Apenas un par de diálogos con cierta brillantez pueden salvarse de una película bastante olvidable y extremadamente edulcorada, la típica historia de cómo un par de segundos pueden destrozar la vida de alguien y de los que rodean a ese alguien: la culpa, la depresión, la asunción de responsabilidades, la amistad y la redención. Grandes temas para tratar que aquí se pasean simplemente, como quien se da una vuelta por términos tan absolutos como la vergüenza, el miedo, el fracaso, la muerte.

Florence Pugh cumple y se vislumbra que no será una estrella rotunda y sí una actriz solvente. Que no está mal, pero no es la leche. Morgan Freeman nos recuerda que el tiempo pasa y que los maduros de hace un par de décadas ahora son ancianos. Y poco más, muy poco. Se salva Molly Shannon, una actriz especialista en papeles patéticos, tiernos y muy secundarios, siempre muy efectiva y solvente.

Lo mejor es que la ví con precio reducido, vaya.