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Voto de Chris Jiménez:
10
7,7
62.989
Terror. Drama
Los Woodhouse, un matrimonio neoyorquino, se mudan a un edificio situado frente a Central Park, sobre el cual, según un amigo, pesa una maldición. Una vez instalados, se hacen amigos de Minnie y Roman Castevet, unos vecinos que los colman de atenciones. Ante la perspectiva de un buen futuro, los Woodhouse deciden tener un hijo; pero, cuando Rosemary se queda embarazada, lo único que recuerda es haber hecho el amor con una extraña ... [+]
17 de julio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rosemary camina precavida, cuchillo en mano, por un largo pasillo tan estéticamente renacentista que parece como si una puerta se hubiese abierto a un túnel del tiempo.
Una iglesia en llamas...un retrato familiar...finalmente todos están ahí, congregados en el salón. Al fondo una enorme cuna tan negra como el color de la piel de aquél que engendró a la criatura que dentro aguarda la llegada de su madre...
Más que un elaboradísimo plano-secuencia de ricos detalles técnicos, es una disgregación espacio-temporal que desplaza las líneas de la realidad hacia un fondo completamente difuso en su término psicológico, con un sentido de desfase el cual roza lo grotescamente auténtico pero que alcanza directamente el inconsciente; la madre se enfrenta a su pesadilla conjurada o a la verdad de un triste nacimiento. Es de hecho cuando Roman Polanski ya no precisa de seguir arrastrándonos al interior de ninguna quimera o figuración; inmersos en ella nuestra sola imaginación, desde el interior de la mente de Rosemary en la que habitamos, empieza a crear una suposición de lo terrible...
Pocas veces el horror se sintió tan palpable y auténtico; cuando el cine de dicho género no era más que casas encantadas, monstruos de mitología, desmembramientos sin sustancia o historias de vampiros, uno de los cineastas más prometedores del momento llegó para protagonizar un pequeño vuelco que algo después remataría "El Exorcista". Su decisión de adaptar el "best-seller" del genio Ira M. Levin, "Rosemary's Baby", publicado sólo un año antes, fue desde luego la acertada, tras ofrecer un producto tan irregular como "El Baile de los Vampiros".
Se embarca en su primera producción puramente norteamericana gracias a que el mítico artesano (más conocido por su cine de terror) William Castle ha logrado los derechos del libro del neoyorkino; el actor/director John Cassavetes se une al reparto y una joven Mia Farrow, sobre todo conocida por su matrimonio con un Frank Sinatra que se divorciaría de ella al continuar su carrera (pero hizo bien, el hombre). Y todo empieza con un gran plano de la ciudad y una nana (cantada por la misma actriz) que a modo de presagio anuncia acontecimientos no muy halagüeños...
El matrimonio Woodhouse, Rose y Guy, se disponen a formar parte de los enormes apartamentos Bramford, cuya arquitectura renacentista resulta inquietante a simple vista; el director se toma tiempo para entrar en la intimidad de estos personajes, y lo hace alargando las secuencias, filmando cámara en mano, captando una inmediatez abrumadora, y quedando en pantalla la impronta de la perfecta química entre actor y actriz, equilibrándose el radical método de improvisación de uno a la cuidada y meticulosa actuación de la otra. Lo que hace Polanski es dejar que nos familiaricemos con el ambiente, los interiores, sus zonas más oscuras y mohosas y las más acogedoras; es vital que nos sintamos parte de ello.
Al mismo tiempo, como buen heredero de Hitchcock que es, comienza a presentar diversos elementos que desatan una intriga y nos sitúan en el centro de un supuesto peligro; la advertencia de un amigo de la pareja sobre brujería como parte de la historia del edificio donde han ido a parar no resulta reconfortante, pero es la muerte de la joven Terry, sin resolver, el resorte de la sospecha. Y en quien se vuelca aquél para empezar a maquinarla es Rosemary; de repente una ventana se abre al pasado de la muchacha, y casi sin romper la realidad del entorno emergen los recuerdos personándose en el escenario.
