Sin duda, esta crítica y su calificación asociada serían bien distintas si restara varios lustros de mi DNI. Estamos ante un Spiderman que rompe con sus anteriores y recientes, cada vez menos, antecesores. Nada que ver con aquellos que, más o menos, intentaban ser fieles, con muchas licencias, claro, a la historia gráfica.

Aquí, Peter Parker no es un joven fotógrafo emprendedor y entusiasta; MJ no es la dulce, bella y convencional jovencita; la tía May, ay Dios, se ha convertido en una MILF resultona (qué guapa está en su madurez plena Marisa Tomei). Además, Peter Parker tiene un mejor amigo (claro, de una minoría étnica para ser políticamente correcto) y cada vez más y más gente sabe de su identidad secreta (¿?) de superhéroe.

En fin, muchos cambios, no todos malos, pero sí que desvirtúan al clásico Spiderman. Demasiados para cuarentones y cincuentones que leyeron las historias en su adolescencia.

Eso sí, el ritmo y la cadencia de la historia están muy logrados, alternando con soltura la acción y la comedia pura y dura, para lo cual Tom Holland es una elección perfecta, muy bien apoyado por los guiños cómicos de Favreau, Samuel L. Jackons y la propia Tomei.

La parte que quizás peor funciona es la del villano, un Misterio encarnado por Gyllenhaal que no acaba de cuajar del todo.

En resumen, las casi dos horas de película se ven con agrado y, como nos anuncian en los créditos finales, el espectador ya espera con ganas la próxima entrega de este Spiderman convertido en Vengador y con espíritu de cómico de la legua. Eso sí, siempre nos quedará la melancolía del Spiderman clásico, con sus limitaciones y sus diálogos y provocaciones para los villanos a los que acosaba con cabriolas, telas de araña y mucha ironía.