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Voto de 12345:
8
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6.137
Drama
A finales de la Época Heian en el siglo XII, el gobernador de un pueblo es enviado al exilio. A pesar de que su familia quiere ir con él, ninguno podrá acompañarle, pues, engañados por una vieja que se hace pasar por sacerdotisa, son vendidos como esclavos por separado: la madre por un lado y los hijos por otro. (FILMAFFINITY)
13 de agosto de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bien podríamos decir el primo, o los primos, morales. Pero vamos por partes.
La película desde el punto de vista artístico es extraordinaria. Mizoguchi recrea los paisajes y ambienta la acción de manera magistral. Nos encontramos en un suntuoso mundo recorriendo las cortes del s.XII, los campos, el eterno mar de Japón, las cabañas de esclavos, la bruja en la noche al raso, llena de peligros, los prostíbulos, el bosque, los restos de un tsunami, la pobreza del campesinado, la mugre, la santidad, la chusma esclava o sierva y los señores, y los trepas. Todo está plasmado en la película con una verdad, una calidad expresiva y una capacidad de evocación realmente sobrecogedoras. Se mire como se mire la película, hablamos de un hito del séptimo arte. Una obra maestra.
El asunto que aborda, o como decimos ahora su mensaje, no es tan cristalino como su incuestionable perfección técnica. O quizá me parece que esa sombra que recorre lo que, me parece, la película nos quiere transmitir sea una parte inherente a su calidad artística.
La película desde el punto de vista artístico es extraordinaria. Mizoguchi recrea los paisajes y ambienta la acción de manera magistral. Nos encontramos en un suntuoso mundo recorriendo las cortes del s.XII, los campos, el eterno mar de Japón, las cabañas de esclavos, la bruja en la noche al raso, llena de peligros, los prostíbulos, el bosque, los restos de un tsunami, la pobreza del campesinado, la mugre, la santidad, la chusma esclava o sierva y los señores, y los trepas. Todo está plasmado en la película con una verdad, una calidad expresiva y una capacidad de evocación realmente sobrecogedoras. Se mire como se mire la película, hablamos de un hito del séptimo arte. Una obra maestra.
El asunto que aborda, o como decimos ahora su mensaje, no es tan cristalino como su incuestionable perfección técnica. O quizá me parece que esa sombra que recorre lo que, me parece, la película nos quiere transmitir sea una parte inherente a su calidad artística.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Aparentemente el mensaje parece claro: el mundo es un lugar cruel repleto de maldad, y la bondad no representa más que momentos aislados en el horror, del cual es víctima. Si los buenos quieren preservarse de la maldad deben recluirse, no les queda otra opción más que rezar.
En un mundo así no hay salvación más que por la política. Un mundo así no se arregla, vamos a decir, predicando.
Veamos a los dos protagonistas, a mi juicio, que son el padre y el hijo. El padre tiene una posición de poder. ESto implica que tiene opciones de ir mejorando las condiciones de vida de sus siervos. Pero digamos que se pasa de pureta y, queriendo imponer su moralidad (cercana al cristianismo) al poder imperial del Japón del s.XII, es finalmente depuesto. Este mensaje que el padre quiere sostener, el de amar a todos por igual, el de erigirse en un evangelizador en su predio, acarrea su desgracia y la de su familia. ¿Es esto mejorar el mundo? Yo diría que no.
Luego el hijo, un chaval más bien bobalicón, cuando quince años después milagrosamente escapa (con el sacrificio propiciatorio de su propia hermana) y es erigido gobernador, ¿Qué hace? De acuerdo, va con su recién adquirido poder donde el intendente Sansho y desmonta el chiringuito esclavista que éste tiene allí montado, apresando a Sansho y liberando de la esclavitud a quienes llevan años ahí metidos, previo discurso. A continuación los esclavos liberados montan una fiesta que recuerda a la cena de Viridiana y acaban quemando las instalaciones. El hijo ve el fuego satisfecho, y dimite como gobernador. Todo gestos morales, qué buena persona soy. Pero son gestos nada más. ¿Qué va a hacer toda esa gente fuera del campo de esclavos de Sansho donde llevan años malviviendo? Las mujeres prostituirse, seguramente, y los hombres convertirse en bandidos y salteadores, como los que quince años antes les secuestraron a ellos.
Me pregunto, ¿no hubiera sido más inteligente alma de cántaro, aprovechar la posición que el destino le había dado para, mediante influencias (esto es la política, señores) ir mejorando poco a poco las condiciones de vida de los siervos? Pues no. Lo que hace en cambio es el gesto grandilocuente, como su padre, ponerse superferolítico en su cruzada moral para acabar dejando las cosas igual que las encontró, si no peor.