La ruptura es fascinante pues, al estilo de Mizoguchi, Polanski también hace brotar lo impalpable gracias a una puesta en escena en la que el movimiento de la cámara revela lo invisible para conmover y perturbar al espectador, si bien la sobria fluidez teatral del primero encuentra la vía del extremo realismo del segundo; la intervención de un matrimonio anciano, Roman y Minnie, sugiere una falsa apariencia que esconde una sospechosa verdad. Poco a poco veremos cómo el cineasta estrecha el lazo alrededor del cuello de Rosemary, cómo la invasión de su intimidad provoca que su existencia se aleje cada vez más de su voluntad individual.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
A pesar de un rodaje cargado de problemas (sobre todo debido a la mala relación entre Polanski y el impulsivo Cassavetes), medio Mundo se rindió ante el poder, el ataque y la visión revolucionaria de "Rosemary's Baby", crítica y público, y fue la sensación del momento.
A partir de entonces el horror, que ya había iniciado su metamorfosis gracias a títulos como "Psicosis", "La Máscara del Demonio", "Arde, bruja, Arde", "Onibaba", "La Hora del Lobo", "La Noche de los Muertos Vivientes" o la serie de adaptaciones de Allan Poe por cuenta de Roger Corman, cambia su concepción y enfoque hacia terrenos más maduros, además de poner de moda el asunto del satanismo en el cine. Lo más importante es que resulte real y plausible, y Polanski lo logra.
Una iglesia en llamas...un retrato familiar...finalmente todos están ahí, congregados en el salón. Al fondo una enorme cuna tan negra como el color de la piel de aquél que engendró a la criatura que dentro aguarda la llegada de su madre...
Más que un elaboradísimo plano-secuencia de ricos detalles técnicos, es una disgregación espacio-temporal que desplaza las líneas de la realidad hacia un fondo completamente difuso en su término psicológico, con un sentido de desfase el cual roza lo grotescamente auténtico pero que alcanza directamente el inconsciente; la madre se enfrenta a su pesadilla conjurada o a la verdad de un triste nacimiento. Es de hecho cuando Roman Polanski ya no precisa de seguir arrastrándonos al interior de ninguna quimera o figuración; inmersos en ella nuestra sola imaginación, desde el interior de la mente de Rosemary en la que habitamos, empieza a crear una suposición de lo terrible...
Pocas veces el horror se sintió tan palpable y auténtico; cuando el cine de dicho género no era más que casas encantadas, monstruos de mitología, desmembramientos sin sustancia o historias de vampiros, uno de los cineastas más prometedores del momento llegó para protagonizar un pequeño vuelco que algo después remataría "El Exorcista". Su decisión de adaptar el "best-seller" del genio Ira M. Levin, "Rosemary's Baby", publicado sólo un año antes, fue desde luego la acertada, tras ofrecer un producto tan irregular como "El Baile de los Vampiros".
Se embarca en su primera producción puramente norteamericana gracias a que el mítico artesano (más conocido por su cine de terror) William Castle ha logrado los derechos del libro del neoyorkino; el actor/director John Cassavetes se une al reparto y una joven Mia Farrow, sobre todo conocida por su matrimonio con un Frank Sinatra que se divorciaría de ella al continuar su carrera (pero hizo bien, el hombre). Y todo empieza con un gran plano de la ciudad y una nana (cantada por la misma actriz) que a modo de presagio anuncia acontecimientos no muy halagüeños...
El matrimonio Woodhouse, Rose y Guy, se disponen a formar parte de los enormes apartamentos Bramford, cuya arquitectura renacentista resulta inquietante a simple vista; el director se toma tiempo para entrar en la intimidad de estos personajes, y lo hace alargando las secuencias, filmando cámara en mano, captando una inmediatez abrumadora, y quedando en pantalla la impronta de la perfecta química entre actor y actriz, equilibrándose el radical método de improvisación de uno a la cuidada y meticulosa actuación de la otra. Lo que hace Polanski es dejar que nos familiaricemos con el ambiente, los interiores, sus zonas más oscuras y mohosas y las más acogedoras; es vital que nos sintamos parte de ello.
Al mismo tiempo, como buen heredero de Hitchcock que es, comienza a presentar diversos elementos que desatan una intriga y nos sitúan en el centro de un supuesto peligro; la advertencia de un amigo de la pareja sobre brujería como parte de la historia del edificio donde han ido a parar no resulta reconfortante, pero es la muerte de la joven Terry, sin resolver, el resorte de la sospecha. Y en quien se vuelca aquél para empezar a maquinarla es Rosemary; de repente una ventana se abre al pasado de la muchacha, y casi sin romper la realidad del entorno emergen los recuerdos personándose en el escenario.
