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Voto de Chris Jiménez:
10
8,3
6.137
Drama
A finales de la Época Heian en el siglo XII, el gobernador de un pueblo es enviado al exilio. A pesar de que su familia quiere ir con él, ninguno podrá acompañarle, pues, engañados por una vieja que se hace pasar por sacerdotisa, son vendidos como esclavos por separado: la madre por un lado y los hijos por otro. (FILMAFFINITY)
26 de septiembre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Zushio comunica a los pobres esclavos que ya no existe la compra-venta de seres humanos, que son libres de ir donde les parezca y que serán pagados con un salario si desean trabajar.
Poco después bailarán felices y haciendo pedazos la hacienda donde eran maltratados. Se rompen las cadenas de la opresión, se proclama la libertad. Asistimos a uno de los momentos más poderosos y conmovedores del cine universal.
Una de las obras más grandes, a la vez de las más duras, del maestro Kenji Mizoguchi, fue y será por siempre "El Intendente Sansho", pieza fundamental de su filmografía. La última década de su existencia, los años '50, coincidió con el momento en que el cine japonés estaba siendo colmado de elogios y reconocimiento en el extranjero gracias a títulos como "Rasho-mon", "Cuentos de Tokyo" o "Vida de Oharu, mujer Galante" y "Cuentos de la Luna Pálida de Agosto", ambas de su propia cosecha; el que nos ocupa también contribuyó a que los ojos del mundo se fijasen un poco más en el arte cinematográfico nipón.
Entre "Los Músicos de Gion" y "La Mujer Crucificada", films centrados en el mundo de la prostitución, recurrente del director, éste decidió adaptar, marcado por la influencia de la literatura de la era Meiji, "Sansho Dayu", famosa novela de Ogai Mori, otrora militar que acabó por convertirse en uno de los autores más importantes de susodicha época, la cual estaba inspirada en una antigua leyenda del folclore japonés. Para ello, Mizoguchi contaría de nuevo con la ayuda del guionista Yoshikata Yoda, el director de fotografía Kazuo Miyagawa y el compositor Fumio Hayasaka, algunos de sus habituales colaboradores.
En pleno milagro económico, el Japón de 1.954 recupera sus demonios: campañas políticas pretenden hacer renacer el fascismo restableciendo la autoridad del Emperador y creando una fuerza de defensa nacional. Muchos cineastas sirven a la ideología resurgente del nacionalismo, sin embargo otros combaten esta tendencia y ruedan films comprometidos y de contenido antimilitarista; Mizoguchi, progresista y en contra del cine de propaganda, el mismo que se vio obligado a realizar cuando el país se hallaba en plena 2.ª Guerra Mundial, vuelve a optar por la rebelión, la denuncia, el humanismo y la lucha de clases.
La historia transcurre a finales del siglo XI, en el período Heian ("paz" en japonés...qué ironía, ¿verdad?), y tiene como protagonistas a Zushio y Anju, hijos de un gobernador condenado por defender los derechos de los campesinos, una locura para los nobles. En una tierra marcada por miseria y esclavitud, los dos niños y su madre Tamaki son engañados y separados; los primeros serán vendidos como esclavos a un cruel señor llamado Sansho, la segunda será forzada a ejercer la prostitución. Pasan los años y Zushio intenta olvidar su pasado, pero para Anju la idea de escapar de la hacienda de Sansho y volver a reencontrarse con su madre sigue muy presente. La tragedia de "El Intendente Sansho" se destapa rabiosa y triste desde el mismísimo comienzo.
El padre de Zushio le enseña aquello que siempre estará ausente en el mundo al que se va a ver arrojado: "Si una persona no siente la caridad no es una persona […]. Todos los seres humanos son iguales, y no se les puede privar de la libertad". Éste, su hermana y su madre, acomodados en el seno de la nobleza, pasan al otro lado de la sociedad, donde abunda la pobreza, el dolor y el deseo de supervivencia; gris, frío y desolador, ese mundo estará habitado por seres desprovistos de sentimientos. Mizoguchi exhibe un pesimismo sin resignación y denuncia las opresiones que le sublevan; todo es cólera y deseo de cambio, deseo de quebrantar la injusticia, de proclamar el derecho por la vida y la libertad.
Los personajes de la obra, característicos de su cine, se hallarán en este dilema y supeditados a los elementos, pues la huida de la hacienda es algo imposible, aunque la sucesión de acontecimientos siempre les deparará destinos inciertos, sorpresa constante para el espectador. El film mantiene las constantes de Mizoguchi, tanto estéticas como temáticas, aunque en esta ocasión cada personaje masculino remite a otro, como en un espejo, al tiempo que representa su antítesis y son el motor de la acción (dos padres: el gobernador, que apoya a los campesinos, y Sansho, que los aniquila; dos hijos: Taro, que se rebela contra su padre, y Zushio, que colabora con los verdugos antes de tomar conciencia de su ignominia y reducirlos), y las mujeres carecen de doble, pero sólo ellas pueden cambiar el destino (Tamaki preserva a sus hijos con valentía, Anju se sacrificará por su hermano, y ambas lo pierden todo).
Los actores viven a sus personajes, una de las reglas de oro del cineasta ("sed el espejo del personaje, reflejadlo", solía decir); sublimes Yoshiaki Hanayagi, Kyoko Kagawa y Kinuyo Tanaka, musa de Mizoguchi, seguidos de un aterrador Eitaro Shindo en el papel de Sansho. Entre tanto, el virtuosismo técnico del film hace de éste un experiencia única, desde la puesta en escena, sobria y detallista, la música compuesta por Hayasaka, Tamikichi Mochizuki y Kanahichi Odera hasta el gran trabajo de fotografía de Miyagawa o el diseño de producción de Kisaku Ito y Shozaburo Nakajima.
Bella y descorazonadora, atroz y poética. Se retrata a los seres con dureza y lucidez, no teniendo otra salida salvo la decadencia o la muerte, pero en el camino la aniquilación y la angustia se cruzan con la esperanza y la calma; la naturaleza, la vida y la muerte viajan juntas en "El Intendente Sansho". Los siguientes trabajos de Mizoguchi estarían menos marcados por la cólera.
Éste, por sus virtudes artísticas y técnicas, su demoledor mensaje y sus inmortales secuencias (sobre todo ese final que hace trizas el corazón, versión esperanzadora del de "Vida de Oharu, mujer Galante"), sería, como dije antes, de los más grandes de su filmografía. Y de la Historia del cine.
No así comparte el León de Plata con "Los Siete Samuráis" en el Festival de Venecia.
Poco después bailarán felices y haciendo pedazos la hacienda donde eran maltratados. Se rompen las cadenas de la opresión, se proclama la libertad. Asistimos a uno de los momentos más poderosos y conmovedores del cine universal.
Una de las obras más grandes, a la vez de las más duras, del maestro Kenji Mizoguchi, fue y será por siempre "El Intendente Sansho", pieza fundamental de su filmografía. La última década de su existencia, los años '50, coincidió con el momento en que el cine japonés estaba siendo colmado de elogios y reconocimiento en el extranjero gracias a títulos como "Rasho-mon", "Cuentos de Tokyo" o "Vida de Oharu, mujer Galante" y "Cuentos de la Luna Pálida de Agosto", ambas de su propia cosecha; el que nos ocupa también contribuyó a que los ojos del mundo se fijasen un poco más en el arte cinematográfico nipón.
Entre "Los Músicos de Gion" y "La Mujer Crucificada", films centrados en el mundo de la prostitución, recurrente del director, éste decidió adaptar, marcado por la influencia de la literatura de la era Meiji, "Sansho Dayu", famosa novela de Ogai Mori, otrora militar que acabó por convertirse en uno de los autores más importantes de susodicha época, la cual estaba inspirada en una antigua leyenda del folclore japonés. Para ello, Mizoguchi contaría de nuevo con la ayuda del guionista Yoshikata Yoda, el director de fotografía Kazuo Miyagawa y el compositor Fumio Hayasaka, algunos de sus habituales colaboradores.
