Green room está estructurada con los mismos elementos que cualquier thriller opresivo que el cine suele ofrecernos habitualmente, en esta ecuación, se añade un elemento más o menos que le da un aire de originalidad.

Esta vez, le añadimos unos personajes que se alejan de lo habitual, como protagonistas tenemos a a una emergente banda de punk-rock estadounidense que está de gira por diversas salas de medio pelo y la casualidad les hace ser contratados para un bolo, en un local que sirve como tapadera de una banda de neonazis, una vez más se añade a la ecuación el ya clásico, estar en el lugar equivocado en la hora equivocada..

Todos los acontecimientos que desencadenan el nudo del film surgen siempre de manera natural, de una manera muy creíble y lógica. El posterior desarrollo de la película es electrizante, llena de suspense y tensión, el encierro de la banda en la consabida "Green room" y el asedio al local por parte de los skinheads le dota a la película un permanente estado de alerta al espectador. Con una violencia seca, casi extrema por realista, no da tregua a pensar sobre lo previsible del film, más allá de sentir empatía por sus protagonistas y porqué han llegado a meterse en semejante berenjenal, el único objetivo es la supervivencia. Matar o ser matado.

Bien resuelta, fotografiada y ejecutada en su totalidad, Green room, aparte de ser una especie de "Perros de paja" posmoderna, también tiene los mimbres necesarios para ser una de esas películas pequeñas que se van haciendo grandes y se convierten en joyas de culto. Una nota discordante en este páramo de calidad cinematográfica que de momento está siendo el 2016.

Recordaremos también esta película por ser una de las últimas del malogrado protagonista: Anton Yelchin.