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Voto de Chris Jiménez:
6
Comedia Comienzos del siglo XX. Tres parejas se reúnen para pasar un fin de semana en el campo: un inventor que ha creado una `bola para atrapar espíritus` y su mujer, que tiene problemas sexuales; un racionalista y pomposo profesor de filosofía y su prometida, mucho más joven que él, y un médico, mujeriego compulsivo, y su última conquista. El ambiente idílico propicia la confusión emocional de los personajes. (FILMAFFINITY)
6 de julio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres hombres y tres mujeres. Un matrimonio, una pareja comprometida y dos amantes apasionados. ¿Cómo terminará esto?
En las noches de verano la ardiente llama del deseo parece brotar del inconsciente sin tenerse en cuenta las consecuencias. El amor y la magia están en el aire...y la tensión sexual también.

La década de los '80 significó un replanteamiento y renovación del sr. Woody Allen para con su arte. Ya hacía tiempo que el puro humor se había diluido siendo reemplazado por temas, aspectos, reflexiones y tratamiento de personajes mucho más serios y espinosos; una declaración de intenciones fue ponerse tras la cámara (que no delante) en un film tan agrio e intimista como "Interiores" a finales de los '70, pero en realidad "Recuerdos" fue la que desplazó su cine hacia otra dimensión, tremendamente sombría, melancólica y empapada de los olores de las tragedias "bergmanianas", aunque sin perder su humor ingenioso y ácido.
En 1.980 el contrato de Allen con United Artists llega a su fin, lo que le permite trasladarse a Orion Pictures con dos proyectos bajo el brazo, una especie de comedia en clave de falso documental sobre un individuo misterioso llamado Leonard Zelig y una pequeña variación de la clásica obra de Shakespeare "Sueño de una Noche de Verano" (ya adaptada en innumerables ocasiones), su primera película de época tras el alegre delirio "La Última Noche de Boris Grushenko" y rodada en plena naturaleza, experiencia que no resultó muy agradable para el director, quien siempre había confesado (incluso en sus propios films) su disgusto por el campo.

Los '80 también dan comienzo con un cambio importante en la vida sentimental de Allen, y es su encuentro con la bella actriz de frágil silueta y grandes ojos Mia Farrow, a la que conoce una noche de noviembre, convirtiéndose en musa de su vida (aunque sin vivir bajo el mismo techo) y su carrera hasta una década más tarde. Farrow sustituiría a la gran Diane Keaton en esta galantería de principios del siglo XIX que narra cómo tres parejas se reúnen para pasar un fin de semana en el campo, pretexto que articula un alegre ballet amoroso, iniciado, como no podría ser de otro modo, en una clase de filosofía impartida por el recto, inflexible y erudito profesor Leopold.
Tras rechazar todo lo que no podemos sentir más allá de lo que vemos, Allen nos lleva con su absurdo humor a la casa que será el escenario único de los flechazos, decepciones, sorpresas y discusiones que se irán desarrollando cuando lleguen el mencionado Leopold con su joven prometida Ariel y el doctor Max, un ligón empedernido, junto a la atrevida Dulcy, una de sus enfermeras. La tensión se palpa en el ambiente desde el mismo momento en que los invitados se encuentran, pues un curioso nexo sentimental une a cada uno de ellos, sin embargo el director es consciente de que está realizando una comedia, por lo que nunca se percibirá agresividad ni violencia en la historia.

Amor a primera vista a través del olor, intercambio de miradas inocentes y llenas de pasión, oportunidades que se dejaron escapar, revelación de sentimientos ocultos, decisiones que nunca se tomaron en el momento adecuado, claros en el espeso bosque que un día pudieron transformarse en un lecho de amor improvisado pero nunca sucedió, seducción entre susurros, lágrimas de desesperación, sueños premonitorios, promesas rotas y excitación sexual a flor de piel, todo ello con la resplandeciente naturaleza como testigo y un artefacto que penetra en el mundo de los espíritus actuando de catalejo mágico que mostrará el pasado y el futuro a los protagonistas.
Mientras enfrenta frivolidad y deseo carnal, impotencia y vigorosidad sexual, tradición y modernidad (encarnado de maravilla en los tres personajes femeninos), el fracaso del matrimonio y la pasión de los amantes infieles, e incluso las frías apariencias del mundo tangible y los sugerentes misterios del mundo invisible, Allen nos hace partícipes de un juego de amores y celos en la mejor tradición de esa sofisticada y ligera vertiente de la comedia tan propia del cine americano como es la comedia de enredo, en el que se verán atrapados los personajes, cuyas ideas y acciones se dan de bruces contra las inescrutables vueltas del destino.

Todo ello adornado con alguna secuencias de humor absurdo que remiten directamente a las primeras obras del director y heredando (algo muy fácil de ver) el espíritu de Shakespeare y la forma y técnica de Ingmar Bergman, de cuya filmografía Allen tomará "Sonrisas de una Noche de Verano" como inspiración. Su película, que se acoge a un esquema clásico entre mentiras y melancolía preparando el terreno para un gran enredo final (y coronado con un desenlace absolutamente increíble), se puede observar como una dicharachera variación de "Interiores".
Mientras el actor/director no ofrece sorpresas en un personaje que ya resulta harto conocido para el espectador, Tony Roberts vuelve a su lado en una genial actuación como romántico galán seguido de un impagable José Ferrer y ese trío de féminas que nunca faltan en las obras del neoyorkino: la jovencita ardiente y superficial, que interpreta una pánfila Julie Hagerty (sí, la de "Aterriza como Puedas"), la esposa neurótica y atormentada, a la que da vida una correcta Mary Steenburgen, y la frívola decidida de ideas claras e inevitablemente sensual, a quien pone su carácter, más bien empalagoso y liviano, Mia Farrow.

Magnificada por el bello trabajo de fotografía de su colaborador Gordon Willis, "La Comedia Sexual de una Noche de Verano" no fue un éxito para Allen, y prácticamente todo el mundo la vio en su momento (y la siguen viendo) como una obra menor.
Puede que sea así, pero nada desdeñable resulta visionar durante poco más de hora y media este amable, delicioso y muy entretenido romance de época que además combina a la perfección una agridulce sensibilidad con un extraño ingenio.
Chris Jiménez
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