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Voto de Chris Jiménez:
8
Drama A un hombre de negocios sus amigos le piden constantemente consejos sobre el matrimonio, la vida conyugal y la vida familiar. Su serenidad y sus agudos análisis le permiten encontrar el consejo oportuno para cada situación. Sin embargo, cuando él mismo tiene que afrontar una delicada situación que afecta a su hija mayor, tropezará con grandes dificultades para encontrar una solución al conflicto. (FILMAFFINITY)
5 de junio de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las llamadas "flores del infierno" ("higanbana") brotan durante el equinoccio de otoño y el intenso color rojo de sus largos pétalos ilumina las zonas sombrías o las orillas de los lagos donde crecen.
Están estrechamente relacionadas con la melancolía, la pérdida y la añoranza y guían a los espíritus en su etapa de transición hasta alcanzar la siguiente vida...

Los tiempos cambian para el cine y sus realizadores, aunque algunos se resistan a ello. Llegado el sonoro en territorio japonés el joven Yasujiro Ozu continúo apegado al mudo durante largo tiempo, y cuando "Jigokumon" causó furor en el Festival de Cannes destacándose la belleza de sus colores, muchos de sus coetáneos se aventuraron a dejar el blanco y negro, pero él esperaría hasta 1.958 con la adaptación de la novela "Higanbana" del autor Ton Satomi, importante figura del shirakaba-ha; como Fujiko Yamamoto es una de las estrellas de la Daiei (rival de Shochiku, donde trabaja Ozu), casi se le impone al director filmarla en vivo color.
Al igual que otras obras del nipón, ésta empieza en una estación de tren y plantea, a través de una divertida secuencia, el tema esencial que se tratará en la historia: la del matrimonio de una hija, retomándose así uno de los conflictos familiares que mayor repercusión ha tenido en su filmografía desde "Primavera Tardía". En el banquete de bodas de la hija de un compañero de trabajo de Wataru, se insta a que éste diga unas palabras; el discurso es ácido, pues desea suerte a los recién casados mientras recuerda el pesar de su propia boda, llevada a cabo de forma tradicional, esto es, por mandato paterno.

Esta amarga visión cruza de principio a fin el argumento y regresa a otra de las grandes obsesiones del cineasta: el choque generacional y entre las mentalidades de distintas épocas. Este Wataru es un hombre conservador de un periodo oscuro y de precariedades, y como él todos los amigos de su edad que le rodean; nada que ver con las chicas jóvenes, las cuales gozan de cada vez más libertades y llenan de color el espacio con sus prendas chillonas de corte occidental (siendo ellas la encarnación perfecta de las "higanbana"). La prudencia del protagonista le sirve para discutir los problemas familiares que sus allegados tienen con sus hijas, a quienes se urge para contraer matrimonio.
Dos de ellos son Shukichi, cuya hija se ha escapado de casa, y Hatsu (personaje irritante donde los haya), que se desvive para encontrar un marido a la desobediente Yukiko. Una de las claves de la historia es la fuerza del sentimiento paterno: mientras Wataru aconseja a las hijas de sus amigos seguir su propio camino, obedecer al corazón e ignorar a sus padres no puede sino verse atrapado cuando el conflicto recae sobre la suya propia, Setsuko. El punto de inflexión, el que perturbará la atmósfera, que a partir de ahora se sentirá inestable, cruda y confusa, es la repentina petición de mano del novio de ésta.

Claro está Wataru no sabía nada de él ni de este compromiso sorpresa. Ahora se proclama un enfrentamiento directo contra la desobediencia, la rebeldía y la arrogancia de la hija; Ozu recurre al estatismo perpetuo en esta ocasión (ni un travelling, ni un movimiento) y su técnica (guiada por el carácter extremadamente flemático del protagonista) no hace sino acrecentar la tensión y la violencia en las discusiones filmadas en el interior del hogar, el cual sufre por la brecha abierta en su apacible e inquebrantable microcosmos de tradición, una brecha por la que se ha introducido el germen del rechazo de estas mismas tradiciones.
Por supuesto la esposa fiel y madre devota (Kiyoko) está ahí para recriminar a la hija cuando ésta contesta al padre de mala manera y seguir las decisiones del marido aunque actúe a sus espaldas. La seguridad de las costumbres se quiebra de forma inevitable, y fuera de este mundo interior hay otro que está en constante movimiento, donde los jóvenes toman la iniciativa y se olvidan de sus padres, y donde éstos cantan canciones de su juventud, estrechamente relacionadas con la guerra, y rememoran las duras experiencias sufridas en una época anterior de muerte, ruina y desesperación.

Por tanto ya no hay tiempo para seguir gozando de una preciosa mañana junto a toda la familia cerca de las tranquilas aguas del lago Ashi de Hakone, pues la vida pasa, y en ella unos avanzan y otros se estancan; la visión del director es de nuevo áspera y cruda, y a veces tremendamente mordaz en su forma de observar el comportamiento entre jóvenes y adultos (el engaño de Yukiko a Wataru es el mejor ejemplo), aunque al final, como siempre en su cine, son los sentimientos y la felicidad de los descendientes lo más importante, y aunque sea a regañadientes se prefiere poner fin a las discusiones.
Yuharu Atsuta provee de una maravillosa técnica a Ozu y los colores resaltan en el escenario brindando una gama de impresiones realmente cautivadora, mientras que el anterior decide respetar como nunca la inmovilidad "narusiana" como lleva practicando en su carrera desde hace una década. Shin Saburi lleva la voz cantante a través de una actuación dura y lacónica acompañado de dos de las figuras más representativas del cine japonés: Kinuyo Tanaka, en un extraño papel de esposa obediente, y Chishu Ryu, que volverá a cantar como lo hiciera en "Memorias de un Inquilino"; por su parte destacan las bellas Ineko Arima (que adopta el nombre de la musa del cine tardío de Ozu) y Fujiko Yamamoto y el genial Teiji Takahashi, que protagoniza los momentos más divertidos.

Todos ellos sujetos a la máxima economización gestual y expresiva, aunque eso no es impedimento para que sientan a sus personajes hasta en lo más profundo. El japonés volvió a ser premiado y aplaudido, donde por encima de la belleza plástica de sus imágenes destaca su drama íntimo y duro conflicto generacional.
Dos años después volvería a adaptar otra novela de Satomi, de similar argumento: "Akibiyori".
Chris Jiménez
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