La ruptura es fascinante pues, al estilo de Mizoguchi, Polanski también hace brotar lo impalpable gracias a una puesta en escena en la que el movimiento de la cámara revela lo invisible para conmover y perturbar al espectador, si bien la sobria fluidez teatral del primero encuentra la vía del extremo realismo del segundo; la intervención de un matrimonio anciano, Roman y Minnie, sugiere una falsa apariencia que esconde una sospechosa verdad. Poco a poco veremos cómo el cineasta estrecha el lazo alrededor del cuello de Rosemary, cómo la invasión de su intimidad provoca que su existencia se aleje cada vez más de su voluntad individual.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
A pesar de un rodaje cargado de problemas (sobre todo debido a la mala relación entre Polanski y el impulsivo Cassavetes), medio Mundo se rindió ante el poder, el ataque y la visión revolucionaria de "Rosemary's Baby", crítica y público, y fue la sensación del momento.
A partir de entonces el horror, que ya había iniciado su metamorfosis gracias a títulos como "Psicosis", "La Máscara del Demonio", "Arde, bruja, Arde", "Onibaba", "La Hora del Lobo", "La Noche de los Muertos Vivientes" o la serie de adaptaciones de Allan Poe por cuenta de Roger Corman, cambia su concepción y enfoque hacia terrenos más maduros, además de poner de moda el asunto del satanismo en el cine. Lo más importante es que resulte real y plausible, y Polanski lo logra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Nos da la sensación de que su vida le pertenece un poquito menos con cada encuentro con los Castevet, hasta ese momento, terrorífico, en que un sueño revela los secretos más desagradables que pudiera descubrir.
Otra gran muestra de la potencia onírica a la cual se presta Polanski, introduciendo a su protagonista, como le sucedía a la Carole de "Repulsión" (con la que no pocos paralelismos se establecen...), en esferas que escinden el tiempo real y se prestan a confundir los sentidos y a acumular simbolismos y alegorías de un orden totalmente indescriptible.
Un ritual en las tripas del edificio, entre miradas frías y frases sin sentido, espectros que se revuelven contra la conciencia religiosa y destruyen los pilares de la razón; toda esta secuencia, donde el dominio técnico, la fotografía de William Fraker y la música de Krzysztof Komeda se conjugan en una experiencia única del espanto, persiste en el tiempo como una de las más escalofriantes de la Historia del cine. A partir de aquí nada es lo mismo en la película, que cambia y evoluciona en razón de un conflicto de identidad, pues lo importante para el director es mantener la confusión acerca de la dualidad de lo mostrado, jamás contando y siempre sugiriendo.
Ahí radica el principio de su obra y su mayor atractivo, en zurcir los trazos de una atmósfera de plena incertidumbre, que atrapa en sus intestinos al espectador con igual fuerza que a la heroína, una atmósfera áspera hasta la náusea, de posos amargos, muy heredera de Castle, pero también del estilo más dramático, directo y psicológico de Brooks, Aldrich o el propio Cassavetes, intensificada por la degeneración física (y también mental) que ésta irá sufriendo mediante su embarazo prosigue bajo atentas miradas de intenciones quizá malévolas, una concepción repulsiva, perpetrada desde la violación.
Se nos hace experimentar esa debilidad y soledad femenina bajo posesión de fuerzas que arrebatan su voluntad y personalidad, no sólo de origen masculino, sino colectivo y social. Como Carole, Rosemary también deambula, abandonada, entre calles bulliciosas de un mundo que la ve como objeto de sus fines, a través de su naturaleza sexual, para servir a una comunidad hostil, fría y cruel, a su vez al servicio de una entidad diabólica manipuladora y ambiciosa, y figurando el embarazo como muerte de la Humanidad. Los caminos por los que se aventura el polaco, a pesar de hacerlo en un 1.968 donde los cambios de mentalidad y el espíritu liberal están en su punto álgido, son ciertamente espinosos.
En especial su mirada agresiva hacia lo religioso y su deseo de hacerla chocar con la celebración de lo pagano y satánico; esto, sin embargo, no adquiere un cariz propio de ambientes góticos sujetos a una fantasía fantasmagórica como se mostraba en los clásicos de Poe o el de Ulmer, desligado del autor, "The Black Cat" (¿será el austrohúngaro otra importante referencia para Polanski en el uso de las atmósferas y las ambigüedades?); aquí esta anomalía se integra perfectamente en la sociedad, se funde con lo real y se hace palpable y creíble, hasta el punto de hacernos creer que todo esto pudiera estar basado en un suceso auténtico.