Al referirse a la película se habla mucho de justicia, de caridad, de piedad. Virtudes todas cristianas. Frente a la crueldad, la injusticia etcétera. Desde nuestro mundo ya evangelizado tendemos a interpretar su mensaje, me parece, con la claridad engañosa de lucha del bien contra el mal. Quien lucha por el bien debería ser el héroe. Es en el campo de la acción, con la política, con el derecho, con la economía, donde poco a poco se mejoran las cosas. Yo no encuentro en la película heroísmo, ni siquiera lucha. El idealismo moral de sus protagonistas es muy vistoso, esas declaraciones, esos gestos indignados, pero no es heroico sino estúpido y devastador. La película nos muestra que llevado a la práctica es fatídico, no acarreando sino desgracias para su propia familia. Creo que la película, pareciendo idealista, es una crítica al idealismo. Yo no entiendo una cruzada moral superior a defender a mis mujeres, a mi hija, a mi señora, a mi madre, de la intemperie. Los dos varones de la familia son un par de primos. Si les juzgamos por sus obras dos canallas, vamos.
Mizoguchi, por último, ejecuta aquí un melodramático canto de amor al cristianismo.
En un mundo así no hay salvación más que por la política. Un mundo así no se arregla, vamos a decir, predicando.
Veamos a los dos protagonistas, a mi juicio, que son el padre y el hijo. El padre tiene una posición de poder. ESto implica que tiene opciones de ir mejorando las condiciones de vida de sus siervos. Pero digamos que se pasa de pureta y, queriendo imponer su moralidad (cercana al cristianismo) al poder imperial del Japón del s.XII, es finalmente depuesto. Este mensaje que el padre quiere sostener, el de amar a todos por igual, el de erigirse en un evangelizador en su predio, acarrea su desgracia y la de su familia. ¿Es esto mejorar el mundo? Yo diría que no.
Luego el hijo, un chaval más bien bobalicón, cuando quince años después milagrosamente escapa (con el sacrificio propiciatorio de su propia hermana) y es erigido gobernador, ¿Qué hace? De acuerdo, va con su recién adquirido poder donde el intendente Sansho y desmonta el chiringuito esclavista que éste tiene allí montado, apresando a Sansho y liberando de la esclavitud a quienes llevan años ahí metidos, previo discurso. A continuación los esclavos liberados montan una fiesta que recuerda a la cena de Viridiana y acaban quemando las instalaciones. El hijo ve el fuego satisfecho, y dimite como gobernador. Todo gestos morales, qué buena persona soy. Pero son gestos nada más. ¿Qué va a hacer toda esa gente fuera del campo de esclavos de Sansho donde llevan años malviviendo? Las mujeres prostituirse, seguramente, y los hombres convertirse en bandidos y salteadores, como los que quince años antes les secuestraron a ellos.
Me pregunto, ¿no hubiera sido más inteligente alma de cántaro, aprovechar la posición que el destino le había dado para, mediante influencias (esto es la política, señores) ir mejorando poco a poco las condiciones de vida de los siervos? Pues no. Lo que hace en cambio es el gesto grandilocuente, como su padre, ponerse superferolítico en su cruzada moral para acabar dejando las cosas igual que las encontró, si no peor.
Al referirse a la película se habla mucho de justicia, de caridad, de piedad. Virtudes todas cristianas. Frente a la crueldad, la injusticia etcétera. Desde nuestro mundo ya evangelizado tendemos a interpretar su mensaje, me parece, con la claridad engañosa de lucha del bien contra el mal. Quien lucha por el bien debería ser el héroe. Es en el campo de la acción, con la política, con el derecho, con la economía, donde poco a poco se mejoran las cosas. Yo no encuentro en la película heroísmo, ni siquiera lucha. El idealismo moral de sus protagonistas es muy vistoso, esas declaraciones, esos gestos indignados, pero no es heroico sino estúpido y devastador. La película nos muestra que llevado a la práctica es fatídico, no acarreando sino desgracias para su propia familia. Creo que la película, pareciendo idealista, es una crítica al idealismo. Yo no entiendo una cruzada moral superior a defender a mis mujeres, a mi hija, a mi señora, a mi madre, de la intemperie. Los dos varones de la familia son un par de primos. Si les juzgamos por sus obras dos canallas, vamos.
Mizoguchi, por último, ejecuta aquí un melodramático canto de amor al cristianismo.