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Voto de Chris Jiménez:
7
Drama. Romance La ambiciosa mujer de Joe Chapin, un rico hombre de negocios, lo anima a involucrarse en el mundo de la política y a entregar una fuerte suma de dinero a un político corrupto para obtener el apoyo de su partido. Pero a Joe ni la política ni la vida familiar lo hacen feliz, y acaba enamorándose de una joven a cuyo lado encuentra una tranquilidad y un cariño desconocidos hasta entonces. (FILMAFFINITY)
28 de agosto de 2017
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Al borde del abismo, esos ojos viejos y cansados han podido contemplar la única cosa rebosante de vida y sinceridad que ha conocido: la sonrisa de su querida hija Anna.
Sonrisa que encenderá por última vez la llama ya apagada de un corazón en ruinas, consumido: el del sr. Chapin...

De las garras de John Henry O'Hara surgió la tan conmovedora tragedia de este personaje, clásico y habitual de su obra, cuya gris existencia está rodeada de una silenciosa desesperación sin el beneficio de una salida esperanzadora, quedando una realidad dura y e implacable; en el seno de esa ficticia Gibbsville que también se halla presente en la mayoría de sus novelas se arremolinan conciencias malévolas y secretos cínicos. Un poso amargo debilita el alma volviendo al tópico ilusorio del "Pudo ser y no fue"; como el protagonista confiesa a un amigo al poco de haberse casado: "Es horrible, ¿verdad?, cómo pasamos nuestra vida esperando algo...".
El que fuera amo y señor de las publicaciones en el New Yorker, hábil corresponsal de guerra y un hombre terriblemente ególatra, megalomaníaco, además de alcohólico, afianzó su reputación tras publicar en 1.955 la pesimista, áspera y no poco audaz elegía de Joseph Chapin, "10, North Frederick", total éxito de ventas, considerado por muchos de lectura obligada y presa de los buitres de Hollywood, a la caza de alguna historia relevante, y sobre todo morbosa, sobre la desmitificación de la clase alta norteamericana, que tanto seguía siendo objeto de fascinación por culpa de los grandes musicales (ese mismo año se estrena "Alta Sociedad", ejemplificándolo a la perfección...).

Sin embargo el pobre Philip Dunne tuvo que verse en el compromiso de condensar lo escrito por el de Pennsylvania en esas más de 400 páginas para un metraje que no sobrepasaría las dos horas. Tal vez era un guionista consagrado (habiendo prestado sus servicios a Henry King, John Ford, Elia Kazan o Henry Hathaway), y desde hacía poco director solvente en una 20th Century Fox en declive, pero su decisión de mutilar la obra original con tal torpeza contradice el respeto y admiración que dice tenía hacia el autor...o tal vez fue culpa del productor Charles Brackett, además de la censura que la compañía impuso a ciertas partes incendiarias del libro.
Su versión cinematográfica también empieza, no así, con las concurridas honras fúnebres de ese abogado de prestigio cuyo hogar hecho pedazos ahora, en 1.945, se llena de rostros arrugados para rendirle un tan sentido como hipócrita homenaje; unos reporteros piden al fiscal del distrito Williams que sonría, y apenado responde "Esto es un funeral", hasta que, en efecto, enseña sus dientes de marfil para la fotografía. Ni dos minutos y la primera mentira ya asoma. Este es el imaginario cerrado y cómodo de la alta sociedad de Gibbsville, al cual no pueden ser más ajenos los jóvenes hijos del difunto, que entre alcohol, bromas y recuerdos viajan en el tiempo.

Dunne entonces desarrolla su historia en "flashback", pero sólo retrocede hasta la celebración del 50 cumpleaños de Joseph, a quien da su endurecido rostro un Gary Cooper perfectamente identificado con él, y no sólo por la edad (en ese momento se hallaba en la recta final de su carrera y su vida, tenía ya 57 años y los mismos ideales conservadores...eso sí, no estaba igual de arruinado, y todos le respetaban). Es fácil olvidarse de lo demás cuando aparece este titán del cine y el director aplica a su historia, revestida de la elegante y triste fotografía del maestro Joseph MacDonald, ese tono crudo, colmado de desprecio y odio en sordina de la novela, sin embargo la estructura narrativa es el mejor ejemplo de sus errores.
Porque el guión se deshace por completo de la infancia, harto desagradable, del personaje, de cómo el matrimonio infernal de sus padres Ben y Charlotte transmite la fatalidad al suyo con Edith, un halo de tristeza que es el sino y la seña de identidad no sólo de los Chapin, sino de los individuos de la alta sociedad de esa estricta y bien estructurada comunidad (para O'Hara "Una pareja casada representa una imagen tremendamente falsa, pero es una imagen que el mundo encuentra reconfortante y conveniente"). Eliminados los antecedentes familiares, Dunne se centra primero en los hijos.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Nos queda ese reencuentro mágico entre padre e hija, las sacudidas emocionales de un Joseph rozando el final con el vaso en las manos, el visceral discurso de Joby contra su madre (que yo lo habría hecho más largo y más violento), el rubí ofrecido como prueba de amor verdadero en una casita oculta en las montañas. Posee instantes inolvidables, sí, y un trabajo interpretativo notable, pero Dunne necesitó revisar la caótica estructura final.
Inesperado fue por tanto que el propio O'Hara dijese que era la mejor adaptación de sus obras (bajo la influencia del alcohol, claro...). Quizás no reparó en algo curioso que también podemos encontrar: una de las peores actuaciones de la Historia del cine (Barbara Nichols como la prostituta Stella, engalanada con un vestido de Marilyn Monroe...terrible, terrible esta escena, que ni está en el libro).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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