Estamos ante una película de las que ya no se hacen. Un melodrama sureño, desbocado y excesivo, rodado con una elegancia tal que trasciende el mero folletín. La explicación de por qué esto es así es muy sencilla y se revela ante el espectador simplemente viendo los créditos: dirigida por el gran Minnelli e interpretada por los gigantes Robert Mitchum y Eleanor Parker.

Visualmente es una película muy poderosa, con planos y secuencias magníficas, algunas gracias a un director que sabe como pocos sacar jugo a una historia en exceso turbulenta y a menudo endogámica, podría decirse que poco creíble, con personajes que se cruzan y situaciones casi de vodevil, pero que, tratadas con el criterio y la elegancia del director e interpretadas por un reparto en el que incluso no desentona un actor tan mediocre como George Hamilton, resultan no sólo creíbles, sino muy sugestivas.

Nunca estuvo tan bien George Peppard y Everett Sloane alcanza también aquí su cumbre interpretativa, pero las escenas inolvidables son las que comparten esos dos monstruos de la pantalla, Mitchum y Parker, algunas de ellas verdaderamente están entre las mejores que puedan verse en todos los tiempos.

Una película magnífica.