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Voto de Chris Jiménez:
7
Comedia A punto de casarse, el joven Carabel, empleado en una inmobiliaria, pide a sus jefes un aumento de sueldo, pero lo único que consigue es ser despedido. Se da cuenta entonces de que es la honradez lo que le ha llevado al paro y decide cambiar de vida y vivir al margen de la ley. (FILMAFFINITY)
2 de agosto de 2017
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Afirmaba un tal Jean-Jacques Rousseau. Bueno y superior el hombre hecho a la civilización, quebrado por su progresismo y corrupción moral.
Nuestro héroe Carabel desea mantener su naturaleza intacta, pero esa sociedad no le deja.

Aun viéndose conectada con el periodo en que se publica, justo cuando se instaura la Segunda República, la lectura de "El Malvado Carabel" que provee Wenceslao Fernández Flórez no permanece inmóvil en un periodo concreto de la Historia de España, sino que podría servir de ejemplo en todas las épocas, sociedades, contextos y culturas; Amaro, el eterno perdedor de sus obras, aplastado por el mundo que le rodea y su derrotista condición y que, llegado a cierto punto, no tiene otro remedio que encarar todas las injusticias volviéndose contra sus principios morales, es una figura universal y perfectamente comprensible.
Fernando F. Gómez, aun tierno como cineasta pero eficaz tras la cámara y con un punto de vista muy particular del drama, sus personajes y su sociedad, deja la tragedia de época de "El Mensaje" y se sumerge en la pura y dura era actual por medio del relato del gallego, modificando en el progreso algunas de sus partes junto a su colaborador Manuel Suárez Caso para aclimatarla a la realidad de la España de mitad de los '50. Una España que puede engañar en plano general, el ofrecido por el propagandístico NODO, cuya industria y economía crece gracias al Plan de Ayuda norteamericano de 1.953, se da un aumento en los avances científicos, prosperan las reformas agrarias y se promueve la unión con países extranjeros...

Sin embargo, pese a que ya formábamos parte de la O.N.U. y el aislamiento autárquico empezó a tomar oxígeno, no se habla de la pobreza general, la crisis laboral o los incidentes a causa del levantamiento de los universitarios de Madrid contra el régimen, todo ello queda tan solapado como la figura de Amaro entre el bullicio urbano cuando la cámara se eleva por encima de la ciudad y registra ese flujo continuo de transeúntes medios que parecen caminar bajo una opresión y desasosiego constante. Mientras tanto F. Gómez adopta de maravilla el papel protagonista.
Hace de la banca original una empresa inmobiliaria a sabiendas del progreso económico que vive el país; su ataque es tanto más directo y mordaz cuanto que la convierte en un imperio del terror, regido por dos jefes explotadores que usan a sus empleados como marionetas para alimentar su egolatría y poder; una metáfora, sangrante, del gobierno en ese momento. Aun acogiéndose a los patrones clásicos del sainete y el absurdo, su visión posee la negrura del neorrealismo, hasta imprimir un aura deprimente a la atmósfera: Carabel no puede sobrevivir en un entorno tan cínico y brutal, que priva al hombre, acostumbrado a su viciada atmósfera, de poder disfrutar del aire puro exterior (terrible esta secuencia de Cardoso, vuelto a la vida con el humo del tabaco).

Eliminando los relatos secundarios más oscuros de la obra (que involucran al policía Ginesta, su desagradable esposa y la pobre Germana, fallida prostituta), la trama, expuesta por un narrador omnisciente de afilado sarcasmo que a menudo participa en calidad de conciencia interior del personaje, sigue su voluntaria transformación en favor de su propio bienestar sin buscar cambiar la sociedad exterior; desea luchar contra ella sin ataduras morales ni ningún tipo de consuelo que le reprima, ni laboral ni amoroso, encarnado en Silvia (la hermosa María Luz Galicia, madrileña de tomo y lomo).
Ésta, una zorra de amante a las órdenes de su castrense madre, sucumbe al orgullo, la ambición y la cruel exigencia, minando aún más la autoestima del pobre Amaro y empujándole al delito; pero de nuevo, aun encerrándonos en escenarios y situaciones de puro cine negro gracias a una estilizada puesta en escena (subrayando ésto con la relación de aquél y Silvia, convertida en "femme fatale” del género), F. Gómez no se inclina hacia el lado más despiadado que sugeriría la historia. El periplo de su personaje se recoge en diversas farsas, deprimentes, pero también atenuadas por el humor ligero, y a veces lo surrealista.

El episodio en el que Amaro se disfraza de ladrón de sainete y se queda observando atónito un pase de modelos es un buen ejemplo. Y aun así no se desprende nunca esa mirada llena de rabia, desesperada (la que lanza al transeúnte que se burla cuando intenta atracarle o al niño tras fracasar su plan de mendicidad), hacia una sociedad siempre erigida en contra del buen ciudadano, resignado a su amargo destino por ser incapaz de cambiar su condición, sociedad demasiado preocupada de su propio crecimiento colectivo que toma todos sus esfuerzos individuales a chufla.
Por desgracia el gesto final que elige F. Gómez resulta ambiguo, paradójico, comprensible al tratarse de un film de 1.956, pero que deja insatisfecho. Después de tanta derrota, humillación y penuria, resulta increíble que la estabilidad pueda regresar a la vida de Amaro, laboral e incluso emocional, un equilibrio además producto de una mala acción (la decisión de los repulsivos jefes de corregir el despido pero robando una parte del sueldo); le veremos a él y a Silvia fundirse de nuevo entre el gentío tras ser castigados por la sociedad simplemente por hacer algo bueno (para más inri) y aceptando que seguirán siendo los mismos aplastados y sufridores ciudadanos de a pie de siempre...

Pero si las intenciones del actor/director eran señalar la terrible situación del español de clase media-baja en su sociedad oprimida por el régimen no debería existir ningún equilibrio, ningún atisbo de futuro, ni siquiera una reconciliación, sino conservarse un mensaje mucho más pesimista y menos piadoso y moralizante.
Me sentiría más aliviado de saber que, aun sin poderlo exhibir precisamente debido a la época en la que se encontraba, ese final se rodó. Quedan en la memoria, por otro lado, las grandes actuaciones de Julia Caba Alba, Rafael Somoza, Joaquín Roa, Carmen Sánchez y Manuel Alexandre.
Chris Jiménez
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