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Voto de Chris Jiménez:
6
Comedia. Fantástico La paz nocturna de un convento es alterada con la aparición del demonio. (FILMAFFINITY)
13 de junio de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ronda cual león rugiente esperando a quien devorar. Sí, es el Diablo y está en todas partes, y cuando llega a un lugar nada puede detener su vendaval de destrucción.
Lo más curioso es contemplar su presencia en el interior de un convento, como en esta ocasión...

Al parecer el príncipe de las tinieblas lleva enmarañando y haciendo de las suyas en el universo cinematográfico desde hace ya mucho tiempo, y aunque poco a poco su imagen adquiriera trazos más grotescos y características realmente tenebrosas, no se podía mostrar de tal modo en aquellos orígenes de la industria. Teniendo en cuenta el gran poder de la Iglesia, mucho mayor y más amenazante que el del Demonio contra el que los eclesiásticos luchaban, el genio Georges Méliès sabía perfectamente cómo utilizar su figura y sus acciones.
Dicho personaje siempre estuvo en los espectáculos teatrales del natural de París, y así en sus cortas películas, como el tema religioso (al año anterior haría la seria "Tentación de San Antonio"). "Le Diable au Covent", realizada antes de que terminara el siglo, viene a satirizar el miedo ante lo desconocido, ante la presencia diabólica, y el escenario que elige el director, quien se pone en la piel del endemoniado protagonista, no puede ser más acertado. La acción se centra en una pequeña capilla donde de repente el Diablo aparece tras haber engañado a las monjas bajo su disfraz de sacerdote, y todo lo contemplado en este entorno sagrado es pura farsa.

Otro gran ejemplo de cómo dominaba Méliès la acumulación de situaciones y de frenética acción que dominaba todo el encuadre de su estática cámara; los trucos son, por supuesto, vitales para exaltar el poder de Satán, que hace aparecer y desaparecer objetos y personajes, que desata la locura y la confusión introduciendo discípulos suyos y otros saltimbanquis en la estancia (una genialidad que aparezcan desde el techo y el suelo) para terminar organizando toda una bacanal diabólica frente a un enorme demonio de apariencia felina y gran boca sonriente y luego a lomos de la estatua de una rana.
Habría sido un error para el director no condenar dicha perturbación, pues quizás la Iglesia lo hubiera quemado en la hoguera, así que el último acto procede al exorcismo, de lo más divertido. Finalmente es San Miguel el encargado de terminar con esa oleada de blasfemia y caos descontrolado; quizás Méliès deseó recrear en clave de loca sátira fantástica el sufrimiento vivido por el capitán Alfred Dreyfus (a quien dedicó una serie de obras) en la Francia de aquellos días, con el objetivo de ridiculizar el temor de la Iglesia y su manera tan particular de aplicar la justicia.

Esto adquiere un importante significado al no encargarse ningún párroco de hacer desaparecer al Diablo; en lugar de eso los presentes esperan el divino acto del arcángel.
Lejos de toda interpretación o mensaje subliminal, estamos de nuevo ante una maravillosa demostración de la creatividad del cineasta y su destreza para los trucos visuales, si bien aún necesitaba trabajar y pulir dicha maestría.
Chris Jiménez
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