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Voto de Chris Jiménez:
3
Acción. Ciencia ficción Tras la catástrofe nuclear, Mad Max cruza un desierto donde pierde su caravana de camellos. Llega a una ciudad donde le proponen cambiárselos a cambio de que ataque al tirano de la ciudad subterránea, un enano que fabrica gas metano con excrementos de cerdo. (FILMAFFINITY)
23 de junio de 2017
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El chico se va con los suyos bajo el auspicio del sol de la tarde, quienes muy pronto se convertirían en la Gran Tribu del Norte.
Max no. Él se queda en la carretera, observando. Y aquella fue, muy acertadamente narrado, "la última vez que le vimos...". ¿Qué fue de él? No lo sabemos.

Al otrora policía no se le volvió a ver más por los límites de esa Australia post-nuclear, pero su peripecia quedó, además de como una de las películas más impactantes que un servidor vio en su inocente adolescencia, como uno de los mitos más imperecederos del cine de acción de los '80, y por ende arrasando en las taquillas de medio Mundo. George Miller quizás fue consciente de que se convirtió en el embajador de un subgénero cinematográfico en sí mismo: la ciencia-ficción post-apocalíptica, sin embargo siguió explotando el filón; en su lugar prefirió colaborar en la entrañable antología de "En los Límites de la Realidad".
Además la muerte en helicóptero de su productor y compañero de toda la vida Byron Kennedy le marca muy profundamente; pasará algún tiempo hasta que decida, así por las buenas, introducir al legendario anti-héroe en una aventura más, y aquí puede entreverse el primer error del cineasta: no se crea una historia para él, sino que se le mete con calzador en una ya creada, concretamente en homenaje a "El Señor de las Moscas", que el anterior admira. Y para no llevar a cabo la tarea solo se trae a otro colega, George Ogilvie, director especialista en teatro y televisión.

Mel Gibson, por su parte, había aparecido en varios títulos que poco o nada tenían que ver con su faceta de héroe de acción; pero regresa, sí. El largo plano aéreo de un desierto inmenso de color naranja nos devuelve al universo apocalíptico del protagonista, quien es asaltado de repente por una avioneta; y ya vemos el segundo error de Miller. Bruce Spence, que diera vida al capitán del Gyro, aparece en un personaje similar pero con un niño, su hijo, al lado, y tan intrépido como él; simpático gesto que ya empieza a delimitar por qué derroteros se moverá esta aventura.
Max, con el pelo mucho más largo y un aspecto más propio de un vagabundo del desierto nos lleva a una ciudadela donde la paz se lleva a cabo gracias al negocio y al trueque; Miller decide reestablecer un poco la barbarie y las tribus caóticas de la anterior entrega, pero en el proceso, y desconozco el por qué, introduce ráfagas de humor absurdo aquí y allá. En cierto modo desea humanizar a Max, así que ahora el antiguo guerrero silente y nihilista es más sarcástico, más compasivo, es, a todos los efectos, su versión "para todos los públicos". Le sucede como a Harry Callahan en las secuelas de su saga: que acaba convertido en una parodia de sí mismo.

Y si no se nos aclara durante una primera media hora en Bartertown (donde Miller, gracias al diseño de producción de Graham Walker y la dirección artística de Anni Browning, hace malabares para crear un ambiente futurista atractivo, sucio, áspero y violento, regalándonos además una secuencia de lucha cuerpo a cuerpo dentro de una cúpula de acero tremendamente bien filmada) lo descubriremos más tarde...pues el argumento se desvía sin previo aviso; lo lógico hubiese sido que Max se vengara contra la villana de la ciudadela (una "Aunty Entity" encarnada por Tina Turner cuya calidad interpretativa deja mucho que desear).
En lugar de eso Max vaga por el desierto y termina tropezándose con una tribu de niños perdidos cuya historia propia, por la que no hemos preguntado, consiste en el advenimiento de un mesías salvador para que los lleve a una supuesta Tierra Prometida. Esto enlaza aún más con la manía de Miller de querer hacer del protagonista un héroe legendario y con corazón...cuando ya quedó demostrado en la 2.ª parte; y se nos mete de cabeza en este entorno infantil, tierno y cálido, deudor no sólo de la gran novela de William Golding, sino de "Peter Pan" y la mojigatería "spielbergiana".

De repente se pierde tanto la esencia de las anteriores obras como el espíritu de Max; la ferocidad se evapora, no hay truculencia ni verdadera tragedia en las emociones de estos infantiles personajes, no hay instantes dramáticos que te revuelvan los intestinos, ni sensación de crudeza, ni rastro de la desasosegante atmósfera logrados previamente. Miller cambia a Peckinpah por Spielberg y, a sabiendas de la cantidad de preadolescentes que han visto sus películas, hace lo posible por comprar su aplauso, y en ello le apoya Warner Bros.; el resultado es vergonzoso a niveles tan altos que a veces uno sólo desea apartar la vista...
Apartarla para no tener que ver a Max sacando a relucir otra vez su lado paternofilial y lidiando con esa pandilla de niños absolutamente detestables (pero todos; ninguno se salva del apuñalamiento estomacal) que anhelan dejar la violencia del desierto y marchar a un lugar de paz y amor (que nosotros sabemos que no existe eso en el mundo post-apocalíptico del protagonista). Este es el resorte para hacerle regresar a Bartertown, y así volver a desarrollarse una larga secuencia climática de persecución, ahora a bordo de un tren...pero las altísimas cotas de violencia de "Mad Max II" se sustituyen por un espectáculo PG-13 sin pasión ni alma.

Gibson, buscando humanizar a su personaje, sólo consigue autoparodiarse, perder la rabia y oscuridad que le caracterizaba; de todos los actores que le acompañan sólo destaca el veterano y enano actor Angelo Rossitto, ya que Spence pierde la gracia por el camino.
Lo mejor son las fascinantes localizaciones y la fotografía de Semler; la banda sonora del músico Maurice Jarre pierde garra en comparación con la de Brian May.
El film recauda casi lo mismo que la 2.ª entrega habiéndose invertido seis veces más; así, de tan mediocre manera, se cierran las peripecias de uno de los más memorables (anti-)héroes del cine. Una lástima; ahora entiendo por qué mi padre no quiso acompañarme para esta película al contrario que las dos primeras, cuando las vi por primera vez.
Chris Jiménez
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