Esta película parece rodada en los años ochenta, sus reivindicaciones, si bien nos suenan a todos a actuales y pertinentes, son expuestas con una capa importante de caspa, nos suenan a viejas. Bollaín lleva su cine social a extremos pueriles, con una puesta en escena que parece casi amateur y una presencia permanente y excesiva de su protagonista, la casi debutante Anna Castillo, inexplicable premio Goya a la mejor actríz revelación. Esto sucedió ayer mismo. Para mí era ya una sorpresa su nominación; lo de que fuera la ganadora me parece una especie de burla a actrices como Ruth Díaz, magnífica en el thriller TARDE PARA LA FURIA, ésta sí, justamente premiada como mejor película. Todo lo que sucede en la película es totalmente increíble, las relaciones entre los personajes son infantiles, el abuelo como símbolo de la familia y los valores ajenos a estos tiempos de consumismo resulta patético, los diálogos, bochornosos. Se salva, como siempre, Javier Gutiérrez, que tampoco da lo mejor de sí, que es mucho. En fin, de lo peor que he visto de cine español en un 2016 que puede calificarse de más que notable en su conjunto.