Media votos
6,4
Votos
2.213
Críticas
2.186
Listas
68
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
- Sus redes sociales
-
Compartir su perfil
Voto de Chris Jiménez:
6
6,1
20.112
Thriller. Acción
A las 8:02 de la mañana, el detective de la policía de Nueva York Jack Mosley tiene encomendada una misión aparentemente sencilla. El delincuente Eddie Bunker está citado para testificar ante un gran jurado a las 10 en punto, y Mosley debe trasladarlo desde la celda al juzgado, a 16 calles de distancia. Cuando Jack, que tiene serios problemas con el alcohol, mete a Eddie en el asiento trasero de su coche y se dispone a atravesar Nueva ... [+]
28 de septiembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos tipos. Uno lo ha tenido todo en la vida y se ha rendido; es policía. El otro no ha tenido nada y no puede rendirse porque tiene toda la vida por delante; es un delincuente común.
Ante ellos la gran New York y 117 minutos para cruzar dieciséis calles que de repente parecen 16 millones...
En mi opinión hay pocos cineastas del Hollywood de los grandes presupuestos que hayan sabido expresar tan bien en pantalla las emociones de los personajes en situaciones de acción límite como Richard Donner...el bueno de Richard, cuya carrera, también en mi opinión, ya empezaba a dar signos de agotamiento desde que juntara a Stallone y Banderas en "Asesinos". La extenuante peripecia fantástica "Timeline" había sido para la mayoría su crucifixión, con sus resultados desastrosos de crítica y taquilla, tanto que le dejaron con la más que posible idea de retirarse.
Antes de tomar esta decisión (ya tomada pues su regreso es un imposible...) recibe con los brazos abiertos un libreto que le entusiasma (y acierta en el momento de su vida en que se encuentra, ya que tal vez no lo hubiese aceptado diez años antes), escrito por Richard Wenk, alumno de John Huston que ha acabado siendo guionista y director ocasional venido a menos, estos últimos tiempos responsable de "The Mechanic", la secuela de "Los Mercenarios" o el horrible y políticamente correcto "remake" de "Los Siete Magníficos". Pero antes de esas horripilantes barrabasadas va a ver su historia protagonizada por un extraño tándem: el célebre rapero Dante "Yasiin Bey" Smith y Bruce Willis.
Cuando el primero se apodaba "Mos Def" y el segundo aún se tenía en pie con dignidad, recién salido de su regreso al rol de héroe de acción con "Hostage" (aunque esto no sucedería como tal hasta un año después, en su cuarta (y peor) encarnación de John McClane). Este Willis es Mosley, la versión ajada y alcohólica, oscura y desmitificada del héroe neoyorkino y de todos los que hubiese interpretado hasta esa fecha; con unos kilos de más, cansado, con ganas de largarse a su sofá, este policía se cruza en el camino de algo parecido a un ángel negro que cambia de arriba a abajo el curso de su vida.
En el espectro de la pareja Riggs/Murtaugh, Donner coloca al lacónico Mosley y al estresante Bunker ante el bullicio de esa Manhattan que respira y se mueve como una máquina imparable, la Manhattan de los recovecos, callejuelas sucias, bares de barrio, avenidas irrespirables llenas de humo y almacenes abandonados, ante una situación narrada en tiempo real donde los homólogos del protagonista están a punto de cruzar una delicada línea, echando por tierra todo tipo de moral y ofreciendo la cara más violenta, decepcionante y corrupta del cuerpo policial. Mosley, cual Franc Serpico, cruza su propia línea: ir en contra de todo ello.
Y uno, si es tan zorro viejo como Donner, quien no duda en usar su pericia, su estudiada manera de filmar, para introducirnos en las entrañas de la intriga y la tensión y hacer de sus personajes seres de carne y hueso y no meros artificios de la acción hollywoodiense (no en vano la producción está financiada por compañías independientes), reconocerá, tras todo ese esfuerzo artístico y técnico, que "16 Calles", al igual que el compendio de sus años de carrera, también lo es de la propia tradición cinematográfica que arrastra.
Un drama de corrupción policial lúgubre y gris propio de Sidney Lumet es el sólido marco al que se aferra esta reinvención de "Ruta Suicida" y "Caza Legal", pero en lugar de suceder entre lejanas carreteras y valles de la Norteamérica profunda, lo hace en el escenario de la 3.ª entrega de "Jungla de Cristal". Quizás las rubias de aquellos títulos cambien por un negro que hunde la calma con la verborrea tartajosa del Pesci de "Arma Letal", pero el resto es la hazaña de Ben Shockley, con su alma apaleada, su afición a la bebida y su mirada perdida, adaptada al público contemporáneo; eso sí, Mosley resulta algo menos caricaturizado y más cercano y realista.
Para confirmarlo, nuestros héroes, mientras a cuentagotas se han ido abriendo sus personalidades y sentimientos, ocupan un largo tramo climático dentro de un autobús (que también me recordó a "Speed", ¿a ustedes no?) y Donner no decepciona tras la cámara ni a la hora de tirar de nuestro desasosiego con su hilo mágico, pero al margen de ello el resto lo hemos visto mil veces, todos los clichés de los "thrillers" policíacos (en especial los del agente que está en el lugar menos indicado y ha de llevar al típico testigo sin importancia a un juicio sin importancia en contra de un puñado de villanos amorales y perversos...).
Lo que no soy capaz de pasar por alto por muy Donner que sea, es, cuando la historia ya ha acabado, cuando no se puede ir más lejos, cuando el héroe ya ha terminado la partida e incluso ha firmado un testamento grabado, cuando los personajes han sellado sus destinos (claramente separados: uno debe morir para que otro pueda vivir), cuando por fin presiento que el cine de acción "made in U.S.A." me va a dar un primer plano del héroe de la película acribillado...el guionista, que podría haber optado por mil y un senderos alternativos, pretende hacerse el listo y Donner, triste y torpemente, le sigue la corriente y por tanto sigue la historia (de lo que hablaré en Zona Spoiler).
Y aquí vuelvo a ver al Willis héroe y a su álter-ego McClane, el lobo que ha salido del disfraz de cordero de Mosley, protagonizando el sinsentido como mejor sabe, y estrechando cada vez más la línea entre el guión de Wenk y el de Dennis Shryack y Michael Butler, tanto que ya no se percibe la diferencia.
Sólo me faltaba el remate pre-créditos, la nota de cursilería última que sobra por los cuatro costados en una historia invadida por la desesperanza y la desilusión, por mucho que se apele a la redención. Cuando el director ya me ha dado la puntilla, sólo me queda espetarle lo mismo que Mosley a Bunker: "Richard...no me jodas".
Ante ellos la gran New York y 117 minutos para cruzar dieciséis calles que de repente parecen 16 millones...
En mi opinión hay pocos cineastas del Hollywood de los grandes presupuestos que hayan sabido expresar tan bien en pantalla las emociones de los personajes en situaciones de acción límite como Richard Donner...el bueno de Richard, cuya carrera, también en mi opinión, ya empezaba a dar signos de agotamiento desde que juntara a Stallone y Banderas en "Asesinos". La extenuante peripecia fantástica "Timeline" había sido para la mayoría su crucifixión, con sus resultados desastrosos de crítica y taquilla, tanto que le dejaron con la más que posible idea de retirarse.
Antes de tomar esta decisión (ya tomada pues su regreso es un imposible...) recibe con los brazos abiertos un libreto que le entusiasma (y acierta en el momento de su vida en que se encuentra, ya que tal vez no lo hubiese aceptado diez años antes), escrito por Richard Wenk, alumno de John Huston que ha acabado siendo guionista y director ocasional venido a menos, estos últimos tiempos responsable de "The Mechanic", la secuela de "Los Mercenarios" o el horrible y políticamente correcto "remake" de "Los Siete Magníficos". Pero antes de esas horripilantes barrabasadas va a ver su historia protagonizada por un extraño tándem: el célebre rapero Dante "Yasiin Bey" Smith y Bruce Willis.
Cuando el primero se apodaba "Mos Def" y el segundo aún se tenía en pie con dignidad, recién salido de su regreso al rol de héroe de acción con "Hostage" (aunque esto no sucedería como tal hasta un año después, en su cuarta (y peor) encarnación de John McClane). Este Willis es Mosley, la versión ajada y alcohólica, oscura y desmitificada del héroe neoyorkino y de todos los que hubiese interpretado hasta esa fecha; con unos kilos de más, cansado, con ganas de largarse a su sofá, este policía se cruza en el camino de algo parecido a un ángel negro que cambia de arriba a abajo el curso de su vida.
En el espectro de la pareja Riggs/Murtaugh, Donner coloca al lacónico Mosley y al estresante Bunker ante el bullicio de esa Manhattan que respira y se mueve como una máquina imparable, la Manhattan de los recovecos, callejuelas sucias, bares de barrio, avenidas irrespirables llenas de humo y almacenes abandonados, ante una situación narrada en tiempo real donde los homólogos del protagonista están a punto de cruzar una delicada línea, echando por tierra todo tipo de moral y ofreciendo la cara más violenta, decepcionante y corrupta del cuerpo policial. Mosley, cual Franc Serpico, cruza su propia línea: ir en contra de todo ello.
Y uno, si es tan zorro viejo como Donner, quien no duda en usar su pericia, su estudiada manera de filmar, para introducirnos en las entrañas de la intriga y la tensión y hacer de sus personajes seres de carne y hueso y no meros artificios de la acción hollywoodiense (no en vano la producción está financiada por compañías independientes), reconocerá, tras todo ese esfuerzo artístico y técnico, que "16 Calles", al igual que el compendio de sus años de carrera, también lo es de la propia tradición cinematográfica que arrastra.
Un drama de corrupción policial lúgubre y gris propio de Sidney Lumet es el sólido marco al que se aferra esta reinvención de "Ruta Suicida" y "Caza Legal", pero en lugar de suceder entre lejanas carreteras y valles de la Norteamérica profunda, lo hace en el escenario de la 3.ª entrega de "Jungla de Cristal". Quizás las rubias de aquellos títulos cambien por un negro que hunde la calma con la verborrea tartajosa del Pesci de "Arma Letal", pero el resto es la hazaña de Ben Shockley, con su alma apaleada, su afición a la bebida y su mirada perdida, adaptada al público contemporáneo; eso sí, Mosley resulta algo menos caricaturizado y más cercano y realista.
Para confirmarlo, nuestros héroes, mientras a cuentagotas se han ido abriendo sus personalidades y sentimientos, ocupan un largo tramo climático dentro de un autobús (que también me recordó a "Speed", ¿a ustedes no?) y Donner no decepciona tras la cámara ni a la hora de tirar de nuestro desasosiego con su hilo mágico, pero al margen de ello el resto lo hemos visto mil veces, todos los clichés de los "thrillers" policíacos (en especial los del agente que está en el lugar menos indicado y ha de llevar al típico testigo sin importancia a un juicio sin importancia en contra de un puñado de villanos amorales y perversos...).
Lo que no soy capaz de pasar por alto por muy Donner que sea, es, cuando la historia ya ha acabado, cuando no se puede ir más lejos, cuando el héroe ya ha terminado la partida e incluso ha firmado un testamento grabado, cuando los personajes han sellado sus destinos (claramente separados: uno debe morir para que otro pueda vivir), cuando por fin presiento que el cine de acción "made in U.S.A." me va a dar un primer plano del héroe de la película acribillado...el guionista, que podría haber optado por mil y un senderos alternativos, pretende hacerse el listo y Donner, triste y torpemente, le sigue la corriente y por tanto sigue la historia (de lo que hablaré en Zona Spoiler).
Y aquí vuelvo a ver al Willis héroe y a su álter-ego McClane, el lobo que ha salido del disfraz de cordero de Mosley, protagonizando el sinsentido como mejor sabe, y estrechando cada vez más la línea entre el guión de Wenk y el de Dennis Shryack y Michael Butler, tanto que ya no se percibe la diferencia.
Sólo me faltaba el remate pre-créditos, la nota de cursilería última que sobra por los cuatro costados en una historia invadida por la desesperanza y la desilusión, por mucho que se apele a la redención. Cuando el director ya me ha dado la puntilla, sólo me queda espetarle lo mismo que Mosley a Bunker: "Richard...no me jodas".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Bueno, pues ahí estamos, en el maldito autobús, después de recorrer toda la ciudad con McClane y Zeus decir, con Mosley y Bunker.
Parece que vamos a llegar a un clímax intenso, recta final de una peripecia frenética, pero algo anda mal: falta más de media hora de este metraje filmado en tiempo real.
¿Media hora dentro del autobús? "¿Si pudo Jan DeBont por qué no el director de "Arma Letal", "Los Goonies" y "Super-man"?" pensé yo. Así es, la recta final del protagonista, este destrozado policía de vicios, rechoncha barriga y pasado tenebroso. Oculto entre los rehenes, Bunker se retira, perdido entre la multitud expectante, mientras Mosley se queda, firma un testamento o declaración en una grabadora...un momento, ¿grabadora?, ¿por qué ahora?, ¿por qué allí?, ¿no será un elemento auxiliar de conveniencia? No lo parece. El policía se redime con la muerte, como le ocurría al de Willis en "Sin City", en este caso "El viejo muere y el chico negro vive"...
Pero el chico negro tiene conciencia, así que vuelve. "No me jodas", le suelta Mosley, y también yo a la película. No me creo que vayan a liquidar a los dos protagonistas en un final algo sentimental pero grandioso, ya que hubiéramos presenciado un auténtico, épico, sacrificio por amistad...pues no, nada de eso. Wenk hace que los personajes saquen fuerzas de flaqueza, eso anima a Donner a conferir un aire de esperanza a una historia totalmente estancada en el pesimismo (como era lógico), y a partir de aquí ésta toma la forma del autobús y hace lo mismo: arrancar a malas penas, conducir sin rumbo y estrellarse en un callejón sin salida (¡al menos Eastwood se protegió con un mini búnker, y era más lógico!).
Parece que hayamos pasado a ver una película de Tony Scott y el guionista debe creerse Guy Ritchie con tanta vuelta de tuerca, pero le sale mal; la trama ya no es enrevesada sino inverosímil, se aboga por los elementos de conveniencia (empezando por esa maldita grabadora, un aviso que no aprecié en su momento, hasta llegar una hermana de la que no sabíamos casi nada (no me lo justifica un retrato en la pared) y que es, maravilloso para los protagonistas, ¡enfermera!). Y más giros, y más sorpresas inesperadas, hasta acabar en el lugar de "Ruta Suicida", los juzgados, aunque sólo la mitad de la pareja.
Parece que va a morir Mosley pero la suerte, como con McClane, siempre está de su parte, y cojeando, con un agujero en el estómago, con la mano hecha polvo, avanza a pasos firmes, dispuesto a acabar con sus enemigos. Y esa "puntilla" de la que hablaba es la de ver al policía tiempo después, afeitado y recompuesto para la ocasión, claro, en su nueva vida, rodeado de gente que no conocemos, y recibiendo la carta de nuestro querido Bunker, a quien todo le ha salido magníficamente bien y tiene la confitería que quería.
¿Cómo ha podido derivar un relato policial más negro que el carbón, con un personaje que, en su redención, debía encaminarse hacia la muerte, a un final tan primero mojigato, luego inverosímil, y finalmente sentimentaloide? Creía que el cineasta quería evitar los convencionalismos de Hollywood; así que no es esta la última obra que esperaba de Donner, y yo, aunque me duela, le sigo diciendo "No me jodas".
