Partiendo de todas las premisas del cine indie más típico de la era Sundance, Lonergan nos lleva por terrenos de tristeza, desolación, pérdida y desesperación, nos lleva por la vida en su versión más descarnada. Tiene la habilidad de hacernos más fácil la digestión con notas de humor, muchas veces negro, que salpican una trama tan triste como real, tan penosa como reconocible. Tragedias cotidianas, que suceden cada día y que, quién sabe, pueden un día tocarnos a nosotros, a nuestro entorno. Una gran actuación de Affleck, al que solo eclipsa, eso sí, cada vez que aparece, una Michelle Williams en estado de gracia, que borda un personaje muy secundario pero muy importante, imprescindible, en esta historia. Una película más que notable que ha ido de premio en premio y de nominación en nominación. Quizás el hermano pequeño de Ben consiga por este papel otro Oscar para la familia, pero sería una gran alegría que Williams también lo consiguiera. Al menos, para mí.