En pleno milagro económico, el Japón de 1.954 recupera sus demonios: campañas políticas pretenden hacer renacer el fascismo restableciendo la autoridad del Emperador y creando una fuerza de defensa nacional. Muchos cineastas sirven a la ideología resurgente del nacionalismo, sin embargo otros combaten esta tendencia y ruedan films comprometidos y de contenido antimilitarista; Mizoguchi, progresista y en contra del cine de propaganda, el mismo que se vio obligado a realizar cuando el país se hallaba en plena 2.ª Guerra Mundial, vuelve a optar por la rebelión, la denuncia, el humanismo y la lucha de clases.
La historia transcurre a finales del siglo XI, en el período Heian ("paz" en japonés...qué ironía, ¿verdad?), y tiene como protagonistas a Zushio y Anju, hijos de un gobernador condenado por defender los derechos de los campesinos, una locura para los nobles. En una tierra marcada por miseria y esclavitud, los dos niños y su madre Tamaki son engañados y separados; los primeros serán vendidos como esclavos a un cruel señor llamado Sansho, la segunda será forzada a ejercer la prostitución. Pasan los años y Zushio intenta olvidar su pasado, pero para Anju la idea de escapar de la hacienda de Sansho y volver a reencontrarse con su madre sigue muy presente. La tragedia de "El Intendente Sansho" se destapa rabiosa y triste desde el mismísimo comienzo.
El padre de Zushio le enseña aquello que siempre estará ausente en el mundo al que se va a ver arrojado: "Si una persona no siente la caridad no es una persona […]. Todos los seres humanos son iguales, y no se les puede privar de la libertad". Éste, su hermana y su madre, acomodados en el seno de la nobleza, pasan al otro lado de la sociedad, donde abunda la pobreza, el dolor y el deseo de supervivencia; gris, frío y desolador, ese mundo estará habitado por seres desprovistos de sentimientos. Mizoguchi exhibe un pesimismo sin resignación y denuncia las opresiones que le sublevan; todo es cólera y deseo de cambio, deseo de quebrantar la injusticia, de proclamar el derecho por la vida y la libertad.
Los personajes de la obra, característicos de su cine, se hallarán en este dilema y supeditados a los elementos, pues la huida de la hacienda es algo imposible, aunque la sucesión de acontecimientos siempre les deparará destinos inciertos, sorpresa constante para el espectador. El film mantiene las constantes de Mizoguchi, tanto estéticas como temáticas, aunque en esta ocasión cada personaje masculino remite a otro, como en un espejo, al tiempo que representa su antítesis y son el motor de la acción (dos padres: el gobernador, que apoya a los campesinos, y Sansho, que los aniquila; dos hijos: Taro, que se rebela contra su padre, y Zushio, que colabora con los verdugos antes de tomar conciencia de su ignominia y reducirlos), y las mujeres carecen de doble, pero sólo ellas pueden cambiar el destino (Tamaki preserva a sus hijos con valentía, Anju se sacrificará por su hermano, y ambas lo pierden todo).
Los actores viven a sus personajes, una de las reglas de oro del cineasta ("sed el espejo del personaje, reflejadlo", solía decir); sublimes Yoshiaki Hanayagi, Kyoko Kagawa y Kinuyo Tanaka, musa de Mizoguchi, seguidos de un aterrador Eitaro Shindo en el papel de Sansho. Entre tanto, el virtuosismo técnico del film hace de éste un experiencia única, desde la puesta en escena, sobria y detallista, la música compuesta por Hayasaka, Tamikichi Mochizuki y Kanahichi Odera hasta el gran trabajo de fotografía de Miyagawa o el diseño de producción de Kisaku Ito y Shozaburo Nakajima.
Bella y descorazonadora, atroz y poética. Se retrata a los seres con dureza y lucidez, no teniendo otra salida salvo la decadencia o la muerte, pero en el camino la aniquilación y la angustia se cruzan con la esperanza y la calma; la naturaleza, la vida y la muerte viajan juntas en "El Intendente Sansho". Los siguientes trabajos de Mizoguchi estarían menos marcados por la cólera.