Tanto más cuanto que pudo haberme dado media hora más de historia al principio, para conocer mejor a los personajes, y no al final. Gracias a Dios no eligió la otra conclusión, donde todo se quedaba a medias: el protagonista era asesinado pero el villano, Nugent, intenta redimirse salvándole, y ese villano, tal y como lo modela David Morse, no puede redimirse en absoluto...
Parece que vamos a llegar a un clímax intenso, recta final de una peripecia frenética, pero algo anda mal: falta más de media hora de este metraje filmado en tiempo real.
¿Media hora dentro del autobús? "¿Si pudo Jan DeBont por qué no el director de "Arma Letal", "Los Goonies" y "Super-man"?" pensé yo. Así es, la recta final del protagonista, este destrozado policía de vicios, rechoncha barriga y pasado tenebroso. Oculto entre los rehenes, Bunker se retira, perdido entre la multitud expectante, mientras Mosley se queda, firma un testamento o declaración en una grabadora...un momento, ¿grabadora?, ¿por qué ahora?, ¿por qué allí?, ¿no será un elemento auxiliar de conveniencia? No lo parece. El policía se redime con la muerte, como le ocurría al de Willis en "Sin City", en este caso "El viejo muere y el chico negro vive"...
Pero el chico negro tiene conciencia, así que vuelve. "No me jodas", le suelta Mosley, y también yo a la película. No me creo que vayan a liquidar a los dos protagonistas en un final algo sentimental pero grandioso, ya que hubiéramos presenciado un auténtico, épico, sacrificio por amistad...pues no, nada de eso. Wenk hace que los personajes saquen fuerzas de flaqueza, eso anima a Donner a conferir un aire de esperanza a una historia totalmente estancada en el pesimismo (como era lógico), y a partir de aquí ésta toma la forma del autobús y hace lo mismo: arrancar a malas penas, conducir sin rumbo y estrellarse en un callejón sin salida (¡al menos Eastwood se protegió con un mini búnker, y era más lógico!).
Parece que hayamos pasado a ver una película de Tony Scott y el guionista debe creerse Guy Ritchie con tanta vuelta de tuerca, pero le sale mal; la trama ya no es enrevesada sino inverosímil, se aboga por los elementos de conveniencia (empezando por esa maldita grabadora, un aviso que no aprecié en su momento, hasta llegar una hermana de la que no sabíamos casi nada (no me lo justifica un retrato en la pared) y que es, maravilloso para los protagonistas, ¡enfermera!). Y más giros, y más sorpresas inesperadas, hasta acabar en el lugar de "Ruta Suicida", los juzgados, aunque sólo la mitad de la pareja.
Parece que va a morir Mosley pero la suerte, como con McClane, siempre está de su parte, y cojeando, con un agujero en el estómago, con la mano hecha polvo, avanza a pasos firmes, dispuesto a acabar con sus enemigos. Y esa "puntilla" de la que hablaba es la de ver al policía tiempo después, afeitado y recompuesto para la ocasión, claro, en su nueva vida, rodeado de gente que no conocemos, y recibiendo la carta de nuestro querido Bunker, a quien todo le ha salido magníficamente bien y tiene la confitería que quería.
¿Cómo ha podido derivar un relato policial más negro que el carbón, con un personaje que, en su redención, debía encaminarse hacia la muerte, a un final tan primero mojigato, luego inverosímil, y finalmente sentimentaloide? Creía que el cineasta quería evitar los convencionalismos de Hollywood; así que no es esta la última obra que esperaba de Donner, y yo, aunque me duela, le sigo diciendo "No me jodas".
Tanto más cuanto que pudo haberme dado media hora más de historia al principio, para conocer mejor a los personajes, y no al final. Gracias a Dios no eligió la otra conclusión, donde todo se quedaba a medias: el protagonista era asesinado pero el villano, Nugent, intenta redimirse salvándole, y ese villano, tal y como lo modela David Morse, no puede redimirse en absoluto...