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España España · Las Palmas de Gran Canaria
Voto de Arsenevich:
9
Comedia Un crítico teatral que acaba de casarse decide visitar a sus ancianas tías antes de marcharse de luna de miel. Durante la visita descubrirá que las encantadoras viejecitas tienen una manera muy peculiar de practicar la caridad. (FILMAFFINITY)
4 de enero de 2019
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La extraordinaria versatilidad de Frank Capra le permite crear una obra maestra con elementos narrativos y temáticos poco habituales en su obra, pero que el director italiano demuestra manejar con mano maestra gracias a un guion sublime, un desarrollo narrativo milimétrico y unas interpretaciones de matrícula de honor, entre las que la destaca un histriónico y gesticulante Cary Grant. Consagrado ya como el maestro indiscutible de la fábula utópica, Capra sorprende y maravilla con este inesperado cambio de registro, entregando una de las comedias negras por antonomasia, casi a la altura de la inmortal «Ser o no ser» de Lubitsch.

Antes de encarar un análisis más profundo conviene preguntarnos qué es exactamente el humor negro y qué lugar ha ocupado en la cultura a lo largo de los siglos. Dícese de él que supone la práctica de algún tipo de técnica cómica (generalmente la sátira) centrada en temas que en otro contexto provocarían piedad, pena, aflicción o incluso terror. En líneas generales versa sobre el concepto de la muerte y todo lo que de ella se deriva. Capra centra su película en un núcleo narrativo concreto: dos viejecillas de aspecto entrañable que se dedican a envenenar a aquellos visitantes que llevan una vida desgraciada para después, valiéndose de la demencia de un sobrino esquizoide, enterrar los cadáveres en el sótano de la casa. El contexto de por sí no puede ser más macabro, pero el gran acierto del guion consiste en aderezar la trama con otras vertientes narrativas que, finalmente, se revelan tan importantes como la principal: la historia de amor entre Mortimer Brewster (genial Cary Grant) y Elaine Harper, una vecina de las viejecillas, por un lado, y el regreso al hogar de las tías de Jonathan Brewster (un Raymond Massey terroríficamente bufo), hermano de Mortimer, un asesino perseguido por la justicia. El cóctel resulta lo suficientemente disparatado y heterogéneo como para articular en torno a él la comedia de enredos que Capra tan bien maneja, haciendo que todos estos ejes narrativos orbiten alrededor de los temas principales: la muerte, la locura y la inhumación de cadáveres.

Capra se muestra inusualmente expresivo con la cámara, consiguiendo planos de enorme complejidad, mostrando los techos bajos y agobiantes de la casa, regalando una larguísima escena cubierta de una negrura casi impenetrable y contagiando a toda la estética de un aire marcadamente expresionista, con escaleras, sótanos en penumbras y la recreación de un antiquísimo cementerio allí mismo, a cuatro pasos de la casa de los horrores. Se muestra una vez más como un grandísimo director de actores, consiguiendo unas interpretaciones soberbias de todo el reparto, pero especialmente de Grant, Massey y Lorre, y logrando una vez más que el ritmo narrativo no decaiga en ningún momento. Nuevamente sorprende la regularidad que mantiene la película durante toda la proyección, combinando con enorme equilibrio gags visuales y discursivos con momentos que rozan la tragedia más absoluta. Un puñado de personajes secundarios deliciosos (el señor Witherspoon, el agente O’Hara y otros) completan un cuadro bufo y extravagante que roza por momentos lo grotesco gracias a la gélida ternura de las viejecillas y a la demencia galopante de Teddy, un personaje realmente impagable.

Capra muestra una habilidad asombrosa para activar los resortes de lo macabro y articularlos con extraordinaria pericia en los engranajes de la comedia de enredos, y logra que ambos subgéneros coexistan en prodigiosa armonía. Lo más curioso de todo es que, pese a la temática luctuosa y a lo rocambolesco del desarrollo, el film no pierde un ápice de la elegancia que caracteriza al director. Reviste a la comedia clásica con una compleja máscara de Halloween y consigue una obra maestra infravalorada e incomprendida a lo largo de la historia, pero que resulta una auténtica delicia cinematográfica.

Arsénico, estramonio y una pizca de cianuro. Un taxista esperando hasta convertirse en cafetera, un presidente chiflado que abre sepulturas en un sótano, un asesino serial con el rostro de Boris Karloff, dos ancianitas entrañables y un puñado de policías incompetentes. Y Capra dirigiendo esta orquesta, a la que oímos interpretar una incomparable sinfonía de la risa y el horror.

Muy buena.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Arsenevich
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