Éste, por sus virtudes artísticas y técnicas, su demoledor mensaje y sus inmortales secuencias (sobre todo ese final que hace trizas el corazón, versión esperanzadora del de "Vida de Oharu, mujer Galante"), sería, como dije antes, de los más grandes de su filmografía. Y de la Historia del cine.
No así comparte el León de Plata con "Los Siete Samuráis" en el Festival de Venecia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Una inolvidable secuencia para analizar: la muerte de Anju.
La naturaleza y la muerte viajan juntas en el cine de Mizoguchi; en ella, el agua es el lugar de la aniquilación y la angustia. Un lago es el escenario donde los personajes de "Ugetsu Monogatari" reconocen los signos de la muerte, donde Yuki (protagonista de "El Destino de la Señora Yuki") se quita la vida y Anju se suicida ahogándose; lo que realmente asombra de estas escenas es la calma con que están rodadas: el agua de un lago está estancada, como una presencia inmóvil, mientras la cámara acompaña a quien se adentra en ella, se aparta cuando se arroja o permanece fija al tiempo que se hunde...
Si Mizoguchi tiene el pudor de no mostrar la muerte de Yuki porque esta mujer actúa impulsada por el cansancio y la tristeza, enseña la de Anju porque la joven escoge esta solución para proteger la huida de su hermano. Así, en el caso de Yuki es un gesto de desesperación, y en el de Anju es un sacrificio; en la secuencia, ésta se dirige al centro de un estanque situado en un magnífico paisaje, entra en armonía con la naturaleza e ingresa en el agua recordando la canción de su madre.
El cineasta opera un raccord, de un modo bastante extraño en su habitual estilo, para encuadrar de cerca a la chica conforme avanza en el estanque. Se nos muestra como un fantasma que parece fundirse con el agua, pero el plano siguiente rompe esa armonía al mostrarnos a Kayano de lejos, arrodillado en la sombra del bosque, como en una plegaria fúnebre que presagia lo inevitable...
Luego, el siguiente plano nos sorprende: Anju no está entre la naturaleza exterior. El agua del estanque ya no permanece inmóvil, y, con los matojos de la orilla actuando de testigos mudos, las ondas revelan que ha engullido a la joven en su presente eterno.
Puede que estemos ante una de las escenas de suicidio más perturbadoras (por extrañamente sosegada) que se hayan filmado en el cine clásico.
La naturaleza y la muerte viajan juntas en el cine de Mizoguchi; en ella, el agua es el lugar de la aniquilación y la angustia. Un lago es el escenario donde los personajes de "Ugetsu Monogatari" reconocen los signos de la muerte, donde Yuki (protagonista de "El Destino de la Señora Yuki") se quita la vida y Anju se suicida ahogándose; lo que realmente asombra de estas escenas es la calma con que están rodadas: el agua de un lago está estancada, como una presencia inmóvil, mientras la cámara acompaña a quien se adentra en ella, se aparta cuando se arroja o permanece fija al tiempo que se hunde...
Si Mizoguchi tiene el pudor de no mostrar la muerte de Yuki porque esta mujer actúa impulsada por el cansancio y la tristeza, enseña la de Anju porque la joven escoge esta solución para proteger la huida de su hermano. Así, en el caso de Yuki es un gesto de desesperación, y en el de Anju es un sacrificio; en la secuencia, ésta se dirige al centro de un estanque situado en un magnífico paisaje, entra en armonía con la naturaleza e ingresa en el agua recordando la canción de su madre.
El cineasta opera un raccord, de un modo bastante extraño en su habitual estilo, para encuadrar de cerca a la chica conforme avanza en el estanque. Se nos muestra como un fantasma que parece fundirse con el agua, pero el plano siguiente rompe esa armonía al mostrarnos a Kayano de lejos, arrodillado en la sombra del bosque, como en una plegaria fúnebre que presagia lo inevitable...
Luego, el siguiente plano nos sorprende: Anju no está entre la naturaleza exterior. El agua del estanque ya no permanece inmóvil, y, con los matojos de la orilla actuando de testigos mudos, las ondas revelan que ha engullido a la joven en su presente eterno.
Puede que estemos ante una de las escenas de suicidio más perturbadoras (por extrañamente sosegada) que se hayan filmado en el cine clásico.