La base argumental de los que son incapaces de ver más allá de lo que supone ver la simplificación de un echo dentro de un entorno completamente ficticio, es exactamente la misma que utilizaron para “Independence Day”. Es decir, que si es una americanada, que si es ridículo que el presidente vaya dando mamporros por ahí como si fuera un héroe, bla, bla, bla... y todo ese elenco purista de oportunismos baratos de los que parecen no querer desprenderse. Si partimos de la base de que en una comedia lo lógico sería reírse, en un drama emocionarse, en un film de miedo sobrecogerse, partiríamos de la misma base para ser conscientes de que en un film de acción uno ha de divertirse sin ningún tipo de artimaña demagoga o que pretenda influenciar al espectador de otra forma que no sea la estrictamente comercial. Para eso fue contratado Wolfgang Petersen, para mover la cámara a ritmo de entretenimiento puro y duro, sin ataduras pretenciosas y omitiendo el tipo de comentarios antes citados. Por eso, aquellos que sepan degustar el cine de acción es imposible que se vean decepcionados, porque el alemán aprieta desde su inicio y el desarrollo de la película, prácticamente en el avión, no da ni un sólo minuto para el agobio. Harrison Ford seguía demostrando su carisma natural para interpretar cualquier tipo de papel, Gary Oldman se mostraba una vez más como un eficiente malo de la función, e incluso Petersen le concedió a Jürgen Prochnow un pequeño papel después de su colaboración en la magistral “El submarino”, esa obra maestra de la que los “intelectuales” sólo muestran con agrado en la filmografía del alemán. El argumento no puede ser más sencillo, unos terroristas secuestran el Air Force One y tratan de extorsionar al gobierno yanqui con matar a todos sino acceden a sus peticiones y claro, Ford-president tendrá que arreglar las cosas él solito. Fórmula para disfrutar: Es muy simple, no te dejes influenciar por la crítica, segundo es una cinta de acción, no le busques cinco pies al gato y tercero, engánchate y sin duda verás que el cine de acción puede mostrar un buen espectáculo sin tener que recitar a Shakespeare. Mención especial para la soberbia banda sonora del maestro Jerry Goldsmith.