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Voto de Chris Jiménez:
7
Drama En una ciudad provinciana, un profesor viudo lleva una vida modesta en compañía de su único hijo. Cuando en un viaje escolar, un alumno se ahoga en un lago, él asume la responsabilidad del accidente y dimite. Decide entonces abandonar la ciudad y trasladarse a su pueblo natal. Durante el viaje, padre e hijo discuten sobre el futuro y entre ellos se establece una relación al mismo tiempo cercana y distante. Un día el padre le anuncia que ... [+]
29 de marzo de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El padre se ha ido, llega la tristeza, el llanto. A bordo del tren, el hijo observa el horizonte en la lejanía; ya sólo le queda el anhelo de ese progenitor con el que nunca pudo convivir del todo, un anhelo que siempre le acompañó.
En los compartimentos, unas maletas y una urna; el tren prosigue incansable su marcha. Pese a la cercana sensación de muerte, la vida continúa.

Aquél que fue responsable de tu concepción (no, no fue sólo la madre), que siempre esperó lo mejor de ti, que compartió su sabiduría e ideales, que siempre intentó educarte con responsabilidad, que te regañaba para enseñarte, que todas las noches y todos los días estuvo allí para consolarte, que te deseó lo mejor en tu vida profesional y personal; es el padre, el que tuvimos o el que siempre deseamos tener. La conexión que existe entre un padre y un hijo va más allá de lo inimaginable, un microcosmos impenetrable lleno de emociones compartidas, desde la más luminosa felicidad hasta la más amarga tristeza.
Sin embargo, esta historia que nos atañe, no nos habla de la figura del padre, si no quizás de su ausencia, la que debió sentir Yasujiro Ozu en su infancia al verse cuidado por su madre mientras su progenitor trabajaba duramente como vendedor de fertilizantes, quien poco después le envió a él y a sus cuatro hermanos desde Tokyo a Matsusaka, su pueblo natal. Aspectos de su vida que el futuro director plasma con abierta sinceridad en "Chichi Ariki", cuyo argumento sería concebido allá por finales de los años '30, antes de formar parte del Ejército Imperial y participar en la 2.ª Guerra Sino-Japonesa.

Reescrito más tarde y contando con la ayuda de sus colaboradores Tadao Ikeda y Takao Yanai, Ozu comenzaría a rodar su guión en 1.942, en plena 2.ª Guerra Mundial (que no se menciona en ningún momento) y tras enfrentarse al éxito que le brindó "Brothers and Sisters of the Toda Family" (donde también se trataba la ausencia paterna, pero desde una perspectiva más directa y negra). De nuevo, y para no romper esquemas en su cine, propone un ejercicio de sencillez apabullante, tanto en el contexto argumental como en el formal, acercándonos a Shuhei Horikawa, un maduro profesor de matemáticas que convive con su hijo Ryohei hasta que un accidente irrumpe en su cotidianidad.
La tragedia como acto de decisión existencial marca las pautas de los dramas de Ozu, en este caso la muerte de un alumno de Shuhei en mitad de unas vacaciones, lo que hará plantearse la posibilidad de dimitir, consumido por la culpa, dejar la ciudad y mudarse con su hijo a la apacible Ueda; antes de ser testigos de su curiosa relación, un primer tramo se centra en el profesor, en su rigidez y estoicismo, en su fuerza para elegir el camino más seguro y prudente y, sobre todo, en cómo es maestro antes que padre (le veremos más cercano y "paternal" con sus alumnos que con su propio hijo), lo que determinará futuros acontecimientos.

Primera separación: el hijo debe quedarse solo en Ueda por la dificultad del transporte, recibido por éste con resignación y obediencia y por su padre con total normalidad. Segunda separación: la más larga, expresada formalmente por medio de tomas de naturaleza (reforzando, una vez más, la humildad narrativa de Ozu): Shuhei debe marchar a Tokyo y dejar a su hijo para seguir manteniéndole y ofrecerle la mejor educación. El hijo llora su soledad próxima, se siente abandonado, aunque no el padre; cada uno debe proseguir su camino...pero los lazos interiores no se rompen, por más que el espacio físico no sea compartido.
Ryohei crecerá así convirtiéndose en el vivo reflejo de su progenitor, moldeado a su imagen y semejanza (en la familia japonesa el padre tiene poder divino sobre los suyos), incluso hereda su profesión de maestro; pero lejos del resentimiento conserva un fuerte amor hacia él que se expresará, siempre dentro de la prudencia, en cada pequeño encuentro. En cierto momento, el hijo desea vivir en Tokyo con su padre, lo que niega en rotundo; en esta poderosa secuencia, dotada de una simpleza abrumadora, Ozu pondrá más que nunca los valores éticos por encima de los emocionales, seña de identidad de la sociedad japonesa ("debemos ver nuestros empleos como nuestras misiones en la vida", explica Shuhei).

Constantemente se resalta la responsabilidad del trabajo frente a los sentimientos y la obediencia del hijo a sus mayores (lo cual encontrará su "revés de pesadilla" en el descarado y rebelde hermano pequeño de Fumiko, quizás proyección del Ozu niño). Por muy maduro que se pretenda, Ryohei no dejará de ser ese chiquillo que nunca pasó el suficiente tiempo con su padre, un tiempo eternamente anhelado entre lágrimas; mientras tanto, la figura de padre benefactor y protector de Shuhei, volverá a despertar al reencontrarse de nuevo con sus pupilos. El director seguirá enfrentando la tradición japonesa al progreso (los niños estudiando inglés, las lecciones con caracteres occidentales) y planteando la unión matrimonial como signo de madurez, dignidad y estabilidad.
En este caso aceptada sin excusas por Ryohei (situación diametralmente opuesta a la de "Late Spring" con Noriko) a la vez que aborda los momentos dramáticos con toda naturalidad, evitando que su intensidad destaque sobre aquello que se está contando, pero logrando un gran impacto emocional (como en la conmovedora secuencia final). Todo ello sin despegar prácticamente su cámara del suelo, la cual capta una naturaleza bellísima y unos actores que más que interpretar viven sus personajes, como Shuji Sano, Haruhiko Tsuda, Takeshi Sakamoto y en especial Chishu Ryu, quien logra transmitir un abanico de sentimientos sirviéndose de su sobria actuación y habitual economía gestual.

Con un notable trabajo de fotografía de Yuharu Atsuta, "Chichi Ariki", segunda de las dos películas que Ozu dirigió en ese periodo de guerra, se revela tan sincera, dura y sencilla como la misma vida.
No alcanza el apelativo de obra maestra, pero su calidad es indiscutible.
Chris Jiménez
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