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Voto de Chris Jiménez:
9
Drama. Terror En una isla viven los Borg: Johan, que es pintor, y su mujer Alma. Sus vecinos, los siniestros Von Merken, poseen un círculo de amistades tan escalofriante que Johan comienza a obsesionarse con la idea de que los demonios lo acechan... (FILMAFFINITY)
14 de febrero de 2019
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esa hora en la que fuerzas desconocidas nos arrastran al inframundo de nuestra existencia. Reversibilidad de la apariencia, desposeimiento absoluto, tormentosa regresión.
Las tinieblas toman forma y el espejo se rompe. Es la hora en la que nos enfrentamos a nuestros propios demonios.

Con "Persona", Ingmar Bergman rompería una vez más, y quizá más reveladoramente que nunca, la estética de su obra, creando el que es para muchos su trabajo más profundo y significativo, con el cual viajaría a lugares de experimentación desconocidos. Esa es, en efecto, la película más destacada del director en los '60, una etapa de conquista interior, de insularidad y desafección, de innovación y depuración para con su arte que se apartaba casi radicalmente de la década anterior, en la que ya nos mostró lo que estaría por venir con títulos como "Fresas Salvajes" o "El Rostro".
Al poco tiempo, Bergman retomaría un borrador que se vio obligado a dejar por problemas de neumonía, influenciado por "La Flauta Mágica" de Mozart (literalmente mostrada), algunas obras de Ernst T. Hoffmann y el espíritu de F.W. Murnau a la vez que por experiencias personales y pesadillas que luego plasmaría sin tapujos en pantalla, recurriendo a la leyenda de la llamada "hora del lobo", de la cual nos hablará el protagonista: ese momento de la madrugada en que se suceden más muertes y nacimientos, cuando los fantasmas que habitan en nuestros sueños se materializan en la realidad. El rodaje tendría lugar en la isla de Hovs Hallar y, cómo no, en la de Fårö, escenario predilecto del cineasta.

La línea de ruptura que planteaba "Persona" es seguida por "La Hora del Lobo", cuyos créditos iniciales van acompañados de las voces del equipo de rodaje, preparado para proyectarnos instantáneamente en el corazón de la ficción, dando paso a Alma (interpretada ahora por Ullmann), quien rompe la "cuarta pared" al dirigirse a nosotros (yendo más allá de la "carta hablada" que habíamos visto en obras anteriores del director) para hablarnos de Johan, de lo dichosos que eran al llegar a la isla y de cómo éste empezó a cambiar, atormentado por alguna fuerza maligna procedente de la oscuridad.
Bergman practica la escapada insular de "Como en un Espejo" y su anterior film (con los que "La Hora del Lobo" guarda aspectos en común) presentando a los Borg en plena felicidad; él es pintor, ella está embarazada, la vida parece sonreírles. Pero este bienestar no dura mucho ya que Johan se ve afectado por una serie de pesadillas que le provocan insomnio, horribles figuras nacidas de su inconsciente, fantasmas que nutrirán su arte; de hecho uno de éstos, como proyectado desde otro plano de existencia, aparece para advertir a Alma del diario de su marido, convirtiéndose dicho momento en la primera irrupción fantasmagórica, que abrirá una brecha confundiendo para siempre lo real de lo que no lo es.

Mientras la mujer descubre gracias al diario la pesadillesca fantasmagoría que obsesiona a Johan, así como la evocación de una antigua relación, el imperio del Mal quedará simbolizado por la vecindad de una familia de hacendados, los Von Merkens, seres demoníacos y degenerados de estirpe vampírica que llevarán a cabo una escalofriante representación de "La Flauta Mágica" y arrastrarán a la pareja a una atmósfera de opresión interior entreverada de toques grotescos, aún más acentuada en la segunda mitad del metraje, donde Alma anuncia que algo espantoso va a ocurrir, algo de devastadoras consecuencias.
Punto de inflexión: aparece por segunda vez el título del film, estamos realmente viviendo la "hora del lobo"; en ella, la obra se escora por entero del lado del terror, exudando la humillación, el sadismo y la muerte mientras el artista atormentado (perfecto reflejo de Bergman) revela sus traumas, miedos y secretos inconfesables, donde tendrá lugar una de las más atroces sobreexposiciones "bergmanianas", en la que Johan golpea a un niño que le ha atacado salvajemente, cuando Alma porta de hecho a su hijo (interminable ajuste de cuentas del cineasta, pues él y Ullmann iban a tener un hijo en ese momento).

Éste, a partir de la aniquilación total de su mundo real, se instalará para siempre al otro lado del espejo, quitándose la máscara, liberando sus demonios, desnudando su alma (la homosexualidad se presenta de forma literal al aceptar el nuevo aspecto que le proporciona Lindhorst). Movido por el éxtasis, Johan se aventura al inframundo de su psique, todo lo soñado se proyecta ante sus ojos como una realidad palpable (el hombre-pájaro, la mujer que se arranca la piel, el tipo caminando por el techo, Veronica); la puerta hacia la pesadilla está abierta y ha cruzado por ella, condenándose para toda la eternidad.
Las sombras de Hoffmann, Poe, Buñuel y Murnau, tanto en lo argumental como en lo estético, planean sobre "La Hora del Lobo", donde el director presenta la inversión crepuscular y expresionista de "Persona", apoyándose en una puesta en escena arrolladora, absorbente, dotada de gran potencia onírica, que terminan de rematar la inquietante música de Lars Johan Werle y la brillante fotografía, saturada de luz y oscuridad, de Sven Nykvist. Absolutamente soberbios, Von Sydow y Ullmann encarnan a una pareja afectada por la locura y el malestar, lo que se repetiría en "La Vergüenza" y "Pasión", acompañados de unos no menos memorables Erland Josephson, Ingrid Thulin, Georg Rydeberg y Gertrud Fridh.

Los fantasmas acaban "devorando" a Johan, desaparecido para siempre en su propia imaginería, en su pesadilla. Alma reflexiona sobre la conexión con su marido, sobre la sugestión que aquél le provocaba. Inversión de roles, transmisión de la pesadilla. ¿El significado?
Hemos interpenetrado en la surrealidad atravesando los caminos más recónditos del alma y la psique humanas, pero Bergman deja que la ambigüedad se apodere de la narrativa, terminando sin explicación alguna y abriéndose a todo tipo de interpretaciones. El maestro lo ha vuelto a conseguir.
Chris Jiménez
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