Sin embargo la trama y sus inesperados virajes se sustentan en la dualidad, por mucho que las pistas (el libro de brujería, el amuleto de Minnie) y las incógnitas (el ascenso de popularidad de Guy, la muerte de Hutch) dejen cada vez menos dudas y hagan evidente lo que sólo se vislumbra a través de los ojos de una Mia Farrow cuya actuación extenúa y debilita hasta la saciedad, pues nos vemos obligados a meternos en su piel y su mente, y este esfuerzo termina por sacudir nuestras emociones.
Actores teatrales, Sidney Blackmer y la arrolladora Ruth Gordon, encarnan esa sensación de falsa apariencia, vil hipocresía y manipulación que domina entre las paredes del entorno que encierra a Rosemary.
Otra gran muestra de la potencia onírica a la cual se presta Polanski, introduciendo a su protagonista, como le sucedía a la Carole de "Repulsión" (con la que no pocos paralelismos se establecen...), en esferas que escinden el tiempo real y se prestan a confundir los sentidos y a acumular simbolismos y alegorías de un orden totalmente indescriptible.
Un ritual en las tripas del edificio, entre miradas frías y frases sin sentido, espectros que se revuelven contra la conciencia religiosa y destruyen los pilares de la razón; toda esta secuencia, donde el dominio técnico, la fotografía de William Fraker y la música de Krzysztof Komeda se conjugan en una experiencia única del espanto, persiste en el tiempo como una de las más escalofriantes de la Historia del cine. A partir de aquí nada es lo mismo en la película, que cambia y evoluciona en razón de un conflicto de identidad, pues lo importante para el director es mantener la confusión acerca de la dualidad de lo mostrado, jamás contando y siempre sugiriendo.
Ahí radica el principio de su obra y su mayor atractivo, en zurcir los trazos de una atmósfera de plena incertidumbre, que atrapa en sus intestinos al espectador con igual fuerza que a la heroína, una atmósfera áspera hasta la náusea, de posos amargos, muy heredera de Castle, pero también del estilo más dramático, directo y psicológico de Brooks, Aldrich o el propio Cassavetes, intensificada por la degeneración física (y también mental) que ésta irá sufriendo mediante su embarazo prosigue bajo atentas miradas de intenciones quizá malévolas, una concepción repulsiva, perpetrada desde la violación.
Se nos hace experimentar esa debilidad y soledad femenina bajo posesión de fuerzas que arrebatan su voluntad y personalidad, no sólo de origen masculino, sino colectivo y social. Como Carole, Rosemary también deambula, abandonada, entre calles bulliciosas de un mundo que la ve como objeto de sus fines, a través de su naturaleza sexual, para servir a una comunidad hostil, fría y cruel, a su vez al servicio de una entidad diabólica manipuladora y ambiciosa, y figurando el embarazo como muerte de la Humanidad. Los caminos por los que se aventura el polaco, a pesar de hacerlo en un 1.968 donde los cambios de mentalidad y el espíritu liberal están en su punto álgido, son ciertamente espinosos.
En especial su mirada agresiva hacia lo religioso y su deseo de hacerla chocar con la celebración de lo pagano y satánico; esto, sin embargo, no adquiere un cariz propio de ambientes góticos sujetos a una fantasía fantasmagórica como se mostraba en los clásicos de Poe o el de Ulmer, desligado del autor, "The Black Cat" (¿será el austrohúngaro otra importante referencia para Polanski en el uso de las atmósferas y las ambigüedades?); aquí esta anomalía se integra perfectamente en la sociedad, se funde con lo real y se hace palpable y creíble, hasta el punto de hacernos creer que todo esto pudiera estar basado en un suceso auténtico.
Sin embargo la trama y sus inesperados virajes se sustentan en la dualidad, por mucho que las pistas (el libro de brujería, el amuleto de Minnie) y las incógnitas (el ascenso de popularidad de Guy, la muerte de Hutch) dejen cada vez menos dudas y hagan evidente lo que sólo se vislumbra a través de los ojos de una Mia Farrow cuya actuación extenúa y debilita hasta la saciedad, pues nos vemos obligados a meternos en su piel y su mente, y este esfuerzo termina por sacudir nuestras emociones.
Actores teatrales, Sidney Blackmer y la arrolladora Ruth Gordon, encarnan esa sensación de falsa apariencia, vil hipocresía y manipulación que domina entre las paredes del entorno que encierra a Rosemary.