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Voto de Chris Jiménez:
7
Western. Acción En 1840, en la Península de Florida, el capitán Quincy Wyatt (Gary Cooper), un intrépido explorador del ejército, sigue la pista a unos contrabandistas de armas que están vendiendo rifles a los renegados indios seminolas. (FILMAFFINITY)
23 de mayo de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bajo el ardiente sol, con los pies llenos de barro y las manos heridas de cortar las ramas, un grupo de hombres se abre paso entre la inclemente naturaleza de los Everglades...pero una amenaza mayor les va acorralando: los feroces indios semínola.
Sin duda es una peligrosa y gran aventura a la que unirse.

Como Alfred Hitchcock, Howard Hawks o Frank Capra, el veterano de la aventura y acción del clásico Hollywood Raoul Walsh, volvería a plantear un "remake" de una obra propia (tras convertir "El Último Refugio" en "Juntos hasta la Muerte") con su magistral fábula bélica "Objetivo: Birmania" seis años después. El resultado sería "Tambores Lejanos", cuyo libreto firmaban Martin Rackin ("Escuadrón de Combate", "Misión de Audaces") y el famoso autor y guionista Niven Busch. El film de 1.945 tenía a Errol Flynn como protagonista y situaba su escenario en la 2.ª Guerra Mundial; aquí el héroe es el gran Gary Cooper y la trama mira hacia atrás en la Historia hasta la segunda de las tres cruentas guerras que los semínola libraron en las tierras de Florida, aún ocupada por los españoles, contra los EE.UU..
Éstos, buscando la expansión del territorio y usando como pretexto el apoyo prestado a los esclavos negros huidos, comenzaron una hostil y sangrienta campaña en pos de obtener la península y expulsar a los nativos lejos de allí. Busch y Rackin centran la historia en los últimos estertores de la guerra, hacia 1.840, con el teniente de la marina estadounidense Tufts relatando en primera persona la increíble aventura que nos disponemos a ver y en la que él participó tras ser enviado por orden del general Zachary Taylor a un remoto paraje de la península.

Desde el primer momento, y bajo la incómoda voz del protagonista, veremos la cámara de Walsh, quien en absoluto esconde su amor por la naturaleza, deslizarse a través del bello paisaje de la jungla sureña y captando con empeño el brillo de los ríos, la espesura de la maleza y la imponente presencia de los animales que por allí deambulan. En estos preciosos parajes se erige una antigua fortaleza de origen español, y allí debe dirigirse la compañía de Tufts, para rescatar a los rehenes que los nativos tienen apresados; pero esta misión requiere la ayuda de un experto guerrero que conozca bien el terreno, y ese es el otrora militar Quincy Wyatt (álter-ego de Walsh), cuya épica aparición en pantalla, ataviado con el uniforme de caza y empuñando en alto un rifle, son suficientes para mitificar aún más si cabe a este personaje-tipo tan propio del cine de aventuras.
Él y nadie más será el que dirija el desarrollo de los acontecimientos y garantice la supervivencia de los soldados. Tras el asalto en la fortaleza y el rescate de los rehenes, resuelto con una serie de emocionantes secuencias donde Walsh hace gala de su pericia a la hora de rodar acción en estado puro, llega la huida, que ocupa el resto del metraje. Los indios, que aquí aparecen despersonalizados y descritos de un modo escueto y bastante injusto (teniendo en cuenta cómo los representaba el director en "Murieron con las Botas Puestas"), ejercen la fuerza contra los soldados y sus protegidos y les obligarán a enfrentarse a los muchos peligros que les reserva esa tierra inhóspita en la cual van a adentrarse: los Everglades.

A partir de aquí lo importante para Walsh es la supervivencia. Sirviéndose del vivo Technicolor, la puesta en escena, la música de Max Steiner y la fotografía de Sidney Hickox, sumerge al espectador en un entorno hostil y de amenaza constante, cuya naturaleza, antes cautivadora, se revela mortal. Tal es su habilidad para impregnarnos con esa envolvente atmósfera que incluso los pulmones se nos llenan con el olor del barro de los pantanos y la pólvora de los fusiles y sentimos en las papilas gustativas el sabor de la tierra que se levanta con el viento. No hay ideales reivindicativos, no hay trascentales descripciones psicológicas, lo que prima es la sensación de estar viviendo la más grande de las aventuras. Y así será.
Pero es este afán por la evasión, por el puro y duro entretenimiento lo que entra en conflicto con el torpe guión de Busch y Rackin, cuya trama se conduce con agilidad (gracias a Walsh, claro) pero cae en algunos errores que lastran al film, destacando ese recurrente tópico del viejo Hollywood de meter con calzador el melodrama y el romance a través de un personaje femenino absurdo que se enamorará del héroe, en este caso una señorita de clase baja que se finge adinerada y alrededor de la cual se construye una subtrama de lo más innecesaria, desplazando, para más inri, al teniente Tufts, supuestamente el segundo protagonista después de Wyatt.

Serán las intervenciones dramáticas de la joven Judy las que ralenticen, y mucho, el ritmo del metraje, aunque el director compensará estas tediosas pausas con explosiones de emoción, acción y aventura en la mejor tradición del género, como sólo un experto sabría hacer, hasta llegar al memorable duelo entre Wyatt y el jefe Ocala (espectaculares esos planos bajo el agua). Cooper, con el rostro duro y contraído, ejerce sin problemas su rol de héroe abnegado, caballeresco, bondadoso y melancólico, y tras su alargada sombra tenemos al simpático Arthur Hunnicatt, la belleza de Mari Aldon y el carisma nulo de Richard Webb.
Sin contar con un guión excelente y con más escenas de la cuenta, el cineasta vuelve a facturar una pieza redonda del cine de aventuras, con sus toques de humor y romance, que parece inspirarse en "Paso al Noroeste" y "La Patrulla Perdida" y en absoluto puede ser considerada un "western" (aunque cuente con la presencia de revólveres e indios).

Ese mismo año se estrenan títulos tan recordados del género como "Más Allá del Missouri", "La Reina de África" o "El Hidalgo de los Mares" (del mismo Walsh), pero en nada debería envidiarles la obra que nos ocupa, al menos en lo que a emoción y entretenimiento de primera clase se refiere.
Chris Jiménez
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