine de Melville, el destino marca la senda por la que caminan los hombres; si es así Maurice se dirige con determinación, pero sin saberlo, a su propia sentencia de muerte, como si andase por un corredor de la muerte metafórico figurado en los pasadizos de ese túnel en el cual le vemos a través de un extenso y elaboradísimo plano-secuencia.
Irá a cometer un crimen, y contra un amigo (Varnove) por venganza. Mucho más tarde describirá este hecho como casual: "Ese movimiento fue terrible: se giró y vio la pistola. Nada más". Melville empapará a sus gángsters de una impasibilidad implacable, contagiada por el entorno, dotando al ya de por sí nihilista universo del "noir" de un estigma de resignación, casi melancólicamente poético; así concibe el género, así debe concebirse: tan duro, áspero, frío e impenetrable como las aceras a las que se arrojan los individuos que lo habitan. El criminal recién salido de prisión de Serge Reggiani es un perfecto ejemplo, pero, mejor que él, el Silien de Belmondo.

Arropado, casi oculto, por las sombras de la tan particular fotografía de Nicolas Hayer, de raíz expresionista, el actor sufre la restricción de no poder improvisar y su deber a atenerse a una actuación lacónica y gélida; más bien desalmada, y es algo que captura al vuelo. Narrado con silenciosa precisión, en una serie de largos planos-secuencia por los que se distinguirá la película (y toda la obra del cineasta), el atraco que prepara Maurice es lo que dispara una serie de desastres donde la amistad, la lealtad y la confianza son aplastados por el yunque del interés y la codicia; ni siquiera los criminales pueden fiarse de su código interno.
Se agazapa en las tinieblas el soplón. Regala su sonrisa malévola a la pobre y machacada Thérèse (en una de las escenas más terriblemente crueles de la Historia del cine, irrealizable hoy día). A partir de aquí, cual héroe de tragedia épica, Maurice se levanta y se enfrenta a los elementos en busca de venganza; al otro lado una policía de métodos desesperados dirigida por un sagaz comisario que también formará parte del mundo gangsteril "melvilliano" para la posteridad (aquí un magistral Jean Desailly, protagonizando una escena inolvidable donde su verborrea ante Silien y su andar en círculos por el despacho es filmada sin cortes desde el mismo eje fijo).

Entre el humo de los bares, sutilmente fotografiado en el blanco y negro rugoso, entre las calles mojadas por la lluvia, y sobre todo, y otra "marca de la casa", entre habitaciones que dificultan la escapatoria a un lado y al otro, Silien hace sus juegos de manos como un mago del engaño, se burla de unos y otros; criminales, policías, mujeres y nosotros mismos caemos presa de su arte para la manipulación, como un maestro de ceremonias que moldea este mundo de muerte negra a su antojo. Un buen trabajo tenemos aquí en el desarrollo de un guión que pasa por muchos lugares, intrigas y traiciones; complejo, sí, pero tampoco enrevesado.
Basta con prestar atención a las jugadas del soplón para salir siempre airoso, siendo la culminación de su obra el incluso quedar como inocente ante los ojos del hombre al que vendió sin miramientos. Y mientras tanto Maurice en la tela del desconcierto, la cual queda bien enhebrada gracias a unos "flashbacks" fantasiosos (magnífico uso de la forma y el estilo) donde la auténtica verdad nunca es revelada, pero que sin embargo conduce, porque siempre deben de haber brechas en las mentiras, a un final apocalíptico. El de "Le Doulos" trata la imposibilidad de huir de los pecados y la corrupción propia y el castigo por la traición del código de honor.

Paul Misraki aporta unas melodías de oscura profundidad subrayando la fatalidad, la catástrofe. Melville volvería a obligarnos a habitar estas esferas refinadamente viscosas para instalarnos en ellas hasta el final de su carrera.
Por desgracia ya no lo volvería a hacer con Belmondo a bordo, pero pudo brindarnos la que podría disputarse como la más impresionante interpretación de su vida, con todo lo lacónica y estoica que sea. En su contención radica su grandeza, como sucede en la propia película.
Chris Jiménez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow