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Voto de Chris Jiménez:
10
Drama Ante la proximidad de la muerte de una de ellas, tres hermanas se reúnen en la vieja mansión familiar. Una vez en la casa, comienzan a recordar el pasado, y cuando la enferma entra en la agonía desvela la parte más oscura y tortuosa de su vida. (FILMAFFINITY)
11 de diciembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El sueco Ingmar Bergman nos lleva al interior una gran mansión de finales del siglo XIX para que conozcamos a cuatro mujeres: Karin, Maria, Agnes y Anna, las tres primeras hermanas, la última la criada de la familia.

A comienzos de los '70 Ingmar Bergman no había logrado demasiado éxito con su película "La Carcoma", la única de su filmografía rodada en inglés, así que decidió realizar su próximo film en sueco financiándolo a través de su propia compañía, lo que le hizo buscar el apoyo monetario de la S.F.I. (Universidad de Cinematografía Sueca) y hasta de varios miembros de su equipo, que contribuyeron como productores. Con un ambiente de total libertad para poder llevar a cabo su proyecto, lo cual no había experimentado desde "Persona", Bergman eligió el gran castillo de Taxinge-Näsby como escenario en lugar de los costosos decorados de la S.F.I.
Como la gran mayoría de sus historias, la de "Gritos y Susurros" procedía al mismo tiempo de un sueño y de experiencias personales relacionadas con su melancólica estancia en la Isla de Farö y, sobre todo, con su madre Karin, principal inspiración de Bergman (él mismo comentó que el nombre del personaje de Ingrid Thulin era el de su progenitora, pero que varios aspectos de su personalidad estaban reflejados por igual en las cuatro protagonistas).

Entre gruesas paredes pintadas de un intenso color rojo y el constante tic-tac de los relojes reina una sensación de angustia, soledad y tormento, aunque pretenda ocultarse bajo hipócritas apariencias y gestos de felicidad vacíos. La agonía y la enfermedad modelan las aristas de este escenario donde el socorro no halla respuesta; mientras, las tres figuras masculinas de "Como en un Espejo" que pivotaban alrededor de Karin, quien como Agnes en esta ocasión resultaba ser el eje central de los tormentos, el dolor y la angustia, ahora se transmutan en tres féminas:
La fría, intelectual y reprimida Karin carga sobre sí un interminable pesar derivado de su incapacidad para establecer cualquier tipo de contacto; la superficial, inmadura y presumida Maria busca insatisfactoriamente un cariño que le es negado, un amor prohibido e imposible logrado a través de la infidelidad y la mentira; la afectuosa y dulce Anna, quien perdió a su hija pequeña, ve aflorados sus sentimientos maternos al volcar toda su ternura en Agnes, afectada por un terrible cáncer que consume poco a poco su existencia. La situación alcanza un insospechado límite al confrontar Karin y Maria sus emociones mientras Agnes se debate entre la vida y la muerte con el apoyo de Anna.

Con "Gritos y Susurros" el director sueco concibe una de sus obras más violentas y demoledoras haciéndonos partícipes de la turbia relación que sostienen las cuatro protagonistas, víctimas de deseos reprimidos, angustias interiores y eterno sufrimiento vital, siendo el pilar central la enfermedad de Agnes, causa de la sensación de culpabilidad que arrastran Karin y Maria, atadas sin desearlo al tormento de su hermana, presentándonos Bergman, asimismo, su recurrente crítica a temas como el paso inexorable del tiempo, la crisis de identidad, la soledad, la ambigüedad sexual, el infinito ahogo que aguarda tras la muerte o la pérdida de la fe.
Algo que veremos en momentos como la confesión del sacerdote o el mordisco que Anna le da a la manzana tras rezar por su hija, lo que hace que, en esencia, "Gritos y Susurros" acabe relacionada con títulos anteriores del director como el "El Silencio", "Los Comulgantes" o "Persona". Bergman logra sumergirnos en un ambiente enfermizo donde la sensación de claustrofobia y extrañeza aumenta por momentos rayando a veces un macabro surrealismo. Además emplea el color de un modo muy diferente esta vez: se concentra en la intensidad del rojo, el rojo de la sangre y el silencio, el rojo de la violencia (pues sólo a través de la violencia más descarnada y degradante se transmiten y profesan las sensaciones y los sentimientos).

Este rojo llena el espacio y le da textura a la vez que agresividad a la imagen, demostrando de nuevo el maestro Sven Nykvist su valía como director de fotografía. El realizador lleva al límite a sus actores, y es algo que Ingrid Thulin, Liv Ullmann, Kari Sylwan (su papel casi lo hace Mia Farrow) y Erlan Josephson ponen de manifiesto, pero la que logra erizar la piel con su interpretación es esa espléndida Harriet Andersson, la más sensual musa del director tiempo atrás, que da vida a la torturada Agnes. Un plantel sencillamente magnífico. La película contiene poderosos momentos desde el principio hasta el fin, pero hay ciertas y sobrecogedoras secuencias que desafían la persistencia retiniana.
Karin rajándose la vagina con el cristal (el placer por el sadismo), el análisis del rostro de Maria que hace David, el doctor (frente al espejo, la áspera desnudez del alma), y el aún más inenarrable momento en que Agnes "resucita" y reclama sin éxito el cariño de sus hermanas, escalofriante momento de puro onirismo donde se entrelazan la vida y la muerte, la realidad y la irrealidad, seguida de la escena en la cual aparece Anna sosteniéndola emulando de algún modo a la Piedad de Miguel Ángel (comparando la figura de Agnes con la de Jesucristo) ).

De las muchas y maravillosas obras que nos ha brindado el maestro Bergman, "Gritos y Susurros" figura entre las más poderosas de su filmografía, de lo mejor que nos brindó en su convulsa etapa de los '70.
También es de mis favoritas, por supuesto, y aunque cada interacción entre personajes estruje las entrañas por su dureza y cada línea de diálogo le atraviese a uno las tripas, por mi parte es de obligatorio cumplimiento el visionarla regularmente.
Chris Jiménez
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