“No creo en la culpabilidad individual. Cuando un hombre comete un acto perverso, fue colocado allí por las circunstancias, por su educación, por características hereditarias o adquiridas, no a causa suya sino a su pesar, y condicionado por la sociedad en la cual le tocó actuar”. Así escribía Héctor Abad Gómez, un insigne médico colombiano en uno de sus atinados artículos para la prensa.

Solo es racional lo que contiene amor, lo que conlleva perdón y lo que está revestido de tolerancia; casi todo lo demás es solo aplicación de las herramientas oscuras que conducen al hombre a la desventura y a la tragedia. Desgraciadamente, es a esto a lo que están siendo inducidos los seres humanos en esta cultura egocentrista, arribista e imperiosa que todavía se preserva en pleno siglo XXI. Dos mil años y más, desde que los grandes maestros nos enseñaran como vivir en paz, como asegurar la dicha de todos y alcanzar la Unicidad, pero en las tantas veces en que los maestros han señalado las estrellas, tan solo hemos conseguido ver el dedo, y así, estamos ahora más cerca del abismo que de la esperada transformación.

Siento que, con sus toques de humor negro y de comedia corrosiva, “RELATOS SALVAJES” es esencialmente una descarnada recreación del atraso humano. La venganza es el eje central de cada una de sus truculentas historias… y aún con su singularidad, hay que ver la profunda cercanía que tienen con las tantas cosas que se oyen, se ven y se leen a diario en los diferentes medios.

Son seis historias, escritas y dirigidas por el argentino Damián Szifrón, director al que hay que abonarle su capacidad de impacto y de sorpresa con todo lo que sucede en el variado menú. Por su originalidad, las que más me llegaron fueron: “Pasternak” la historia del aspirante a músico del que mucho –y mal- comienzan a hablar los pasajeros durante un viaje en avión. “Bombita”, el ingeniero experto en demoliciones programadas, que tiene válidas razones para sentirse inconforme con la forma como se maneja el tránsito en su ciudad. Y particularmente impactante, “Hasta que la muerte nos separe”, donde la joven Romina, durante su fiesta de boda, se entera de que, Santiago su marido, tiene una amante que ahora se encuentra presente.

El filme resulta bastante fluido, y con ciertos aires a la Tarantino (insinuaciones brutales aparentes, guiñol de remate, temas musicales de viejas películas), consigue dejar plasmada una sociedad tan deplorable que pareciera estar reclamando un nuevo diluvio. No hay lugar para la esperanza, no se avista la luz al final del túnel, pero es probable que algún tipo de rubor se manifieste en unos cuantos rostros y los motive a revisar su vida.

Al ver “RELATOS SALVAJES”, uno la pasa "estupendo" y colmado de sorpresas, con esa suerte de bazar de inconmensurables estólidos que saltan en las historias... y duele reconocer que, emocionalmente, todavía andamos en pañales. ¡Y así no debe ser!